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miércoles, 25 de febrero de 2009
El Arcángel San Miguel
Es uno de los tres arcángeles acogidos por la tradición cristiana: Miguel, Gabriel y Rafael. San Miguel está por encima del resto de arcángeles y de ángeles; ya que es portador de mensajes celestes, llevando los encargos divinos a la humanidad; transmitiendo, con su aspecto sobrenatural, relajación a quien lo contempla.
La cristiandad lo representa de dos formas distintas: en una, bien con aspecto humano, bien angelical, aparece cubierto de coraza y lanza, o espada, venciendo y humillando a Satanás, que se postra derrotado a sus pies; en otra, porta una balanza en su manos, pesando los pecados y virtudes de las almas de los mortales, para decidir luego si son merecedoras de la Gloria del Paraíso, o bien conducirlas a los horrores del Infierno.
Dios por la valentía de este ángel, no dudó en nombrarle la Justicia Mayor de los cielos, al tiempo que le encargaba la responsabilidad del pesaje de los pecados de las almas antes de decidir el destino de las mismas. San Miguel es, por lo tanto, el árbitro entre el Bien y el Mal, porque, al vencer al Diablo, se erige en paladín de la Justicia y el Bien.
Los Templarios no dudaron en elegirle también como protector. Son numerosos los enclaves del Temple en España que se relacionan con San Miguel. El más conocido, sin duda, el santuario de San Miguel in Excelsis, en la montaña de Aralar, en Navarra, donde se venera como si de una figura extrahumana se tratase.
En Cantabria, concretamente entre Colindres y Ramales, se encuentra la pequeña aldea de San Miguel de Aras; precisamente sobre el altar mayor de la iglesia parroquial se alza la figura de un San Miguel pesador de almas, que porta una balanza para equilibrar las almas de los difuntos; se tata, por lo tanto, de su aceptación más sincrética, que lo relaciona con la divinidad egipcia de Thot.
En el castillo templario de Miravet (Tarragona), coronando un acantilado fluvial que cuelga sobre el curso inferior del río Ebro, se conserva la capilla de San Miguel, donde los caballeros de la Orden del Temple rindieron culto al que con el tiempo se convertiría en defensor de la Iglesia, de los desamparados, de la policía y de las fuerzas armadas entre otros.
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