Llegué a Santiago de Compostela con mi cámara en mano y una guía templaria, dispuesto a realizar todo lo que estuviese a mi alcance para descubrir los pasos y restos de los caballeros templarios en Galicia. Llegar a la catedral es realmente algo que no se puede describir con palabras, porque es una emoción muy fuerte e imponente. Todo en la catedral es hermoso y único. Al poco tiempo de haber llegado me encontré rodeado de imágenes que jamás se escaparán de mis ojos; como fueron los magníficos grabados templarios, los impresionantes sarcófagos, pórticos y dinteles que adornaban su interior. Al salir de la catedral, para mi asombro, descubrí que enfrente se hallaba una capilla cuya fachada era totalmente templaria. Al entrar en su interior descubrí la sencillez y la humildad que profesaba el Temple. Tan sólo se rompió cuando observé los cuadros, sus figuras, pero sobretodo, el inconfundible sello de los caballeros templarios. Fue algo que inundó mi corazón de alegría.
Ya en la oficina de turismo, recabé la información necesaria para continuar. Fue entonces cuando decidí emprender el camino del peregrino desde Santiago hasta Finisterre (fin del mundo) pasando por cada enclave del Temple siguiendo el conocido camino de las estrellas. Cuando estuve listo para partir, ¡cuál no fue mi sorpresa! al invitarme en Bertamirans a ver una feria de antigüedades muy típica del lugar. Sin dudarlo acepté la invitación y al llegar a la feria, entre otras muchas cosas pude obtener toda una colección completa de libros, en total siete, únicos en sí mismos con toda la información de la Orden del Temple en España, pero muy enfocada principalmente en Galicia.
Me noto que estoy más preparado para seguir, pero mi camino se desvía hacia atrás; exactamente hasta Villagarcía de Arousa, dirigiéndome hasta un templo único, según me contaron los lugareños por su extraordinaria arquitectura. Al llegar en su puerta principal me topé con una gigantesca cruz de la Orden del Temple, pero lo que más me impactó fue lo siguiente. Del lado derecho según entras, se encuentra un cementerio templario con más de ocho tumbas totalmente talladas en piedra que se remontan al año 1130. En ellas se observa las figuras de los caballeros con sus armaduras y espadas en las manos. Creo que jamás en mi vida, sentí tanta emoción; ya que el lugar es único y después de tantas centurias me hallaba solo ante sus tumbas que no dejaban de mostrarme su extraordinaria historia. ¡Dios mío, pude registrarlo con mi cámara!
Continúo con mi camino y esta vez me llevan hasta el pueblo de Noia, el cual se encuentra en pleno centro, cuenta con un antiguo cementero, según sus gentes, el cual después de mucho caminar y sudar bajo el fuerte sol, encontré otra capilla cubierta con viejos sarcófagos, todos con caballeros y escudos de todas las órdenes. De nuevo me embargó la emoción y mis ojos no daban crédito. Pero por desgracia el lugar estaba en ruinas y todas las tumbas fueron saqueadas y destruidas. Gentes sin escrúpulos se habían apoderado de aquellas reliquias; incluso una virgen que desde el centro del cementerio protegía al resto de las tumbas, fue robada.
Continúe tomando fotos y mis ojos no paraban de dirigirse de un lado a otro hasta que divisaron a un pequeño hombre de entre cuarenta y cuarenta y cinco años. Se me acercó, me miró fijamente y me preguntó ¿Te gustan los caballeros? Era lógico, portaba encima mi remera, mi pulsera y un collar de los templarios. A lo que respondí afirmativamente. El enigmático hombre continuó con un tono firme diciéndome. Pues acá tienes a un caballero de la orden de los templarios y acto seguido me ofreció su mano como símbolo de amistad. Le felicité cortésmente y le dije que era un honor para mí el poder saludar a un hermano. Me comentó que él estaba solo y que fue iniciado como templario a los dieciséis años de edad, justo antes de que muriese el último padre de la iglesia donde me hallaba. Le fue encomendada la misión de cuidar y mantener en buen estado tanto la iglesia como también el cementerio. El párroco de la iglesia se hizo cargo de él cuando éste era un niño. Lo alimentó y lo cuidó y al dejar de ser un niño tomé el manto de la orden. Acto seguido me enseñó su hermosa medalla de templario que portaba. Continuemos hablando toda la tarde y me comentó que cuando falleció el padre, nadie más regresó por la capilla.
Cuando nos habíamos despedido otra vez volvía a dirigirme a Finisterre, atrás quedó el pueblo de Noia y llego hasta Iria Flavia y Padrón, en los cuales me informan que existen dos templos que posiblemente fueran en su tiempo propiedad de la Orden. Por desgracia no pude llegar en buen horario. Eso sí, pude comprobar muy claramente del paso de los templarios por aquella zona. Sus señales y marcas estaban vigentes como el primer día. Proseguí el camino y llegué a Muros, donde encontré una pequeña capilla medieval en medio del monte. Lejos de todo tiempo y escondida de las carreteras y los vehículos. Se hallaba custodiada por grandes fileras de árboles. Tan sólo pensaba encontrarme con la típica capilla campestre. Cuando accedí a su interior, observé que no habían bancos donde sentarse, tampoco ninguna virgen ni ningún santo. Sólo un pequeño Cristo crucificado cuidaba de los más de dieciocho cofres mortuorios en piedra que se encontraban descansando dentro de la misma. Totalmente en piedra tallados, observé a los caballeros grabados en ellos en un muy buen estado. Eso sí, todos saqueados por bandoleros; llevándose incluso hasta los cuerpos de los difuntos. Sólo quedaban los féretros como vivo recuerdo de quien en algún tiempo descansó en paz.
Continué el camino de las estrellas. Éste tiene aproximadamente entre treinta y cuarenta kilómetros de distancia y claro está las estrellas aparecen grabadas en piedra, apareciendo en muy diversos lugares. Acabé el trayecto de los 94 kilómetros que separan la catedral de Santiago de Finisterre, pensando en el caballero templario que dejé en el término de Noia, cuyas posesiones eran la parroquia, el cementerio y una bicicleta con la que se desplazaba de un lugar a otro. ¡Ah y lo más importante!, también tenía un gran corazón que no se puede pagar con todo el oro del mundo.
Non Nobis.
Pablo Notarios