Desde la encomienda de Barcelona, hemos considerado interesante tratar un tema del que aborda el escritor y periodista español, Jesús Ávila Granados, en su libro “La mitología templaria”, sobre el paralelismo de la simbología templaria con el Yin-Yang de la China milenaria.
Deseamos que su lectura la encontréis interesante.
El I-Ching es el libro del cambio, de la sabiduría, de la ciencia y el espíritu creativo del hombre, provisto de la doble dimensión de la vida, tanto física como psíquica, material e inmaterial.
A través de su extraordinaria riqueza simbólica vamos a intentar desvelar algunos de sus interesantes secretos, que han permanecido ocultos para Occidente durante milenios.
En la historia china se menciona el I Ching (se pronuncia “ye yin”) o Libro de los cambios, también denominado Oráculo de las alternancias o de la sabiduría, en el año 3300 a.C., en relación con Fu-Shi. De él se refiere: antiguamente, cuando la regla de todo lo que hay bajo el cielo estaba en las manos de Fu-Shi, éste, mirando las formas exhibidas en el espacio y contemplando las pautas mostradas sobre la tierra, remarcó las apariencias ornamentales en los pájaros y las bestias y sus sutiles diferencias con las del suelo. Encontró motivos que considerar sobre su propia persona y en todas las cosas. Partiendo de todo ello y para expresar la apariencia del espíritu en los actos inteligentes de la naturaleza y clasificar todas las cualidades de las cosas, dibujó ocho figuras lineales de tres líneas cada una.
El libro del I (cambio) se escapó de las hogueras inquisidoras de Ch’in en el año 213 a.C., desastrosas para la casi totalidad de la antigua literatura china, porque en el informe que Li Shih, el primer ministro de Ch’in, dirigió a su soberano recomendándole que los libros viejos deberían ser arrojados a la hoguera, se hacía excepción de aquellos que trataran de medicina, de adivinación y de ciencias del hogar. El I Ching fue considerado como un tratado de adivinación y se preservó.
El tema del I Ching es el avance y retirada del Dragón (el símbolo de las fuerzas benéficas de la naturaleza y del hombre superior o Gran Hombre). La efectividad del hombre y su liberación de problemas y limitaciones se encuentra en la integración con las fuerzas de la naturaleza. El libro enseña que la vida propia y buena se consigue cuando se realiza en armonía con el flujo del yin y yang. El hombre superior se esfuerza en desarrollar la vigilia consciente de ese flujo y su intuición llega a ser tan aguda que él se mueve dentro del continuo avance y retroceso de las fuerzas vitales de la naturaleza y nunca contra ellas, porque se da cuenta de que esto último es inútil y destructivo. Es sabio y sigue el flujo de las fuerzas, y, de ese modo, llega a ser como el agua que en primavera llena el cauce seco del río.
Todo esto implica una “inteligencia progresiva” (el hombre medio madura en hombre superior a través de la experiencia), que puede encontrar su paralelo en el misticismo de Occidente y en la idea ocultista de la expansión de la conciencia y su movimiento hacia el Espíritu Universal. Hoy es indudable que la frontera de la conciencia del hombre sobrepasa en mucho la visión materialista de los siglos XIX y XX, cuyas escuelas de positivismo lógico, en la filosofía y en la psicología del comportamiento (behaviorismo), representan al hombre como un sofisticado aparato mecánico, limitado en su percepción por los cincos sentidos.[…]
Los creadores del I Ching buscaron también el ritmo del universo. Donde había sólo misterio para muchos y miedo por la transitoriedad de la vida para otros, encontraron una verdad eterna para unos pocos.
Este movimiento de la vida es necesariamente última destrucción y eterno renacer; su polaridad de principios y energías dicta un modo de vida que puede, si se basa sobre la intuición y la sabiduría, identificarse con la vida del cosmos, y así supieron asimilarla los templarios, cuando diseñaron su propio símbolo yin-yang y lo situaron en lugares muy trascendentales de sus construcciones más sagradas. No es una casualidad, por lo tanto, que sea a través de un óculo –de 75 centímetros de diámetro, con la imagen doble del yin-yang- por donde, a través de sus redientes góticos del ventanuco, según la leyenda, en 1231, los ángeles trajeron desde Tierra Santa la cruz templaria más emblemática de nuestro país, introduciéndola en el altar de la iglesia de este santuario del Temple de Caravaca (Murcia), ante los extasiados ojos de todos los allí presentes. En la ciudad de Tortosa, concretamente en el claustro de su catedral, también aparece un curioso óculo –aunque tapado por la Inquisición en el siglo XVI-, el cual iluminaría el corazón del altar mayor; se da la circunstancia de que, antes que el templo cristiano, este edificio fue la mezquita Mayor de la ciudad hispano-musulmana y, por lo tanto, este óculo iluminaría la portada de acceso al mihrab, orientado a la Ciudad Santa de la Meca. Muchos son los elementos que recuerdan la universalidad de I Ching y su representación simbólica de todas y cada una de las motivaciones nacidas del deseo y el pensamiento humano. Este doble y complementario símbolo nos desvela una parte importante de los más profundos conocimientos que, desde los tiempos antiguos, se tenían sobre la mente; y los templarios supieron muy bien recoger tales connotaciones, cuando estuvieron en Tierra Santa, territorio convertido en etapa por las innumerables caravanas de pueblos y culturas que, a través de la ruta de la seda, alcanzaban las costas del Mare Nostrum.
La tau (Tav), que se corresponde con la novena letras del alfabeto hebreo, tiene el mismo significado que la griega omega, en el sentido de fin o consumación de las cosas. Esta letra tuvo para los templarios un valor muy especial, porque transmitía una serie de valores que superaban los límites de lo material.
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