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martes, 22 de junio de 2010

Personajes de la Biblia: Abraham


Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con nuestro apartado dedicado a los personajes de la Biblia, del cual lo hemos extraído del libro cuya traducción al castellano se titula “La Biblia” y cuyo autor es el profesor de teología por la universidad de Exeter, J.R.Porter.

Hoy le toca el turno a Abraham, recorriendo esta vez los antepasados del Antiguo Testamento. Desde este humilde rincón, deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.


Imagen de Abraham (el primero de los tres patriarcas) junto a su hijo Isaac.


La llamada de Abraham

El episodio de la torre de Babel divide a la humanidad en naciones que compiten entre sí, y en ese momento la elección de Dios recae sobre un pueblo concreto. En el Génesis 12, 1-2 habla con Abraham, hijo de Téraj y descendiente de Sem, el hijo de Noé: “Vete de tu tierra, de tu parentela y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te indicaré. Yo haré de ti una nación grande”. La posterior obediencia de Abraham (al que en la primera parte del relato se lo llama Abram) invierte la desobediencia previa de la humanidad y lo afirma como patriarca de Israel.

En el siglo XX, muchos expertos han estado lo bastante seguros de sus conocimientos sobre el antiguo Oriente Próximo para situar a los antepasados de Israel en el segundo milenio a.C. Recientemente, esta conclusión se ha puesto en duda. Algunas características de los relatos bíblicos apuntan a un período posterior al del segundo milenio. Una serie de presuntos paralelismos entre las pruebas arqueológicas y la narración bíblica se han sometido a un análisis más minucioso y se ha demostrado que no están tan próximos como se creía. Además, muchas costumbres y creencias que supuestamente caracterizaron el segundo milenio a. C. se prolongaron a lo largo de siglos posteriores. Esta evaluación ha llevado a diversas autoridades a sostener que las tradiciones de los antepasados fueron producidas básicamente por la comunidad israelita de fecha muy posterior, es posible que incluso en el período de exilio (587/586-539 a. C.). Obviamente, no estamos diciendo que los antepasados no existieran. Cabe la posibilidad de que generaciones posteriores conservaran recuerdos auténticos de las figuras que desempeñan un papel significativo en la historia y el desarrollo religioso de Israel.

El relato de Abraham comienza en la antigua ciudad sumeria de Ur, en el sur de Mesopotamia, urbe importante hasta que en 1740 a. C. fue destruida. La decisión de Téraj –el padre de Abraham- de abandonar Ur en compañía de su familia (Gn 11, 31) se ha vinculado con una presunta migración de los amorreos nómadas de la región a resultas de los disturbios de la época. Sin embargo, Ur revivió durante el imperio caldeo o neobabilónico (h. 625-539 a. C.) y la descripción que el Génesis hace de “Ur de los caldeos” parece indicar un período posterior. Aunque partió hacia Canaán, Téraj se asentó en la ciudad de Jarán, en el norte de Mesopotamia. Jarán estaba relacionada con Ur gracias a una ruta comercial de larga tradición y ambas fueron importantes centros de culto del dios de la luna Sin. Al igual que Ur, Jarán destacó tanto en el segundo milenio a. C. como bajo el imperio neobabilónico. Abraham recibió la llamada de Dios en Jarán y probablemente emprendió su viaje desde aquí. En realidad, parece que el verdadero hogar de la familia de Abraham no fue Ur, sino la región de Jarán. Su hermano se llama Harán y tiene parientes que responden a los nombres de Téraj, Najor y Serug, que también son los apelativos de poblaciones próximas a Jarán. Más adelante Abraham envía a su siervo a buscar esposa para su hijo Isaac y le pide que la encuentre entre los que llama “mi parentela”, los que viven en “mi tierra”. Resulta que no se trata del sur de Mesopotamia, sino de Najor, donde el siervo descubre a Rebeca, la sobrina nieta de Abraham (Gn 24). Más adelante Jacob –hijo de Isaac y Rebeca- se refugia en Harán con su tío Labán (Gn 28) y se casa con una integrante de su familia.

Muchas características del relato de los antepasados apuntan a la existencia de pastores nómadas. Se ha postulado que los autores bíblicos fueron habitantes urbanos que consideraron despectivamente a los nómadas y que intentaron resaltar que los fundadores de Israel procedían de zonas urbanas asentadas.

Los viajes de Abraham

Aunque el relato bíblico de la trayectoria de Abraham parece incluir una serie de capítulos desconectados, lo cierto es que abarca varios temas específicos. En muchos sentidos, la narración del patriarca sintetiza la posterior historia de Israel. Después de la llamada de Dios, Abraham abandona Jarán en compañía de su esposa Sara (que a esta altura del relato se llama Saray) y de su sobrino Lot. El grupo se desplaza a Canaán. Abraham edifica altares e invoca a Yahveh en Sikem y Betel. Más adelante, deja Egipto y construye otro altar en Mamré, cerca de Hebrón. Estos sitios son lugares de culto de los antiguos cananeos y la Biblia incluye dos referencias (Gn 13, 6 y 13, 18) a encinas (o terebintos), árboles sagrados que solían estar presentes en los santuarios cananeos. Tanto en Sikem como en Manré, Abraham edifica altares en respuesta a la teofanía –la manifestación de la deidad-, en la que Dios le promete crear un culto nuevo es un modo de reclamar el territorio, la edificación de altares por parte de Abraham sienta las bases de la posterior ocupación de Canaán por Israel. Asimismo, permite que los recién llegados mantengan los santos lugares e los habitantes anteriores y los conviertan a su culto.

A causa del hambre, Abraham, Sara y Lot viajan a Egipto. Abraham se convierte en acaudalado mercader gracias, sobre todo, a que el faraón protege a Sara en cuanto ésta entra a su servicio. Al final Abraham, Sara y Lot se ven obligados a abandonar Egipto y regresan a Canaán. Estos viajes recuerdan la tradición de la migración de las tribus israelitas a Egipto en tiempos de José y el éxodo posterior con Moisés.

Al llegar a Canaán, Abraham y Lot deciden seguir caminos distintos. Lot se dirige a la orilla meridional del mar Muerto y se asienta en la llanura del río Jordán. Parece que, en principio, Abraham pensaba compartir Canaán con Lot, pero éste escoge la parte del valle del Jordán situada más allá del territorio prometido por Dios. Posteriormente, en el Génesis 19, se afirma que Lot es el antepasado de los moabitas y los ammonitas transbordados (cabe la posibilidad de que este Lot no tuviese nada que ver con el sobrino de Abraham). La separación del patriarca y su sobrino representa la división de los descendientes directos de Abraham y sus parientes étnicos: Israel es el único heredero legítimo del compromiso divino. Las promesas de Dios a los antepasados quedan garantizadas por la Alianza con Abraham, el primer ancestro varón. La mentada Alianza aparece en dos versiones; suele decirse que una corresponde al autor bíblico “J” y la otra sacerdotal “P”. La primera, descrita con todo lujo de detalles en el Génesis 15, adopta la forma de compromiso incondicional de Dios para dar al patriarca la tierra “desde el torrente de Egipto hasta el gran río Éufrates”, la extensión ideal del dominio israelita. La Alianza se establece mediante un antiguo ritual en el que el juramento se confirma cuando alguien pasa entre uno o más animales del sacrifico partidos por la mitad. En el Génesis 15, 17, Yahveh practica este ritual con un horno humeante y una antorcha de fuego. Un rito parecido se menciona en un documento de h. 1775 a. C. procedente de la ciudad mesopotámica de Mari, que describe la ceremonia del establecimiento de un tratado entre dos pueblos.

La versión de “P” de la Alianza, descrita en el Génesis 17, no sólo supone una obligación por parte de Dios, sino de Abraham. El patriarca y sus descendientes reciben la orden de circuncidar a todos los varones de la comunidad, incluidos los esclavos, a los ocho días de nacidos. La circuncisión era una antigua costumbre practicada por muchos vecinos de Israel. En principio, probablemente se llevaba a cabo al inicio de la pubertad o antes del matrimonio, pero el redactor sacerdotal la reinterpreta como señal de la Alianza, como marca de pertenencia al pueblo elegido por Dios, razón por la cual debe efectuarse lo antes posible.

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