Desde la encomienda de Barcelona
recuperamos el apartado histórico de la orden del Temple. El catedrático en
historia, Alain Demurger, nos transporta a través del tiempo para adentrarnos
en cómo se respiraba en las encomiendas templarias. Para ello hemos
seleccionado un nuevo texto de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”.
Desde Temple Barcelona esperamos que su
contenido os sirva para contextuar la vida que llevaba un caballero templario.
Además
de administrador, el preceptor o comendador es también el jefe de una comunidad
religiosa. A ese título, debe velar por el respeto de la regla. Redactada en
función de las necesidades de la orden en Tierra Santa, los templarios de
Occidente tienen, sin embargo, que conformarse a ella. Por lo demás, ciertas
prescripciones se aplican con mayor facilidad que en Oriente, las que se
refieren al servicio divino, por ejemplo.
La
ascesis templaria se ajusta a las condiciones particulares de la vida del monje
soldado, que lleva la dura vida de los campamentos. Y aunque no la lleve
siempre ni en todas partes, debe evitar toda práctica ascética susceptible de
alterar su salud. El dominico Esteban de Borbón relata la historia del “Señor
Pan y Agua”, un templario que, a fuerza de privaciones, se había debilitado
tanto que no se sostenía sobre el caballo. La regla del Temple no exige ese
género de prácticas. Muy al contrario, el templario tienen derecho a cierto
confort. Ha de llevar ropa adaptada tanto a los fuertes calores como al frío
(artículo 20); tiene derecho a un material cómodo para acostarse (artículo 21),
y los inventarios hechos en las casas templarias en el momento de la detención
de los miembros de la orden en 1307 enuncian con precisión los elementos de la
ropa de cama en el dormitorio común. En su primera redacción, la regla
recomienda a los hermanos que permanezcan sentados durante el oficio:
“Ha
llegado a nuestros oídos […] que, sin interrupción, oís de pie el servicio de
Dios. No os lo recomendamos. Lo desaprobamos. Y ordenamos que […], para el
canto del salmo que comienza por Venite
y para el Invitatorio y el himno, tanto los fuertes como los débiles se sienten
[…]. Pero al final de los salmos, cuando se cante el Gloria Patri, por reverencia a la Santa Trinidad , levantaos e
inclinaos; los débiles y los enfermos inclinarán la cabeza… (artículos 15 y
16)”.
Pero
las diferencias con la ascesis monástica tradicional son más marcadas todavía
en el capítulo de la alimentación. El templario hace dos comidas diarias, a
excepción de los períodos de ayuno, en las que no hace más que una. El maestre
del Temple también, por consiguiente. El preceptor de una encomienda puede
autorizar una tercera comida. El templario como carne tres veces a la semana
(artículo 26). “Muchas veces, se da dos clases de comidas a todos los hermanos,
a fin de que los que no coman de una puedan comer de la otra, o de tres clases,
cuando hay abundancia en las casas y los comendadores lo quieren así” (artículo
185).
Las
comidas transcurren en silencio, como en todas las comunidades monásticas. De
todos modos, el templario medio no conoce, como los cluniacenses, el lenguaje
de los signos que permite pedir pan o sal sin decir una palabra. Por ello, se
le permite hablar un poco, aunque discretamente, para no molestar al lector,
que lee fragmentos de los textos sagrados.
Esté
en Tierra Santa o en Occidente, el templario no debe permanecer ocioso. Cuando
el preceptor de su convento no le requiera para cumplir un servicio, se ocupará
de sus caballos y sus armas (artículo 285). En este caso necesario, mandará
efectuar las reparaciones necesarias. Por lo demás, prohibírselo equivale a una
sanción. No hace falta precisar que, entre los hermanos de oficio, el hermano
herrero es uno de los más solicitados.
¿Los
templarios se entrenan para el combate? La carga de la caballería pesada no se
improvisa. En Occidente, torneos y cacerías preparan al caballero para el
combate. Ahora bien, la regla prohíbe a los templarios ambas actividades. Sin
duda hay que identificar como maniobras de entrenamiento esos desplazamientos
en grupo, de “albergue” en “albergue”, que llevan a cabo los templarios de
Oriente para ocupar los momentos de ocio. ¿Y en Occidente? Se sabe poca cosa al
respecto. A veces se cita al campo de Fickettscroft, en Londres, como terreno
de entrenamiento. Los estatutos conventuales prevén concursos de tiro al arco y
a la ballesta, animados con apuestas sobre objetos sin valor (artículo 317).
El
servicio divino ocupa una parte bastante importante de la vida diaria. La regla
prevé el caso, frecuente en Oriente, de que los templarios no puedan celebrar
regularmente el servicio divino porque sus obligaciones militares se lo
impiden. Autoriza incluso a aprender los oficios de prima, tercia y sexta
(artículo 10). Pero, excluyendo estos casos de fuerza mayor, los templarios
tienen que conducirse como religiosos y seguir los oficios, recitar salmos y
padrenuestros en las horas canónicas. Nada que ver, ya se imagina, con el
esplendor del Opus Dei de los cluniacenses. Sin embargo, no se debe subestimar
el alcance de estas oraciones en común, que han contribuido, en la misma medida
que los combates, a forjar un espíritu de cuerpo. Jacobo de Molay, el último
maestre del Temple, no se equivocaba sin duda al decir, durante el
interrogatorio a que se le sometió en noviembre de 1309:
“…que
no conocía orden en que las capillas y las iglesias tuviesen ornamentos,
reliquias y accesorios del culto divino mejores ni más bellos y en que el
servicio divino fuese mejor celebrado por los sacerdotes y los clérigos, a
excepción de las iglesias catedrales”.
El
hecho de que el servicio divino esté asegurado por un capellán miembro del
Temple no dispensa totalmente a los templarios de recurrir a los servicios de
sacerdotes u obispos exteriores a la orden. Todas las casas del Temple no
disponen de un hermano capellán, y éste no disfruta de un poder de absolución
ilimitado. No está capacitado para “juzgar” a un templario culpable de la
muerte de un cristiano, ni a un templario culpable de simonía (tráfico con los sacramentos
de la Iglesia ).
Por último, un templario puede recurrir siempre a los servicios del sacerdote
de su preferencia; una bula pontificia lo recuerda expresamente a principios
del siglo XIV. La acusación hecha a la orden a este respecto –es decir, la
negativa a consultar a clérigos exteriores a la orden- es falsa. Actuando como
testigos en el proceso de los templarios de Lérida, Aragón, ciertos
franciscanos afirmaron que habían recibido con frecuencia las confesiones de
templarios. No puede negarse que se dieron abusos en este terreno. No sólo los
capellanes de la orden se excedían en sus poderes, sino que se sabe con
seguridad que maestres y preceptores, no ordenados sacerdotes, absolvieron a
veces los pecados de sus hermanos, para lo cual no tenían ningún poder. El
obispo de Acre, Jacobo de Vitry, puso en guardia a los templarios contra esta
tentación. “Los hombres laicos no deben usurpar las funciones del sacerdote
[…], ya que las llaves no les han sido confiadas, no el poder de atar y
desatar”.
Los
templarios tenían el deber de dar limosna y practicar la caridad, lo mismo que
la hospitalidad. Su ideal no se limitaba a combatir, sino que consistía en
conducirse a diario como “pobres caballeros de Cristo”. Hacer voto de pobreza
significa también ayudar a los pobres. Tanto en Jerusalén como en la más
pequeña encomienda, los templarios están obligados a dar de comer a los pobres.
Al final de las comidas, preparadas con abundancia para este fin, se
distribuían los restos. Las casas del Temple debían acoger a los huéspedes de
paso. La carga resultaba particularmente pesada para la casas presbiterial de
Jerusalén.
Durante
el proceso, se acusó con frecuencia a los templarios de avaricia. Se les
reprochó asimismo acoger de mejor gana a los huéspedes de pago, a los ricos,
que a los pobres a los que había que mantener. De creer a juan de Wurzburgo,
que visitó el Temple durante la segunda cruzada, los templarios no hacían en
este campo la décima parte de lo que hacía el Hospital. Maticemos, sin embargo.
Las acusaciones no son generales. La caridad y la hospitalidad no forman parte
de las misiones de la orden. El Hospital, orden caritativa, se ha convertido en
orden militar. El Temple no recurrió nunca –no tenía por qué recorrerlo- el
camino inverso.
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