Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con la IIª parte de “El último secreto del Temple”, escrito por el investigador español, Javier Sierra, y publicado en su libro “La ruta prohibida”.
Deseamos que su lectura la encontréis interesante.
Imagen del cardenal Pagano, prefecto del Archivo Secreto Vaticano
El Vaticano da marcha atrás
Al entrar en el Aula Vieja del Sínodo, una sala abovedada con grandes y anacrónicas pantallas de plasma en sus columnas de ladrillo, retazos de aquella tragedia comenzaron a desfilar a toda velocidad por mi memoria. 13 de octubre de 1307: la fortaleza templaria de París es asaltada por los soldados fieles al rey y sus dirigentes, prendidos por sorpresa. No hay resistencia. A la misma hora, todas las encomiendas de la orden en Francia son tomadas por los hombres del monarca en una operación coordinada sin precedentes. Veinte mil miembros son detenidos; de ellos, sólo quinientos cuarenta y seis son caballeros. 19 de octubre de 1307: la Inquisición se ocupa de los prisioneros y comienzan los primeros interrogatorios. Se les acusa de obligar a sus novicios a escupir sobre un crucifijo y a renegar de Cristo, la Virgen y los Santos. A ese cargo pronto se añadirán otros como los presuntos besos obscenos que los recién ingresados debían dar a sus superiores en partes impúdicas de su anatomía, así como su presunta adoración de un misterioso ídolo, una cabeza barbuda a la que llamaban Baphomet. Sin quererlo, recordé el cráneo que tiempo atrás visité en la catedral de Amiens. 25 de octubre de 1307: Jacques de Molay, el último gran maestre del Temple, admite (tras ser torturado) que esas acusaciones tienen fundamento. Lo hace ante una audiencia pública convocada por el rey, en presencia de teólogos de la Sorbona.
Tal como estaba en los cálculos de Felipe IV, el escándalo de aquellas declaraciones fue mayúsculo y sacudió toda la cristiandad.
La Orden del Temple firmó ese día su sentencia de muerte. Sin embargo, algunos cabos importantes se escaparon del control real: jamás apareció el fabuloso tesoro de los templarios, ni ninguna de las valiosas reliquias que presuntamente consiguieron durante sus años en el Templo de Salomón. Tampoco llegó a tiempo para confiscar su importante flota marítima que, sencillamente, desapareció de los puertos galos. Felipe IV tuvo que conformarse con ajusticiar al venerable Jacques de Molay, que terminó sus días en la hoguera el 13 de mayo de 1314, con la vista puesta en la catedral de Notre Dame de París, después de siete largos e infructuosos años de proceso judicial contra él y sus hombres.
-Tal vez el Vaticano vaya a pedir perdón por esa condena- susurra Paloma Gómez Borrero mientras tomamos asiento-. Algunos rumorean que Benedicto XVI podría absolver a los templarios.
No llego a responder.
Antes de que la sala del Sínodo termine de llenarse de periodistas, cinco hombres y una mujer joven irrumpen en el lugar, tomando asiento en la mesa presidencial. Los encabeza monseñor Sergio Pagano, cardenal y prefecto del Archivo Secreto, mientras todas las cámaras de televisión comienzas a seguirle. Las pantallas de plasma recogen el momento. Él será el hombre que nos sacará de dudas:
-Buenos días –tose ante el micrófono, después de acomodarse-. Déjenme decirles en primero lugar que la actitud del Archivo Secreto Vaticano no encierra con este acto, ni puede hacerlo, voluntad celebrativa ni reivindicativa alguna, como se ha dicho, respecto a los templarios.
-No habrá perdón –murmuré en voz baja al oído de Paloma. Ella tiene su atención centrada en monseñor.
-El hecho, del todo accidental, de que los templarios fueran procesados en octubre de 1307 y que este acto tenga lugar setecientos años exactos después, es del todo fortuito –añade el cardenal.
A continuación, monseñor Pagano, un tipo alto, calvo, de gesto severo, asegura que tanto rumor alrededor de la reunión en la que nos encontramos no es del gusto de la Santa Sede. El acto, dice, es la mera presentación formal de un pergamino de 700x580mm., fechado el 17 de agosto de 1308, redactado en medio del proceso legal contra el Temple, del que ahora se lanza una edición facsímil de sólo ochocientas copias. Para la Iglesia, y según sus propias palabras, esa tirada tiene un valor más artístico que documental. Se refiere a ella como “el pergamino de Chinon”, y no parece que desee concederle más valor que el de un pequeño matiz histórico. Un matiz, recuerdo en ese instante, por el que murieron centenares de caballeros cristianos fieles al Papa.
-Pese a que aún no se ha escrito todo sobre el proceso de estos caballeros –prosigue-, nuestra obra no pretende desvelar cosas escondidas, ni una exclusiva. Está dirigida a un público amante de los documentos históricos.
Un escándalo de siete siglos
Con sus frías declaraciones, el cardenal Pagano logró sorprendernos a todos. ¿Cómo podía decir algo así?
Si los datos que habían llegado a nuestras manos eran ciertos, lo que revelaba aquel pergamino “más artístico que documental” era de una enorme trascendencia histórica: Clemente V, gran jurista de su tiempo y buen conocedor de los métodos disuasorios del Santo Oficio, se tomó la molestia de seguir interrogando a De Molay y a sus caballeros contra el criterio de la Inquisición y del rey de Francia. No dio valor a las confesiones bajo tortura anteriores a aquel 25 de octubre de 1307, y decidió investigar por su cuenta y riesgo los hechos que rodearon su prendimiento a lo largo de la primavera del año siguiente.
El documento que surgió de su encuesta pontificia se cimentó nada menos que en treinta y ocho nuevos interrogatorios y fue redactado en el castillo de Chinon, en el Loire galo. Ése era el pergamino que monseñor Pagano estaba presentando en la Santa Sede. Un texto, por cierto, que aunque catalogado en inventarios oficiales del Archivo Secreto desde 1628, había pasado desapercibido a generaciones enteras de archivistas vaticanos por culpa, en parte, de la parca descripción de su contenido en esos mismos listados.
Fue en 2002 cuando la oficial del archivo Barbara Frale se detuvo por casualidad ante su anodina signatura: Archivum Arcis, Armarium D 218. ASV, Archivum Arcis, Arm. D 217. Enseguida se dio cuenta de que aquel texto que se había inventariado sin alusión alguna a los templarios, debía de contener algo singular. Que figuraran los nombres y sellos de Bérenguer de Frédol, sobrino de Clemente V, del cardenal y hombre de confianza del Papa Étienne de Suisy, y del ex vicecanciller del rey Landolfo Braccaci, la pusieron en guardia. Y con razón. La doctora Frale, buena conocedora del proceso legal conta Jacques de Molay, sabía que esos tres hombres habían sido los mismos que el Papa envió a París en el otoño de 1307 para aclarar por qué el rey de Francia había atacado a la orden más poderosa de la cristiandad. Que sus nombres aparecieran citados de nuevo, meses más tarde, en un pergamino pontificio sólo podía significar que ese documento estaba necesariamente vinculado a la caída del Temple.
Y acertó.
Al leer el pergamino de Chinon al completo, Frale se quedó de una pieza. Había sido redactado por el Papa después de que un grupo de setenta prisioneros templarios le fueran enviados a su encuentro desde París para su interrogatorio. Enseguida Clemente V tuvo claro que sus confesiones ante el rey les habían sido arrancadas contra su voluntad, y que la verdad que enmascaraban era muy sencilla de entender.
El Papa enseguida comprendió dónde estaba el verdadero origen de los cargos por renegar de Cristo, besar obscenamente a los superiores o adorar a un ídolo deforme. Los perdonó de todos ellos e incluso les administró los sacramentos. Pero por un capricho de la Historia, sus conclusiones, lo que el pontífice averiguó en aquellos días del verano de 1307, la información que hubiera podido salvar la vida de Molay y los suyos, ha tardado siete siglos en conocerse. (fin de la IIª parte)
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