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jueves, 3 de febrero de 2011

El legado de Don Pelayo


Desde la encomienda de Barcelona recuperamos nuevamente el apartado dedicado a la Reconquista. Para ello hemos seleccionado un texto del que fuera escritor y periodista Juan Antonio Cebrián de su libro “La Cruzada del Sur”.

Desde Temple Barcelona, deseamos que su contenido os sea interesante.

Retrato de Abderrahman

El óbito de don Pelayo dio paso al alzamiento como rey de su hijo Favila o Fábila. El nombramiento fue al parecer por elección de los notables astures en reconocimiento de las proezas marcadas por su padre. Al pobre Favila apenas le dio tiempo a protagonizar hazaña alguna ya que tan sólo fueron dos los años que pudo reinar. En ese período encontró ocasión para ordenar el levantamiento de una iglesia en Cangas de Onís, albergadora de la valiosa cruz de roble que don Pelayo utilizó en Covadonga. […]

[…] Según cuenta, el hijo de Pelayo era muy dado a los placeres terrenos, lo que le distraía de las obligaciones de gobierno en un pequeño territorio que aspiraba a fortalecerse como reino. Poco más sabemos de Favila, tan sólo que se casó con Frolaya con la que tuvo dos hijos que no llegaron a reinar. Sí, en cambio, lo hizo el yerno de Pelayo, don Alfonso, hijo de don Pedro, duque de Cantabria.

Alfonso I el Católico puede ser considerado por la documentación existente, como el primer rey de Asturias y posteriormente de León. Nacido en 693, fue de los primeros en acudir al llamamiento hecho por Pelayo en su guerra contra los musulmanes. Ungido tras la muerte de Favila, dedicó su reinado a extender las fronteras de Asturias consolidando la pequeña monarquía y anexionando grandes extensiones de terreno más allá de los originales valles astures. Las primeras conquistas alfonsinas se centran en la Galicia marítima y en las comarcas de Liébana, Santillana, Transmiera, Carranza, Sopuerta, Álava y zonas de la futura Castilla. En torno al año 740 Al-Andalus atraviesa por una suerte de conflictos internos protagonizados por árabes y bereberes; estos últimos habían sido acuartelados en la frontera del norte peninsular. Tras abandonar los emplazamientos asignados, una gran franja de territorio quedó desprotegida y a merced de las tropas cristianas que, sin pensarlo, aprovecharon una oportunidad única para sus intereses. Alfonso I, en compañía de unas huestes muy motivadas, inicia el asalto de muchas ciudades sitas en ele valle del Duero y puntos limítrofes. De ese modo diversas plazas van cayendo bajo el empuje cristiano. En el caso de Lugo, Oporto, Viseu, Braga, Ledesma, Chaves, Salamanca, Zamora, Ávila, León, Astorga, Simancas, Segovia, Amaya, Osma, Sepúlveda, etc. Al esfuerzo guerrero de los cristianos se suman la hambruna provocada por las malas cosechas y una mortífera epidemia de viruela. Todo el valle del Duero entra en una grave crisis donde predomina la escasez de población, forzada a propósito por una política que buscaba vigorizar al recién nacido reino asturiano. Durante años miles de cristianos fueron nutriendo el censo de Asturias. A medida que las tropas avanzan y toman las ciudades, eliminan todo vestigio musulmán y trasladan los restos de población cristiana hacia el cada vez más sólido enclave norteño. […]

[…] Alfonso I, como ya hemos dicho, se casó con Ermesinda, hija de Pelayo con la que tuvo tres hijos: Fruela, Vimarano y Adosinda; más tarde, al enviudar, tendría otro hijo natural con una cautiva mora llamada Mauregato.

A lo largo de todo su reinado, Alfonso I se caracterizó no sólo por la guerra sino también por su profunda religiosidad, promoviendo la construcción y restauración de innumerables iglesias y ermitas, lo que le valió el sobrenombre de “el católico”. Cuando fallece en el año 757, ya se había creado el mapa principal donde se moverían las futuras operaciones militares de los siglos venideros. […]

[…]Al gran Alfonso I le sucede su hijo Fruela I, que contaba treinta y cinco años de edad. Un reinado caracterizado por la continuidad –en cuanto a la guerra sostenida contra el musulmán- aunque más defensivo que atacante.

Fruela y sus tropas soportan diversos envites ismaelitas contra Galicia principalmente; también afloran numerosas revueltas internas motivadas por desencuentros con gallegos y vascones disconformes con el creciente centralismo astur. Por otro lado, el Rey se enfrenta de lleno a la Iglesia cuando prohíbe los matrimonios para los clérigos. Mientras tanto, funda la ciudad de Oviedo y ordena asesinar a su hermano Vimarano que por entonces gozaba de las simpatías de buena parte de la aristocracia y el pueblo.

Fruela, finalmente, muere en el año 768, a manos de los seguidores de su hermano, recordando este episodio las antiguas disputas godas.

Tras Fruela llega una serie de gobernantes de escasa relevancia: Aurelio (768-774), Silo (774-783) y Mauregato (783-789); todos ellos se limitaron a reconocer la fuerza superior de Abderrahman I, el gran emir omeya de Córdoba. En el caso de Silo cabe destacar que trasladó la corte a Pravia, donde fundó el monasterio de San Juan Evangelista. En esta época también surge un curioso tributo que el reino de Asturias se vio comprometido a pagar al emirato cordobés, me refiero a las famosas cien doncellas que anualmente eran entregadas a los musulmanes. Este penoso impuesto sirvió para fomentar aún más, si cabe, el odio de los cristianos hacia la Media Luna; contribuyendo el episodio como argumento de muchas leyendas que ya cuentan otros libros.

Bermudo I (789-791) constituye un caso peculiar en la monarquía asturiana al ser elegido rey cuando vestía los hábitos de la Iglesia, de ahí su sobrenombre: “el Diácono”; no obstante se confirmó como un excelente monarca que supo abdicar en su sobrino Alfonso II el Casto en el momento más oportuno par el buen gobierno del reino astur-leonés.

Alfonso II apuntala definitivamente la estructura social y económica del reino; vincula Asturias al resto de la cristiandad gracias al oportuno descubrimiento de las tumbas del apóstol Santiago y dos de sus seguidores; el milagroso hecho se produjo en el pico sacro siro en las cercanías de la localidad gallega de Iria. Este hallazgo sin precedentes es aprovechando convenientemente por el Rey asturiano, quien en un ejercicio de fina intuición ordena levantar y consagrar un gran santuario en Santiago de Compostela, donde reposarán definitivamente los restos del discípulo de Jesucristo; el suceso resulta fundamental para el orbe cristiano al establecerse una ruta de peregrinaje utilizada por devotos de toda Europa. El camino de Santiago se convierte en una de las arterias principales de la cristiandad, y Alfonso II será su primer custodio apoyado por la mayoría de los autores cristianos de la época, quienes no reposarán en pergaminos a la hora de valorar y ensalzar los acontecimientos que rodearon el descubrimiento de tan insigne sepulcro, para mayor gloria del reino astur-leonés.

Abderrahman I, emir independiente

Abderrahman I nació en Damasco en el año 731, en consecuencia, apenas tenía veinte años cuando tuvo que abandonar su país de origen con el trágico recuerdo de toda su familia asesinada por los abasidas. Su refinada educación fue dirigida por su abuelo, el califa gobernante Hisham.

Entre el 751 y el 755 anduvo errante por territorios como Palestina y Mauritania desde los que intentó reagrupar a los parientes y clientes que permanecían fieles al linaje omeya. Conocedor de los conflictos intestinos por los que atravesaba Al-Andalus desembarca en Almuñécar dispuesto a tomar el mando de la situación con su mirada vengativa puesta en Oriente.

Pronto recibe el apoyo de algunos grupos instalados en la Península desde los tiempos de la invasión; de ese modo, contingentes bereberes, sirios y yemeníes le apoyan en su marcha a la capital cordobesa. Mientras tanto se proclama emir en la localidad de Rayyo (Málaga). Frente a él se encuentra Yusuf al-Fehri, emir oficial dependiente del califato de Bagdad apoyado por tropas árabes qaysíes vinculadas al emirato andalusí.

Durante meses se suceden los combates hasta que, finalmente, los dos bandos se enfrentan cerca de Córdoba donde Yusuf es derrotado por el ejército de Abderrahman. En mayo de 756, Abderrahman i entra en Córdoba aclamado por la población; es un joven de casi veinticinco años cuyo porte y aspecto impresiona a todo el mundo: alto, bien proporcionado, de piel blanco y pelo rubio recogido en dos tirabuzones cabalgaba majestuoso por las calles cordobesas. Sin embargo, lo que más llamaba la atención eran los enormes ojos azules de profunda y vivaz mirada. Su aspecto asemejaba al de un germano más que al de un semita. […]

[…]Durante treinta y dos años Abderrahman I fue el hombre más importante y poderoso de la península Ibérica, combatió a Carlomagno por toda la Marca Hispánica hasta conseguir el control total de Zaragoza y otras áreas influyentes, condujo la guerra contra los cristianos hasta el oeste del Ebro, obteniendo respeto y tributos de la cada vez más afianzada zona cristiana. Por otra parte, potenció la idea de Estado Central desde su puesto de mando instalado en el palacio de Al Rusafa en Córdoba, embelleció las ciudades, fomentó los ambientes culturales y, sobre todo, ordenó construir una de las piezas más hermosas de todo el mundo musulmán, me refiero a la maravillosa Mezquita Aljama de Córdoba que llegaría a convertirse en el santuario musulmán más importante de Occidente sin parangón en su época. Suprimió de los rezos las referencias al califa de Bagdad por otra s a su propia persona, acuñó monedas de plata y oro con las únicas inscripciones del año en curso y un nombre: Al-Andalus. Siguió ampliando los fértiles cultivos e infraestructuras de regadío añadiendo al catálogo de especies introducidas por los árabes la emblemática palmera.

Este espléndido momento de Al-Andalus, ya convertida en emirato independiente desde el año 756, se sostuvo en parte por la potencia de un bien organizado ejército compuesto por unas tropas absolutamente leales a Abderrahman I; bien es cierto que el emir tuvo que recurrir a la participación de mercenarios eslavos y africanos que ayudaron a fortalecer la implantación del nuevo emirato andalusí. […]

[…] Abderrahman fue creando durante años un organigrama estable que procuraba al Estado Central un flujo constante de impuestos captados gracias a una eficaz clase funcionarial. Como es obvio, la legislación giraba en torno al Corán, siendo un consejo a mexuar el que dictaminaba pautas de comportamiento para la población basadas en el análisis de aristócratas religiosos, los que también velaban por la integración mozárabe y judía en la comunidad. Esta actitud favoreció la perfecta convivencia de las tres religiones impulsando enormemente el crecimiento económico, social y cultural de Al-Andalus. La lengua oficial y corriente era el árabe, los cristianos la aprenden siendo algarabiados, mientras la élite intelectual musulmana practicaba el latín (ladinos). En un breve espacio de tiempo el emirato independiente se transformó en una floreciente realidad a pesar de los obstinados dirigentes abasidas, quienes desde Bagdad soportaban la pérdida de tan valiosa provincia sin que nada se pudiera hacer por evitarlo.

Tenía cincuenta y seis años, treinta y dos de ellos como emir, cuando en 788 murió Abderrahman I dejando en manos de Hisham I, su hijo y sucesor, un impresionante legado que el heredero se encargaría de mantener y ampliar.

Hisham I tuvo que guerrear contra sus hermanos Abdallah y Solimán que también reivindicaban el trono cordobés. Por desgracia para ellos, Abderrahman I había seguido una antigua costumbre oriental para designar sucesores. Esta tradición concedía al gobernante la posibilidad de elegir de entre sus vástagos al más capacitado sin respetar la primogenitura, en consecuencia, el emir designó al segundo de sus veinte hijos para que le sucediera.

La decisión de Abderrahman fue acertada una vez más, dado que Hisham era el más parecido a él en todos los sentidos: espléndido estratega militar, además de culto y preparado para asumir el gobierno de una Al-Andalus vigorizada gracias a la impronta omeya. En pocos meses, venció a sus convulsos hermanos dedicándose a continuar la obra de su padre.

Mantuvo la construcción de la gran Mezquita y, una vez sofocadas las habituales revueltas berberiscas, se lanzó a la conquista de algunos enclaves de la Septimania franca. Gracias a viejas alianzas gozó del apoyo proporcionado por una de las familias más importantes de su época: los Banu Qasi, clan de raíz visigoda convertidos ahora en muladíes que ejercían su poder en un vasto territorio extendido por el valle del Ebro. […]

[…] En tiempos de Hisham I se produjeron dos grandes aceifas o expediciones militares que asolaron Galicia y que estuvieron a punto de acabar con Asturias, cuando en el 794 las tropas musulmanas arrasaron Oviedo para volverlo a hacer un año más tarde. A pesar de estos temibles ataques ordenados desde Córdoba, los cristianos supieron rehacerse para organizar una contraofensiva que dio como resultado una excelente victoria en la batalla de Lutos. El revés no supuso ninguna sombra para los árabes; a esas alturas, la fortaleza del emirato independiente de Córdoba era irrefutable.

Cuando murió Hisham I en el 796 contaba treinta y nueve años y un merecido prestigio entre su gente. Le sucedió su hijo Al-Hakam I; el enemigo cristiano con el que se iba a enfrentar era el monarca Alfonso II el Casto y, sin duda, se presentaba como un hueso duro de roer. ¿Cómo sería el segundo siglo con presencia musulmana en Hispania?

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