Uno de los aspectos más tratados por el esoterismo en torno al Temple ha sido todo lo relacionado con los lugares mágicos. Muchos han sido los que han considerado que los templarios buscaron emplazamientos mágicos para instalarse. Se ha dicho que “cristianizaron” santuarios de diosas paganas para convertirlos en santuarios dedicados a la Virgen María, convirtiendo a la gran diosa madre presente en tantas religiones paganas, la egipcia Isis por ejemplo, en la imagen que dio lugar a las famosas “vírgenes negras”, como la del santuario de la Candelaria de Adeje, en Tenerife, de la que se ha llegado a decir que se trata de una imagen de la Virgen negra llevada hasta allí por los templarios que huían de Francia, y por Juan Betancourt, el conquistador de Canarias en 1402.
No en vano, los caballeros templarios habían recibido del rey Balduino II de Jerusalén un lugar especialmente sagrado para instalarse, el solar del Templo de Salomón, probablemente el que ha sido considerado el espacio más sagrado de la tierra, pues allí confluyen las creencias de las tres grandes religiones monoteístas: fue en ese lugar donde Jacob tuvo la visión de la escala que subía al cielo mientras dormía, allí construyó Salomón el templo que contuvo el Arca de la Alianza, allí predicó Jesucristo a los doctores y desde ese lugar ascendió el profeta Mahoma a los cielos. Un lugar tan sagrado y cargado de tanto simbolismo marcó la identificación que establecieron los templarios con este lugar sagrado y con los que luego éstos elegirían para ubicar sus construcciones.
Se ha dicho que los edificios templarios proporcionan energía a quienes tienen sensibilidad para asimilarla. Lo cierto es que los templarios construyeron sus edificios en los lugares donde se les concedieron donaciones para hacerlo.
En cualquier caso, se creó el mito de que existía una arquitectura templaria diseñada especialmente por la Orden, una especie de “estilo propio” templario. Este mito es obra en buena medida del arquitecto Viollet-le-Duc, quien imaginó que había un modelo de arquitectura templaria a partir de la imitación de la forma del Santo Sepulcro de Jerusalén, pero E. Lambert, el gran especialista en la arquitectura europea de los siglos XII y XIII, ya se encargó de desmontar ese error, demostrando que lo que hacían era seguir la moda del lugar y del momento, y siguen haciéndolo, en la existencia de una especial arquitectura del Temple.
Es cierto que algunas iglesias templarias tienen planta octogonal –circular, se dice a veces-, como la del Temple de Londres, consagrada en 1185, que por cierto no forma parte de ninguna diócesis y su canónigo anglicano lleva el título de “maestre del Temple” y depende directamente de la corona, o la de Zaragoza, cuyos cimientos se excavaron hace unos años. Pero otras muchas presentan una sencilla planta rectangular, de una sola nave con ábside semicircular, al modo y manera de las iglesias de su tiempo, incluso mucho más sencillas si cabe.
A la vista de los planos de las iglesias que se conservan del Temple, parece evidente que no hubo un modelo templario de iglesia, ni otra ornamentación específica que algunos frescos con representaciones de caballeros de la Orden, al estilo de lo que es habitual en cualquier modelo de la época para cualquier orden militar. En cualquier caso, las iglesias que se han conservado o las que se han excavado no son templos grandes –pues no era necesario, al no estar abiertos al culto público, sino sencillos, de una sola nave, con muy escasa decoración escultórica, muy en consonancia con los votos de pobreza, castidad y obediencia que los caballeros profesaban. Es cierto que en alguno de estos templos se ha conservado la decoración pictórica, realizada al fresco sobre los muros, de limitada calidad artística, al menos en lo que se conoce, y siempre en torno a una temática relacionada con las actividades de la Orden (caballeros en formación, escenas de combate, etc.…). En la capilla templaria de Dognon, cerca de la localidad francesa de Cressac, unos frescos del siglo XIII representan a un caballero templario aplastando un demonio en presencia de una mujer; el caballero se ha identificado con San Jorge y la mujer con la Iglesia o con la Virgen María; se ha llegado a afirmar que esta imagen representa “el combate contra el paganismo”. En la iglesia, ahora de culto protestante, de Blanzac, al sur de la ciudad de Angulema, existe una capilla de gran sencillez arquitectónica, con pinturas al fresco que representan unos ejercicios militares en un castillo y una carga de los caballeros templarios saliendo de una fortaleza; los dirige San Jorge, uno de los santos favoritos de la Orden.
Son muchos los libros que tratan de “templos iniciáticos de la Orden del Temple”, como es el caso de la capilla de Sant Pere del Gros en la localidad de Cervera (Lérida), o de túneles secretos en fortalezas, como el que todavía se conserva bajo el interior de la cabecera de la iglesia del castillo de Monzón, asignándoles capillas de este tipo tienen una función normal en una orden de caballería, servir de espacio para la investidura de los nuevos caballeros y para celebrar los oficios religiosos en el convento, y los túneles bajo los castillos son habituales para escapar de ellos en caso de asedio o para buscar alguna en pozos subterráneos.
Los templarios dejaron miles de construcciones en toda Europa y en Tierra Santa; ni una sola de ellas presenta un solo elemento que no se repita en otras construcciones similares de la época; la torre del Temple en París, que desapareció en 1811 pero de la que quedan grabados, es igual a muchos de los grandes castillos del siglo XIII que todavía se conservan, sin la menor distinción respecto a ellos.
También se ha dicho que la obra iconográfica templaria de que hoy se dispone es tan pobre porque se destruyeron con saña las iglesias templarias y sus manifestaciones artísticas. A la vista de lo que queda y de la documentación conservada, en absoluto parece que fuera así.
Nada esotérico, ningún misterio que descifrar, ningún símbolo cabalístico o mistérico salta a la vista, ni siquiera en lo más recóndito de estas iglesias; los símbolos de las iglesias templarias son exactamente los mismos que los de las demás iglesias de la cristiandad de su tiempo, y el simbolismo solar que en ellos está presente no difiere en absoluto del que se observa en los templos románicos y góticos de la época.
A la vista de los planos, de los símbolos decorativos o de los signos lapidarios, nadie podría distinguir una iglesia templaria de otra que no lo es. De hecho, de la iglesia de la Vera Cruz de Segovia se ha llegado a decir, de manera temeraria y sin la menor documentación que lo probara, que era un edificio templario, atendiendo exclusivamente a su forma octogonal y a la dedicación a esta preciada reliquia de la cristiandad, cuando en realidad fue construida por la Orden del Santo Sepulcro.
Y así, sin el menor rigor documental, se han ido aduciendo atribuciones templarias a iglesias y catedrales de los siglos XII y XIII; de Nôtre-Dame de París se ha dicho que fue construida con dinero de los templarios.
Es ya vieja la leyenda que sostiene que los templarios trajeron de Tierra Santa el secreto para la construcción de las catedrales góticas. Los fervientes seguidores de las corrientes esotéricas aseguran, sin el menor rubor y sin ninguna prueba documental, ni siquiera el menor indicio, que los templarios encontraron en Jerusalén, en las ya famosas excavaciones arqueológicas que realizaron entre 1119 y 1125, el Arca de la Alianza, y que dentro del Arca había unos documentos de arquitectos egipcios en los que se enseñaban las claves y las técnicas para poder construir las catedrales. La pregunta es obvia: si fuese así, ¿cómo fueron capaces los templarios de traducir aquellos documentos que deberían estar escritos en el sistema jeroglífico? Este tipo de escritura no se descifró hasta los primeros años del siglo XIX, y fue gracias a la llamada Piedra de Rosseta, que tenía repetido el mismo texto en jeroglífico, en copto y en griego, que fue posible descubrir el significado de los jeroglíficos tras varios años de trabajo de un equipo de egiptólogos y lingüistas dirigido por el francés Champollion. Aunque hubieran encontrado textos egipcios, hubieran sido incapaces de leerlos, de interpretarlos y de traducirlos. Para los amantes de lo esotérico, estos textos habrían sido la puerta de acceso a una especie de geometría sagrada guardada en secreto durante siglos y que los templarios trajeron a Occidente. Había que justificar también cómo llegaron los papiros con los jeroglíficos que mostraban los secretos de las construcciones hasta el interior del Arca. Y se encontró una explicación espectacular: Moisés, el caudillo que liberó al pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto, sería el autor del robo de esos documentos secretos y se los llevó de Egipto, por eso lo persiguió con tanta saña el faraón hasta orillas del mar Rojo. Cuando en el Sinaí Dios le ordenó construir el Arca, los guardó en su interior, y allí habrían quedado custodiados hasta que los templarios los descubrieron al encontrar el Arca en el solar del Templo de Salomón.
Todo falla en este invento seudoesotérico, porque los egipcios siguieron construyendo templos tras la salida del pueblo de Israel, pese a que ya no contaban con los presuntos documentos secretos que explicaban la “geometría sagrada”, y porque la continuidad de la arquitectura del mundo antiguo no se interrumpió; bien al contrario, antes de que existieran siquiera los templarios, los hombres del Medievo fueron capaces de construir edificios fabulosos como la basílica de Santa Sofía en Constantinopla, las iglesias de Rávena y de Venecia o los templos románicos de San Saturnino de Toulouse o de Santiago de Compostela. Pero, aún así, no faltarán personas que intentarán demostrar que los templarios fueron conocedores de grandes misterios. Misterios que perduran entre nosotros.
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