Desde la encomienda de Barcelona, recobramos el apartado dedicado a indagar sobre la historia de los templarios. Esta vez, el catedrático en historia, Alain Demurger, nos acerca al mundo medieval, enseñándonos la importancia que tenía
Desde Temple Barcelona, deseamos que su lectura os aclare algunas cuestiones.
Guerra justa o guerra santa son los caminos más cortos hacia la paz. La paradoja no es más que aparente, puesto que en
“Debemos querer la paz y no hacer la guerra salvo por necesidad, ya que no se busca la paz para hacer la guerra, sino que se hace la guerra para obtener la paz. Sed, pues, pacíficos, incluso en el combate, a fin de que, gracias a la victoria, conduzcáis a los que combatís a la dicha de la paz” (carta 305).
Guerra justa, guerra santa y cruzada permanecen así asociadas a la paz. La guerra santa procura la paz, y ésta sólo es durable gracias a la guerra santa. Con toda lógica, san Bernardo aplica a casos concretos la fórmula siguiente: restablecer la unidad de
La noción de paz se aplica a situaciones concretas, las de un mundo en plena mutación, donde reina la violencia. Violencia agravada por el desarrollo de una categoría social nueva, la caballería. Hacia el año mil, los caballeros, profesionales del combate a caballo, son los causantes de disturbios, los bandidos, raptores de doncellas y ladrones de los bienes de
Esta violencia no conoce límites cuando se produce la declinación del poder real durante el reinado de los primeros Capetos. Demasiado débil, el rey no cumple ya su misión de justiciero, de defensor de los pobres (hay que entender por pobres a todos aquellos que, cualquiera que sea su posición social, no pueden defenderse por sí mismos), de las viudas y los huérfanos. Única fuerza todavía sólida,
En el curso del siglo XI,
Y en el momento en que la tregua de Dios se extiende, principalmente en Francia. Adalberón de Laon elabora su célebre esquema de la organización tridimensional de la sociedad: los que rezan, los que combaten y los que trabajan. La coincidencia no debe nada al azar. Así se reconoce el lugar del caballero en la obra de Dios. A condición de guiarle, de disciplinar sus instintos belicosos y de orientarlos en la buena dirección, el caballero puede servir a la obra de Dios. A
Suger nos relata una operación de este género. Él y algunos otros se enfrentan a las fechorías de Hugo de Puiset. Estamos en 1111 y, para acabar con la víbora, ha sido preciso recurrir al rey. “Hugo no se preocupaba ni por el rey del Universo ni por el rey de Francia […] y la emprendió contra la muy noble condesa de Chartres y contra su hijo Teobaldo.” Dirigiéndose al rey, le recuerdan “que debía al menos considerarse que las iglesias habían sido oprimidas, los pobres sometidos a pillaje, las viudas y los huérfanos víctimas de vejaciones muy impías, en resumen, la tierra de los Santos y los habitantes de esta tierra entregados como presa a la violencia”. El rey y el conde sitian a Hugo en su castillo. Un primer asalto, fallido, deja a la hueste real abatida…
“…cuando la fuerte, la todopoderosa mano de Dios todopoderoso quiso que se le reconociese como único autor de una venganza tan manifiesta y tan justa. Estaban presentes las comunidades de las parroquias del país. Dios suscitó el vigoroso aliento del heroísmo en un sacerdotes calvo, a quien le fue dado, contra la opinión de los hombres, el poder de cumplir lo que aparecía como imposible para el conde en armas y para los suyos…”
Luis VI tuvo que intentarlo tres veces, en 1111, 1112 y 1118, antes de imponerse al señorial saqueador. Vencido, Hugo partió en peregrinación a Tierra Santa, donde murió. Como puede juzgarse por la muestra, la empresa de pacificación no era fácil de realizar. Su objetivo consistía no sólo en corregir al pecador, sino también en convertirlo, a fin de que se pusiese al servicio de Cristo. La actuación de los gregorianos resulta fundamental en este camino hacia la salvación, en que el caballero bandido se convierte en caballero de Cristo (miles Christi).
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