¿Existe crisis de valores entre los jóvenes españoles? Esta es una pregunta que deberíamos hacernos todos a raíz de los últimos sucesos violentos que desgraciadamente se han producido en nuestro país por niños y adolescentes. ¿Hasta qué punto son responsables los padres de los actos que cometen sus hijos? ¿El sistema educativo español ha fracasado?
El señor presidente del gobierno, don José Luís Rodríguez Zapatero, debería darse cuenta que antes de formar “alianzas de civilizaciones”, primeramente debería formar a “personas civilizadas” y no caer bajo el influjo excesivamente proteccionista y permisivo hacia los más jóvenes.
Desde la encomienda de Barcelona queremos compartir un artículo publicado en ABC.es por la periodista Milagros Asenjo. Esperamos les guste.
La crisis económica puede tener efectos positivos
Los adolescentes y jóvenes españoles han vivido una etapa de prosperidad y de bonanza en la que apenas necesitaban balbucear el deseo de un capricho para tenerlo al instante. Es la sociedad del consumo, del dinero fácil, de tener todo a pedir de boca. «Los jóvenes de ahora —explica Juan Manuel Roca— no han interiorizado que hay que ganarse las cosas con esfuerzo, ya que con una mirada a sus padres han visto satisfechos sus deseos». Además, la libertad ilimitada de que ha disfrutado una parte significativa de la juventud ha derivado en un excesivo permisivismo y en la reivindicación como derechos actitudes perversas y lesivas para el otro.
Ahora, la crisis económica, «podría constituir un terreno propicio para la germinación de cambios significativos, tanto en la dimensión personal como en la familiar, laboral y social», asegura Martínez-Otero. Los problemas laborales y los nuevos desafíos podrían generar una nueva conciencia y un mayor compromiso. Sin embargo, para afrontar la situación de la mejor manera y sacar conclusiones positivas, psicólogos y pedagogos entienden como imprescindible una «reevaluación de las conductas» y una mayor sensatez y prudencia. Los padres pueden potenciar mayor tolerancia, más racionalidad en los gastos y una educación para el consumo responsable. Y sobre todo, «el cultivo del esfuerzo para conseguir las metas, porque el trabajo escasea y hay que prepararse bien». La cultura del «todo vale» no garantiza nada.
MILAGROS ASENJO | MADRID
La reciente agresión sexual a una niña y la violación de otra por parte de varios chicos, algunos de ellos menores de corta edad, así como la denuncia, conocida ayer, de otro episodio de agresión, han reavivado el debate sobre los valores de los jóvenes y han suscitado numerosas incógnitas sobre su futuro en una sociedad cambiante y también plagada de incertidumbres. Consumo de alcohol y de drogas, agresiones sexuales, indisciplina y violencia escolar, abandono prematuro de las aulas, rechazo de la inmigración y rebeldía sin freno hacia los padres... En definitiva, desorientación y desequilibrio entre la edad biológica y la psicosocial y comportamientos inadecuados o violentos. Es la radiografía de un elevado porcentaje de jóvenes que no encuentran su sentido y que, por lo llamativo y alarmante de su conducta, difuminan la normalidad con que otros chicos viven su adolescencia y juventud.
¿Qué está pasando? ¿Por qué deambulan de esta manera los que están llamados a construir el futuro? Los padres se lamentan, tiran la toalla y, en el peor de los casos, conceden a sus hijos cuanto piden. El problema es complejo y hay que abordar numerosos factores y contar con múltiples actores para analizarlo y buscarle una solución. En cualquier caso, la pregunta es inevitable: ¿Existe una crisis de valores en los jóvenes? La respuesta, al contrario de la canción de Bob Dylan, no está en el viento sino en la propia realidad. «Sí, hay una crisis de valores», afirma rotundamente Juan Manuel Roca, un joven profesor universitario que, en su reciente libro «El reino de la humildad», construye una fábula sobre «la importancia de conceptos como la humildad, el respeto y la prudencia, y los perjuicios que originan la avaricia y la soberbia». He aquí algunos de los aspectos que describen la situación juvenil.
El riesgo de la eterna adolescencia
¿Están sobreprotegidos nuestros jóvenes? ¿Corremos el riesgo de dejarles en una permanente adolescencia y de abocarles a cometer errores? Estas y otras preguntas surgen ante sus comportamientos y actitudes contradictorias. En efecto, psicólogos y pedagogos coinciden en que se están adelantando ciertos comportamientos de riesgo como el consumo de alcohol y otras drogas, así como conductas sexuales improcedentes y hasta delictivas. Al mismo tiempo, les cuesta desplegar plena y saludablemente su personalidad, lo que les lleva a quedarse anclados en una suerte de «adolescencia permanente», que perturba su proceso de maduración y condiciona su proyecto vital, según el profesor de Educación de la Complutense, Valentín Martínez-Otero, que coincide con Juan Manuel Roca en este diagnóstico.
La bestia que llevamos dentro
Las denuncias de agresiones sexuales entre menores y a menores —las últimas a dos niñas en Baena y Huelva— hacen saltar todas las alarmas acerca del clima en que se educan los jóvenes. En el análisis de estos comportamientos y más allá del debate sobre la reforma de la Ley del Menor, el psicólogo y ex presidente de la Red Europea de Defensores del Menor, Javier Urra, asegura que vivimos en un clima pernicioso, sin valores, donde se banaliza la sexualidad y se fomenta el hedonismo, el nihilismo y el relativismo desde edades muy tempranas. Entiende Urra que, pese a que en general los padres se esfuerzan en hacerlo bien, falla la educación. Los chicos no saben dónde está el límite entre lo admisible y lo prohibido. Y es que los padres deben transmitir criterios limpios y principios de respeto al prójimo y cultivar la autoestima de sus hijos.
La familia y la escuela deben trabajar juntas para que florezcan valores tales como la verdad, la sabiduría, el estudio, el respeto, la honradez o el compañerismo.
Beber hasta la embriaguez
Las encuestas sobre hábitos nocivos de los jóvenes no bajan su nivel de alarma. Las últimas cifras de los observatorios revelan que medio millón de adolescentes se dan atracones de alcohol cada fin de semana, la mayoría haciendo botellón, y que los jóvenes se emborrachan cada vez más. La tozudez estadística refleja que en los últimos diez años se ha duplicado el número de jóvenes que, por sistema, se embriagan los fines de semana. En muchos casos, los adolescentes apenas tienen 13 años y se atiborran de mezclas de bebidas de alta graduación sin que sus padres lo sepan. Todo ello lleva a Sanidad a recordar que la familia y su estilo educativo son determinantes en la actitud de los jóvenes ante el alcohol y alertan de esta «es una actitud que no debe ser aceptada, ya que en la adolescencia no existe el consumo responsable de alcohol». Pero pocos padres aceptan el problema.
Más conscientes de sus peligros
En este periodo de la vida los efectos de las drogas, como los del alcohol (droga también) son devastadores, según el último informe del Observatorio Español sobre la Droga, Y es cada vez mayor el número de jóvenes que se convencen de que las drogas provocan serios efectos sobre la salud. Esta convicción ha llevado también a la estabilización del consumo de tabaco y cannabis y al descenso de la cocaína, anfetaminas y éxtasis. Pero hay un dato preocupante, un 5% de adolescentes ha probado la cocaína. Además, mientras el consumo de alcohol es más alto en las chicas que en los chicos, éstos prefieren las drogas ilegales en mayor intensidad.
A la cabeza del fracaso y abandono
La escuela es un reflejo de la falta de valores, aunque paradójicamente sea uno de los lugares idóneos, junto a la familia, para inculcarlos. Las consecuencias del «todo vale» se refleja en que España es uno de los países de la Unión Europea (UE) y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) con mayores niveles de fracaso y abandono escolar prematuro, dos fenómenos que se confunden pero que no son idénticos. Así, el porcentaje de alumnos que no siguen estudiando tras el periodo obligatorio de escolarización es del 31%, el doble de la media europea, y las cifras de fracaso son muy similares. Estos índices impiden a España cumplir los objetivos de la Declaración de Lisboa para 2010 que fijan en un 85 por ciento el índice de alumnos que deben conseguir el título de Secundaria posobligatoria (Bachillerato o Formación Profesional). Parece que la recuperación ha comenzado y las tasas de matriculados en Bachillerato y FP han subido ya por encima del 3%, según datos de Educación.
Ley del mínimo esfuerzo
La devaluación de la cultura del esfuerzo, la escasa relación de las familias con la escuela, el desprecio de la autoridad del profesor y la proliferación de leyes educativas forman un conjunto de factores contrarios al éxito escolar. En el caso de los alumnos y en relación con los valores, su esfuerzo es mínimo, porque mínima también es la exigencia para pasar de curso. Además, los expertos atribuyen parte de culpa del fracaso a la extensión de la obligatoriedad hasta los 16 años, lo que hace que convivan en los centros niños con adolescentes y jóvenes (se puede permanecer en el sistema hasta los 18 años) que no quieren seguir estudiando y tienen el colegio como un lugar para pasar el rato, cuando no para molestar.
Como solución, se defiende una mayor exigencia y más conexión entre la escuela y la familia así como intensificar los planes específicos de atención a los alumnos con mayores necesidades, haciendo hincapié en las áreas y materias con peores resultados.
Víctimas y agresores
Las agresiones entre los propios alumnos y las burlas y agresiones contra los profesores constituyen una de las manifestaciones más evidentes de la falta de valores entre los adolescentes y jóvenes. Lógicamente, estas denigrantes prácticas se producen con mayor intensidad en la ESO, es decir, a partir de los 12 años.
El Defensor del Profesor, un servicio telefónico de auxilio del sindicato ANPE, recoge llamadas de los docentes en las que denuncian amenazas como «si no me apruebas, te voy a rajar» o «en la calle te espero con mis colegas». Como en el caso anterior, una legislación que reconozca la autoridad del profesor y una mayor implicación de las familias son imprescindibles para acabar con el problema, los mismo que unas sanciones más severas para los alumnos más conflictivos.
Desconfianza y ausencia de ideales
La desorientación vital que se advierte en un sector tan significativo de la sociedad como es el de los jóvenes conduce a la desconfianza, la depresión y la ausencia de valores así como a un conformismo sin retorno. «Hay —indica el profesor Martínez-Otero— más “jóvenes-veleta” con conducta inercial y arriesgada, teledirigidos, abocados a problemas como enfermedades de transmisión sexual, violencia, sufrimiento...».
Llama la atención la falta de referentes claros para los adolescentes, que ponen su mirada en el poder y el dinero que sus ídolos llegan a conseguir más que en los valores que puedan encerrar.
Colaboración entre familia y escuela
La consideración pasiva y negativa de la situación puede derivar en un mayor desencanto. Es bueno reconocer los fallos pero no lo es tanto abandonar a su suerte a toda la sociedad. Las familias, con reacciones diversas ante los problemas, deben apoyarse en la aplicación de iniciativas para sacar a flote a los hijos. La escuela tampoco debe ser ajena. Así, «florecerán valores como la verdad, la sabiduría, el estudio, la sensibilidad, la cordialidad, el respeto, el compañerismo, la honradez, la apertura a la trascendencia».
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