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viernes, 10 de febrero de 2012

Conociendo a Jesucristo: la confesión de Pedro y la Transfiguración.


Desde la encomienda de Barcelona recuperamos nuevamente el apartado dedicado a conocer mejor a la figura –probablemente- más relevante de toda la historia de la humanidad, Nuestro Señor Jesucristo. Se han escrito millares de libros sobre Él, se han divulgado todo tipo de hipótesis y especulaciones en forma de documentales, películas, obras teatrales y tiene espacios singulares (como esta humilde página) en la red virtual del mundo, internet.

Pero, ¿le conocemos?, ¿entendemos qué nos quiere decir? Si su respuesta es no, siga leyendo el siguiente texto escrito por el teólogo J.R. Porter de su libro “Jesus Christ”, donde nos explica un episodio que antecede a la Pasión.

Desde Temple Barcelona deseamos que su lectura os sea provechosa.

Representación de la Transfiguración de Jesús.

Los cuatro evangelios recogen el episodio en el que el discípulo Pedro hace una profesión (declaración) de fe del carácter especial de Jesús (Mt 16, 13-23; Mc 8, 27-33; Lc 9, 18-22; Jn 6, 67-69). Mateo y Marcos ubican esta escena en los alrededores de Cesarea de Filipo, en el extremo norte de Palestina. En el núcleo de la confesión de Pedro se haya la declaración del convencimiento de los discípulos de que Jesús es el Mesías. En Mateo, Marcos y Lucas, Jesús nunca utiliza el término “Mesías” para hablar de sí mismo, y en sus relatos del ministerio de Galilea aparece una sola vez, en boca de los demonios (Lc 4, 41). Es sólo después de la declaración de fe de Pedro cuando esta cuestión adquiere importancia.

En el judaísmo de la época existían diversos conceptos mesiánicos, pero prácticamente todos implicaban la creencia en la intervención de Dios en la historia, a través de un intermediario que “redimía a Israel” (Lc 24, 21) de sus opresores. En Cesarea de Filipo, los discípulos reconocieron en Jesús a ese intermediario: él es más que el precursor del Redentor, más que un profeta, maestro o curandero: él es el mismo Redentor. No obstante, Jesús vio su obra redentora de forma diferente a como la mayoría de judíos esperaba del Mesías. Tenía que completarse con su muerte y resurrección, una verdad que Jesús puso de manifiesto en las tres predicciones de la Pasión. Explicó a los discípulos que las autoridades religiosas judías le negarían y le conducirían a los opresores paganos. Cuando Pedro no quiso aceptarlo, Jesús le amonestó (Mc 8, 32-33; Mt 16, 22-23).

Un Mesías crucificado podría haber parecido una contradicción para muchos judíos y el anunciar a Jesús como el Mesías hubiera creado falsas expectativas. De manera que Jesús insistió que esta verdad debía mantenerse en secreto entre los discípulos, para ser revelada sólo cuando hubiera sido reivindicado por su verdadera resurrección de la muerte (Mc 9, 9; Mt 17, 9). Ni siquiera los discípulos serían capaces de entender el significado de la misión de Jesús.

La confesión marca el final del ministerio de Jesús en Galilea –sólo volvió brevemente- y el inicio de su viaje final a Jerusalén. En Mateo y Marcos, el contenido de la narración también cambia notablemente sólo contabilizan dos sanaciones milagrosas y dan mayor énfasis a las enseñanzas de Jesús, que se imparten principalmente a sus discípulos más allegados. Del mismo modo, Lucas también da más importancia a las enseñanzas de Jesús, pero el cambio es menos marcado y su relato del viaje a Jerusalén incluye diversos temas.

De Cesarea de Filipo en adelante, los evangelios adquieren progresivamente un tono de tragedia. Jesús está cada vez más aislado y la narración alcanza el clímax cuando todos los discípulos le han abandonado (Mc 14, 50; Mt 26, 56)

La Transfiguración

La confesión de Pedro se sigue en el episodio conocido como la Transfiguración, en el que Jesús aparece transfigurado –iluminado por la gloria- en la ladera en compañía de Moisés y de Elías (Mt 17, 1-8; Mc 9, 2-8; Lc 9 28-36). La experiencia aporta la confirmación divina de la vocación de Jesús como Redentor y de sus palabras (Mc 8, 34; 9, 1) de sufrimiento como una condición para ser su discípulo.

Un privilegiado trío de discípulos, Pedro, Jacobo y Juan, presencian el suceso y perciben la realidad del mundo divino al cual pertenece Jesús. Fueron cubiertos por una “nube de luz” (Mt 17, 5), un signo de la presencia de Dios, de la cual salió una voz celestial que pronunció unas palabras que recordaban al bautismo de Jesús (Mc 9, 7 y paralelos). Al igual que el bautismo fortaleció a Jesús para su ministerio en la tierra, la Transfiguración es un avance de lo que será la gloria de Cristo resucitado.

El episodio de la Transfiguración contiene varios motivos bíblicos. Moisés está claramente presente (Ex 24, 15-18; compárese también Ex 34, 29 y Mt 17, 2). Habitualmente, Moisés y Elías son considerados símbolos de la ley y de los profetas respectivamente, dos de las tres subdivisiones de la Biblia hebrea. Así pues, ellos representan la antigua alianza con Israel, la cual es reemplazada por Jesús. En las tradiciones rabínicas, se esperaba que Moisés y Elías aparecieran en el fin del mundo, de manera que su presencia podría indicar que estaba a punto de comenzar una nueva era, iniciada con la muerte y la Resurrección de Jesús.

Escritos judíos no bíblicos hablan de personas que ascendieron hasta la presencia divina, donde fueron transfigurados en seres celestiales y conocieron secretos divinos. Se vistieron con brillantes ropas blancas, la vestimenta de los ángeles. Estos relatos parecen tener su origen en las visiones personales de videntes, y la Transfiguración podría representar una experiencia similar de transformación mística por parte de Jesús, compartida también por los tres discípulos.

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