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jueves, 10 de junio de 2010

El simbolismo cristiano y el Temple


Hoy queremos compartir un nuevo texto de nuestro amigo Jesús Ávila Granados, publicado en su libro “La mitología templaria”, donde nos habla sobre el simbolismo templario en sus construcciones.

Deseamos que su contenido sea de vuestro agrado.

Imagen de Nuestra Señora de la Encina (Virgen descubierta por el Temple)

La iconografía cristiana utiliza la cruz tanto para expresar el suplicado. La cruz sin cúspide es uno de los cuatro grandes grupos de cruces existentes en la simbología cristiana. Si el compás era el signo que confería a la divinidad el atributo de Gran Arquitecto del Universo, representado en forma de triángulo equilátero (véase el rosetón del ábside de Valderrobres, Teruel), la tau constituía el apoyo del báculo del gran maestre templario.

En la alquimia, la muerte vencida por el sacrificio, en forma de cruz sin cúspide (la tau), lleva colgada una serpiente –como símbolo de las fuerzas gnósticas terrenales- clavada a una estaca. Esta singular cruz cósmica, símbolo de la sabiduría y del conocimiento, la tau templaria, reviste ya un sentido misterioso en el Antiguo Testamento. El palo del sacrificio que lleva Isaac sobre los hombros tiene esta forma y por eso es eximido aquél, al retener un ángel el brazo de Abraham, cuando se dispone a inmolar a su hijo.

La tau, como veremos después, también fue un signo utilizado por la Orden de San Antón, como lo confirman los testimonios de esta letra que se conservan en los edificios antonianos que salpican el Camino de Santiago (Alesón, en La Rioja; convento de San Antón, de Castrogeniz, en Burgos, etcétera).

El símbolo de la tau está muy repartido por la geografía hispana. A continuación, citamos algunos de estos lugares, en los cuales también flota la sombra de los caballeros del Temple.

En la carretera que va de Burgos a Palencia, pasando por la localidad de Hontanas, antes de llegar a Castrogeriz, se encuentran las ruinas del convento de San Antón, obra de gran interés por su significación histórica, así como por los restos arquitectónicos que conserva. El lugar fue albergue de peregrinos en su interminable caminar en la ruta jacobea. Los altos muros del convento flanqueaban el camino, sobre el que todavía se alza un elevado pórtico o pasadizo, con dos arcos ojivales, bajo el cual se abría la portada principal de acceso al templo. Se conservan dos hornacinas abiertas en el grosor de los muros, en cuyo interior se acostumbraba a depositar un poco de pan y una alcuza con aceite, para atender a los peregrinos que llegaban de noche y se encontraban, como era de rigor, con las puertas del cenobio cerradas. Este convento, hoy propiedad particular, antaño disfrutaba de la protección real, al igual que otras tantas iglesias y hospederías que, en los siglos medievales, jalonaban el Camino de Santiago. La fundación del convento, hoy en ruinas, se debió a la Orden de San Antón, creada en 1093, en Viana del Delfinado (Francia), por un señor llamado. Gasson, cuando su hijo fue curado, por intercesión de San Antonio Abad, de una especie de enfermedad denominada “el mal de las ardientes”, epidemia que apareció por primera vez en Europa hacia el año 945 y que la devastó durante los siglos X y XI. Puesta bajo la advocación de este santo, la orden adoptó la regla de San Agustín, extendiéndose rápidamente por Francia, Italia, Alemania y la España cristiana, en donde alzaron hospitales para atender y curar a los que padecían el terrible mal, conocido igualmente como “fuego de San Antón”.

Los enfermos de este mal que solicitaban asilo en el convento procuraban llegar de día. Se anunciaban con el canto denominado ultreya, acompañado de los armoniosos sones de su báculo-flauta, y eran los templarios quienes garantizaban a los peregrinos enfermos la llegada más segura a este convento de la provincia burgalesa, sobre el eje mismo de comunicaciones del Camino de Santiago. Los monjes del convento habían depositado en la Orden del Temple todo el sistema operativo de recogida de enfermos, facilitando su posterior instalación en el sendero de las estrellas. Por lo tanto, una vez que se habían hospedado y visitado el convento, los peregrinos, antes de proseguir su marcha, recibían de los monjes la tau –en forma de escapulario-, que se colgaban a modo de collar en el pecho; también recibían pan y vino, así como las famosas campanillas con la cruz del santo. Todo esto, según el rito antoniano, era bendecido, y los que deseaban quedarse para su completa curación pasaban al hospital del convento, donde la mayoría de las veces conseguían el restablecimiento físico y psíquico.

La iglesia es de estilo gótico y conserva parte de sus muros, pero la bóveda desplomada nos da idea del valor arquitectónico que conserva; en sus muros se abren todavía hermosos ventanales apuntalados. El convento tiene dos puertas de entrada: una, enclavada a los pies del templo, y la otra, la más importante, situada bajo el pórtico que se alza sobre el camino. Está formada por dos arcos ojivales –hoy tapiados con parteluz- y sobre éstos, en el tímpano, una repisa con dosel, la cual debió de albergar una imagen; cobija el conjunto un gran arco ojival abocinado, que protege un guardapolvo, formado por seis archivoltas, sin columnas, decoradas con una rica ornamentación escultórica. En el hastial de los pies, rematado por una pequeña espadaña, está situado un rosetón majestuoso, en el cual figuran, haciendo círculo, un total de ocho taus, que giran en el interior de sendos círculos; emblema que se repite también en un gran ventanal germinado que se encuentra en uno de los muros que bordean el camino, junto a un escudo de piedra que ostenta el águila imperial de Alemania. No debemos olvidar que por Castrogeriz coincidieron, en el tiempo medieval y en el espacio de la vía de peregrinación jacobea, templarios y teutones, quienes ayudaron a los monjes de la Orden de San Antón, dada la pobreza de éstos.

El convento de San Antón, a pesar de su dramático abandono y sus evocadoras ruinas, es capaz de transmitir un esplendoroso pasado vinculado con las peregrinaciones de los siglos XII y XII, cuando los caballeros del Temple superpusieron toda una garantía de seguridad y de estrecha colaboración, en la constante tarea de ayudar a los peregrinos más necesitados.

En la ciudad de Tarragona también vemos repetida la tau medieval –o cruz sin cúspide-, relacionada con la Orden del Temple, en la rejería que rodea al recinto de la catedral, obra cumbre de la transición del románico al gótico en Cataluña. La tau se halla sobre una especie de fuego, forjado en hierro, representando el talismán mágico, y al mismo tiempo sagrado, contra el terrible “mal de los ardientes”, o “fuego de San Antón”; epidemia que, según las crónicas altomedievales, igualmente asoló la Cataluña meridional durante los siglos XI y XII.

Pero es en Ponferrada donde podemos apreciar una de las taus más representadas del Temple, concretamente, en la clave del arco de entrada al castillo, una de las fortalezas más emblemáticas relacionadas con los templarios en la península ibérica. La fortaleza de Ponferrada, en la comarca leonesa del Bierzo, gracias a su estratégica ubicación sobre el eje principal de caminos a Compostela, controlaba al mismo tiempo importantes centros mineros de la región. Algunos de ellos, como el de Las Médulas, fueron ya utilizados en la Antigüedad por los romanos, quienes allí extrajeron de las entrañas de la tierra las riquezas auríferas con las que costearon a las legiones de todo el imperio, gracias a la colosal técnica de la ruina montium (basada en el derrumbe de colinas enteras por acción del agua salvaje, precipitada por el vaciado de embalses enteros). Los templarios, en manos de su maestre Guido de Garda, recibieron de Fernando II, en 1178, esta fortaleza, como premio a la valentía de los caballeros en las luchas contra los hispano-musulmanes en tierras de la Alta Extremadura. La elección de este castillo hizo dudar bastante al monarca leonés, que no comprendía que no hubiesen elegido un recinto más próximo a la línea fronteriza con Al-Andalus; y, sin saber aún los motivos de los templarios, aquel mismo rey no tardaría en arrebatarles el estratégico castillo a los caballeros. Sin embargo, su sucesor en el trono de León, Alfonso IX, en 1211, no dudó en volver a entregarles a los templarios esta fortaleza.

El Temple consolidó en Ponferrada el centro neurálgico de un territorio de suma importancia; además de volver a poner en funcionamiento viejas galerías y explotaciones mineras, introdujeron el culto a Nuestra Señora de la Encina, tras el legendario descubrimiento de la imagen de la Virgen en el interior de un tronco de encina por parte de un Freire, cuando éste estaba talando en un bosque para la ampliación de la fortaleza. En este sentido, es preciso recordar que las mismas coordenadas espaciales del recinto amurallado están basadas en ancestrales reglas zodiacales. Su patio de armas, uno de los mayores de la Edad Media occidental, se abre en forma de media luna, en cuarto creciente; en posteriores campañas de excavación arqueológica aparecieron toda clase de símbolos ocultistas que vinculan aún más este singular castillo con el Temple y los alquimísticos constructores. Pero es en la entrada, sobre la losa clave del arco de acceso, donde se muestra la tau, la cruz mágica del Temple, recordando a todos que aquella fortaleza fue uno de los recintos más enigmáticos de la orden en la península ibérica.

1 comentario:

  1. Me parece iinteresantísimo todo lo que explicas.
    Muchas gracias

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