Continuamos con el apartado dedicado a las leyendas templarias y que hemos recogido del libro Codex Templi, donde su autor, D. Santiago Soler, nos los relata en ese halo de misterio representativo en toda buena leyenda.
Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que sea de vuestro agrado.
Las profundas simas del Palancar y Sabinillo producen en los habitantes de Trébalo un temor supersticioso al que no pueden sustraerse. La tradición asegura que allí hay algo misterioso y sobrenatural. En la imaginación popular, estas cuevas son insondables, pobladas por raros y oscuros seres, habitantes de las profundidades, y advierten que pretender bajar a las simas es una locura y un suicidio.
Se dice que hubo quien intentó descender a las simas del Palancar y Sabinillo, y que para ello utilizó largas y resistentes cuerdas. Algunos de aquellos incautos, al llegar a cierta profundidad, pedían a gritos que las izaran rápidamente. Cuando llegaban arriba finalmente, aterrorizados y con el rostro desencajado, algunos caían desmayados.
En cierta ocasión, un atrevido forastero, que se mofaba del respeto y terror que en los trebagueños inspiraban dichas simas, se aventuró a bajar a ellas por su cuenta y sin ninguna compañía. Sucedió, según cuentan, que el sujeto bajó, sí, pero que jamás volvió a aparecer, ni vivo ni muerto, y que todos los artefactos y cuerdas que utilizó para el descenso fueron encontrados, sin desperfecto alguno, a la entrada de la sima.
Asimismo, la tradición popular asegura que en este lugar se encontraron antiquísimas vasijas llenas de monedas de oro, pertenecientes al tesoro de un convento de monjes templarios cuyas ruinas no se encontraban lejos de allí. Se dice también que las almas de aquellos desgraciados monjes aún vagan en las profundidades de las simas, vigilando celosamente sus tesoros.
Por otra parte, estas cuevas también se tienen por habitación y morada de los “isabelitos”, unos bandidos que a principios del pasado siglo aterrorizaron a los habitantes de esta comarca con sus fechorías.
En cierta ocasión, para tranquilidad de los vecinos de Trébago, se determinó hacer una investigación a fondo de las simas, para ver qué había de verdad en todos los misterios. A tal efecto se pidió un voluntario valiente que acometiese la empresa de bajar y hacer una determinada exploración de las cuevas. Con la ayuda de otros vecinos, el intrépido espeleólogo fue amarrado cuidadosamente y se le entregaron buenas antorchas, para que pudiera ver mejor lo que aconteciese a su alrededor; y así inició el descenso.
Cuentan que apenas había transpuesto la zona iluminada por la luz del día, comenzó a oír en torno suyo tal algarabía de horrísonos aullidos y gritos, tan lastimeros y dolientes, que, de inmediato, solicitó que le subieran lo más rápidamente posible.
Interrogado acerca de lo que había sucedido, no pudo declarar nada coherente; solamente afirmó que entre la confusión de tantos y tan variados ruidos y gritos, llegó a percibir –no muy claramente- unas palabras pronunciadas por una voz lúgubre y cavernosa que decía: “María, saca los cedazos”.
Ante tan evidentes pruebas de que en aquel lugar sucedía algo extraordinario e insólito, los que habían planeado la aventura optaron por dejar las cosas como estaban y no meterse en más averiguaciones, por si acaso les alcanzaba algún maleficio, como los que suponían que mortificaban a las almas de los antiguos monjes templarios. Aún en la actualidad, estas cuevas siguen ejerciendo una atracción misteriosa para todo aquel que conoce su leyenda y se aventura a pasar por sus alrededores.
Los recopiladores de esta leyenda, Santiago Lázaro e Irene Lázaro, realizaron en su día un exhaustivo trabajo de investigación en la zona y llegaron a algunas conclusiones muy reveladoras. Como en las leyendas gallegas, la tradición se ha hecho eco de relatos legendarios de raíces celtíberas, en las que existe una fortísima relación con el mundo natural, con las que existe una fortísima relación con el mundo natural, con las grutas y
Así pues, tras estudiar Dioses, ética y ritos, de Gabriel Sopeña Genzor (Prendas Universitarias de Zaragoza, 1987) –donde se hace un elaborado estudio sobre los dioses y las creencias mágico-religiosas de los celtíberos-, Santiago Lázaro e Irene Lázaro pudieron establecer una conexión entre la sierra del Madero (buena parte de la cual se encuentra en el término de Trébago) y los lugares sagrados donde estos antiguos pobladores efectuaban sus ritos religiosos, a partir del topónimo Vadaverum, identificado con el actual Madero.
La segunda leyenda de Trébago se escenifica en el monte de los Templarios, que toma su nombre de las ruinas de un antiguo convento de San Adrián, situado en el término municipal de Valdegeña. De este antiguo convento sólo quedan restos del muro norte, del ábside y los absidiolos, cuyo trazado circular se puede apreciar claramente.
Después de muchos años inspeccionando estas ruinas, después de muchos estudios y después de recabar variadísimos testimonios de pastores, cazadores y leñadores, Santiago Lázaro e Irene Lázaro han conseguido ubicar las distintas dependencias del convento, entre las que se encontraban los habitáculos y celdas de los monjes, una fuente que abastecía de agua al convento, un probable cementerio monacal, el patio o jardín, y una probable huerta de riego que actualmente ocuparía una meseta con ligera inclinación al sur pero bastante llana y susceptible de ser cultivada para la obtención de hortalizas y cereales, situada entre los dos barrancos que la limitan por el este y por el oeste, formando un espacio triangular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario