Desde la encomienda de Barcelona concluimos el apartado dedicado a las donaciones y patrocinios recibidos por los templarios.
Para ello hemos seleccionado el siguiente texto, el cual lo hemos extraído del libro “The Knights Templar” de la historiadora y especialista en
Desde Temple Barcelona, esperamos que este apartado nos haya ayudado a entender mejor el por qué fueron admirados y a la vez envidiados por
La relación que mantenían las órdenes militares con papas y reyes les acarrearía constantes críticas, en uno y otro sentido. El hecho de que estuvieran al margen de la jurisdicción episcopal encrespaba a los obispos; el privilegio que tenían de excluir a sus propios arrendatarios de ciertos aspectos de la jurisdicción episcopal y de
La aversión que sentía Matthew Paris por el Temple y el Hospital de San Juan se debía en parte a la relación que mantenían estas órdenes con el rey Enrique III, por quien el cronista no profesaba admiración alguna y cuya política desaprobaba. Del mismo modo, las críticas que lanzaban Guillermo de Tiro y Walter Map contra las dos órdenes militares en parte tenían su origen en los vínculos que mantenían ambas con el papado y en el hecho de que no tenían por qué confiar en esos príncipes para seguir existiendo y contar con su protección, tales críticas fueron imposibles de evitar.
Sin embargo, los papas y los monarcas también lanzaron críticas contra las órdenes militares por faltar a su vocación o no servirlos adecuadamente. Desde los tiempos de Alejandro III, el papado no dejó de amonestar a los hermanos de ambas órdenes por abusar de sus privilegios. En 1207, el papa Inocencio III reprendió a los templarios por abusar de sus privilegios durante los interdictos. Cuando se cerraban todas las iglesias como castigo espiritual a una comunidad, los templarios tenían autorización para oficiar los servicios en sus capillas, pero no podían permitir la entrada de ningún intruso. Podían también abrir una vez al año las iglesias sometidas a interdicto para rezar en ellas y recoger limosnas para Tierra Santa. El problema residía en que admitían la entrada de intrusos en sus capillas y en que abrían las iglesias sancionadas más de una vez al año. También dejaban que cualquiera colectara las limosnas en su nombre, sin comprobar sus credenciales, permitían el ingreso indiscriminado en sus confraternidades, incluso el de delincuentes, asesinos o adúlteros conocidos, y no obedecían las órdenes de los legados pontificios. Las críticas de Inocencio no sólo iban dirigidas a los templarios: se quejaba de los hospitalarios en términos parecidos, y también lanzó graves acusaciones contra los cistercienses. Su deseo era reformar dichas órdenes religiosas porque anhelaba mejorar la espiritualidad de
A medida que avanzó el siglo XIII los papas fueron preocupándose más por las disputas de las órdenes militares y en cómo llevaban a cabo la defensa de los Santos Lugares. Gregorio IX se quejaba en marzo de 1238 de que habían llegado a sus oídos noticias de que los templarios no estaban defendiendo eficazmente las rutas de los peregrinos (de hecho se había firmado una tregua por aquella época en virtud de la cual los templarios no podían atacar a los musulmanes). En 1278, el papa Nicolás III (1277-1280) se dirigió por carta a
Las quejas de Enrique III acerca de los privilegios de los templarios y los hospitalarios de las que tenemos noticia, no son más que un reflejo de las que, según se cuenta, formuló también su tío Ricardo I. Roger de Howden refería que el famoso predicador Fulco de neuilly reprendió a Ricardo por sus pecados, y le aconsejó casar a sus tres hijas, la soberbia, la avaricia y la lujuria. El monarca aprovechó con astucia la alegoría y la dirigió contra
También se suscitaban críticas cuando los gobernantes entraban en conflicto unos con otros. Si los templarios eran fieles servidores del papa, el rey de Francia y del rey de Inglaterra, ¿qué debían hacer cuando estos tres poderes se enfrentaban, como ocurrió durante el pontificado de Inocencio III, por ejemplo? Los hermanos decidían qué príncipe debía tener la preeminencia, pero entonces corrían el riesgo de acarrearse las iras de los otros. O podían optar por servir a los tres con la esperanza de preservar su neutralidad. Ésa fue la política adoptada cuando Inocencio III entró en conflicto con Felipe II de Francia y con el rey Juan de Inglaterra. Anteriormente, en otra ocasión, no les salió tan bien la jugada. En 1158, Enrique II de Inglaterra y Luis VII de Francia firmaron una alianza en virtud de la cual acordaron el compromiso matrimonial de Margarita, hija de Luis, todavía una niña de corta edad, y del mayor de los hijos vivos de Enrique, llamado también Enrique, a la sazón de tres años, para que se casaran en cuanto tuvieran edad suficiente. La dote de Margarita (el conjunto de bienes y derechos que debía aportar al matrimonio) sería el Vexin, la zona fronteriza en disputa entre el ducado de Normandía, perteneciente a Enrique (que además de rey de Inglaterra, era duque de Normandía), y los dominios de Luis. Como era habitual, Margarita fue enviada a vivir con sus futuros suegros. Luis se quedaría con el Vexin hasta que tuviera lugar el casamiento. En 1160 se renegociaron los términos del acuerdo y los castillos fueron entregados a los templarios, considerados neutrales por ambas partes. Sin embargo, a finales de aquel mismo año Enrique celebró la boda de Margarita y su hijo, y los templarios le entregaron los castillos. Luis se vengó expulsando de Francia a los templarios en cuestión: se trataba de los hermanos Osto de Saint-Omer, antiguo maestre del Temple en Inglaterra, Ricardo de Hastings, que ocupaba este mismo cargo por aquel entonces, y Roberto de Pirou, futuro comendador de Temple Hurst. Roger de Howden explica que los tres caballeros se presentaron ante Enrique, que los recibió con los brazos abiertos y los recompensó. En las crónicas del reinado de Enrique, los hermanos Osto y Ricardo aparecen mencionados a menudo entre los integrantes del séquito real. Aunque se suponía que su orden debía permanecer neutral en las disputas entre los monarcas cristianos, pusieron su lealtad en primer lugar al servicio de su rey “natural”.
Al principio, el papado y los distintos monarcas escogieron a los templarios como servidores de confianza debido a su piedad y su dedicación a la causa de
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