Acabada ya
Retomando el apartado dedicado a la vida religiosa de los templarios, nuestra escritora ahonda en la importancia que tuvieron la veneración de reliquias por parte de
Desde Temple Barcelona, deseamos que su lectura os reconforte.
Se creía que un santo podía actuar en la tierra por medio de sus reliquias. Si éstas eran cuidadas adecuadamente, el santo se sentía satisfecho y hacía lo que estuviera en sus manos para ayudar a los propietarios de las reliquias, de modo que todo debía de ir bien para ellos. Pero si eran abandonadas u objeto de malos tratos, el santo se enfadaba y castigaba a sus propietarios. Los templarios se sentían muy orgullosos de conservar con gran esmero las reliquias que poseían.
No se sabe con certeza si
La denominada “cabeza de los templarios” probablemente fuera el cráneo de santa Eufemia. Durante el proceso del temple en Chipre, el pañero de la orden y dos caballeros declararon que nunca habían oído hablar de la existencia de ídolos en la orden, pero que ésta custodiaba la cabeza de santa Eufemia. Algunos templarios franceses declararon que habían oído decir que la orden tenía una cabeza en Chipre, y es posible que fuera el ídolo que la orden era acusada de venerar. El hermano Guido Delphini declaró lleno de orgullo ante los comisionados papales que el cordón que llevaba atado a la cintura había tocado las reliquias de san Policarpo y de santa Eugenia (la orden guardaba las del santo en nombre del abad del Templo del Señor de Jerusalén, que las había confiado a los templarios para su custodia). Pero las reliquias de san Policarpo no eran propiedad de la orden, y ningún otro templario las menciona. Era la cabeza de santa Eufemia la que la orden estaba tan orgullosa de poseer. Sin embargo, santa Eufemia era una mujer joven, y los templarios fueron acusados en 1307 de venerar la cabeza de un hombre barbudo. Esta curiosa discrepancia entre la devoción de los templarios y los cargos que les fueron imputados la estudiaremos con el proceso de la orden.
Durante el proceso del Temple en Francia hubo otros hermanos que declararon que había una cabeza guardada en la capilla de la casa de París, y que tal vez fuera ése el ídolo en cuestión. No obstante, las investigaciones efectuadas por los comisionados papales revelarían que se trataba también de una cabeza de mujer.
El hermano Guillermo de Arreblay, antiguo limosnero al servicio del rey Felipe IV de Francia, testificó haber visto a menudo una cabeza de plata sobre el altar de los templarios en París, y a los principales oficiales de la orden adorándola. Le habían dicho que se trataba de la cabeza de una de las once mil vírgenes martirizadas con santa Úrsula en Colonia a comienzos del siglo IV, pero que desde que había sido detenido se había dado cuenta de lo equivocado que estaba. Que siempre le había parecido la cabeza de una mujer, pero que ahora se daba cuenta de que la cabeza en realidad tenía dos rostros y barba (¡curiosa confusión!). Los comisionados papales le preguntaron si sería capaz de identificar la cabeza si se la mostraban de nuevo, a lo que el hombre respondió que sí; así pues, se envió a los funcionarios pertinentes a buscar la cabeza.
Cuando llegó la cabeza, su apariencia coincidía perfectamente con la descripción original. En un gran relicario de plata había el cráneo de una joven envuelto con tela de lino blanco, cubierta con un retal de muselina roja: los dos colores que simbolizaban el martirio. Y para colmo de colmos, había un trozo pequeño de pergamino cosido a la tela que decía: “Cabeza nº
Según parece, tras la disolución de la orden, la cabeza de los templarios parisienses pasó a manos del Hospital de San Juan. Se cree que los caballeros teutónicos también tenían la cabeza de una de las once mil vírgenes en su encomienda de
Los templarios también sentían una gran devoción por san Jorge, santo que, como ellos, había sido un activo guerrero. Había sufrido con resignación un martirio terrible a manos de los paganos por su fe cristiana. La vida de san Jorge fue para los templarios un modelo a seguir. El santo aparece representado en varios sellos de la orden; había una estatua suya en la capilla del castillo templario de Safed, y, según los documentos que han llegado a nuestras manos, la orden creía que era el protector de dicho castillo; su imagen aparece también en un fresco de la capilla de la orden de Cressac (departamento de Charente), Francia. En diversas anécdotas relacionadas con la actividad militar de los templarios se habla de san Jorge. Una de las oraciones de la orden citadas en las actas del proceso del Temple hace referencia a san Jorge.
Hasta aquí, parece que los templarios fueron un modelo de católicos piadosos de los siglos XII y XIII. Veneraban a los santos, asistían piadosamente a los servicios religiosos y eran constantes en la oración. No obstante, no constituían un modelo de religiosos de una orden monástica, porque no observaban la clausura y tampoco habían recibido una instrucción teológica. La clausura implicaba que todos los miembros de la orden tenían que vivir en un convento cerrado, y no se les permitía salir de él salvo en circunstancias excepcionales. Las órdenes militares no podían llevar una vida de clausura porque sus miembros debían salir de las casas religiosas para ir a la guerra; del mismo modo, las nuevas órdenes de canónigos y posteriormente de frailes tampoco llevaban una vida de clausura porque también salían a trabajar al mundo exterior. El relato de Jocelin de Brakelond acerca de la vida cotidiana a finales del sigo XII en la abadía benedictina de Bury Saint Edmunds, en Suffolk, pone de manifiesto los inconvenientes de la clausura, con sus murmuraciones, cotilleos y envidias, y sus reuniones capitulares acabando en verdaderos alborotos y escándalos. En una casa abierta, en la que se podía entrar y salir, era más difícil que se produjeran disputas entre los distintos miembros, de modo que las relaciones entre ellos solían ser más armoniosas. Sin pensamos de nuevo en el ejemplo de Bury, es fácil comprender por qué muchos individuos de la época preferían realizar donaciones a las nuevas órdenes religiosas que no eran de clausura.
La falta de instrucción era algo más que un simple obstáculo. Las órdenes religiosas eran centros de enseñanza cristiana; de hecho fueron las órdenes religiosas las que se encargaron de preservar el desarrollo cultural entre los siglos V y XI, época en que las escuelas seculares brillaban por su ausencia y la mayoría de los laicos no sabían ni leer ni escribir. Sin embargo, la función de
No obstante, sí hubo algunos intentos formativos. La provincia inglesa tomó la iniciativa de producir traducciones de obras religiosas en latín al francés anglonormando, lengua que los hermanos podían entender. Esas traducciones fueron realizadas durante la segunda mitad del siglo XII, al mismo tiempo que el priorato ingles de
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