Desde la encomienda de Barcelona continuamos con la segunda parte dedicada a los Templarios en Outremer, donde esta vez su autor, Piers Paul Read, se centra en la regla templaria para escudriñar algunos aspectos destacados del Temple.
Para ello hemos seleccionado del libro “The Templars”, algunos artículos que ayudan a comprender mejor la vida cotidiana de un monje-guerrero.
Desde Temple Barcelona, esperamos que su lectura os sea gratificante.
A pesar del refinamiento cultural y de los estímulos sensuales que proporcionaba el clima, los Templarios parecen haberse apegado a su regla y conservado un modo de vida cuasi-monástico. Cuando no estaban en el campo, los Templarios seguían la misma clase de horario que los monjes benedictinos o cistercienses. A las cuatro de la mañana se levantaban para maitines, tras lo cual iban a atender a sus caballos antes de regresar a la cama. Los oficios de prima, tercia y sexta precedían el desayuno, que, como el resto de las comidas, ingerían en silencio mientras escuchaban una lectura de
Los estatutos de los Templarios contenían más de seiscientas cláusulas; algunas eran ampliaciones de las de la regla primitiva, otras se habían redactado para cubrir cuestiones surgidas a partir del concilio de Troyes. El sello original de
Cada aspecto de la vida cotidiana del Templario estaba regulado hasta el mínimo detalle. En la regla estaba especificado cuándo debía comer, cuánto y cómo debía comportarse mientras comía, e incluso cómo debía cortar el queso (regla 371). No podía levantarse de la mesa sin permiso a menos que tuviera una hemorragia nasal, hubiera un llamamiento a las armas (y entonces debía estar seguro de que el llamamiento procedía de un hermano o “un hombre honorable”), un incendio o algún problema con los caballos. No tenía ningún bien personal: “Todas las cosas de la casa son de propiedad común, y hágase saber que ni el gran maestre ni nadie más tiene autoridad para permitir a un hermano tener nada propio…” Si se encontraba algún dinero entre las posesiones de un hermano cuando éste moría, no se le enterraba en suelo sagrado.
El cuidado de los caballos era obviamente de capital importancia: la cantidad asignada al gran maestre figuraba en el primer estatuto, y más o menos en los cien siguientes se hacía referencia a los animales. Había de varios tipos: caballos de batalla para los caballeros; corceles más livianos y rápidos para los turcopoles; palafrenes; mulas; caballos de carga y rocines para transportar hombres de armas. Cada caballero tenía su propio caballo, y el resto se mantenía ne una reserva común a cargo del mariscal de
Pocas cláusulas de la regla se refieren a la instrucción: el caballero acreditaría destreza en el combate montado como condición previa para el ingreso en
Aunque el modo de vida sugerido por la regla templaria está imbuido de religiosidad cristiana y las prácticas monásticas tienen un estatus igual al de las regulaciones militares, en comparación con la regla primitiva hay una cierta variante, que pasa de la salvación individual a un espirit de corps del regimiento. “Cada hermano deberá empeñarse en vivir honradamente y en dar un buen ejemplo en todo a la gente secular y a otras órdenes…” (regla 340). Las “otras órdenes” no especificadas eran principalmente los Hospitalarios y más tarde los caballeros teutónicos. El estandarte blanco y negro del Temple, el confanon baucon, era el punto de concentración en batalla. Era portado por el mariscal, y se asignaban para protegerlo diez caballeros, uno de los cuales llevaba un estandarte de repuesto plegado en su lanza. Mientras el estandarte fuese mantenido en algo, ningún Templario podía abandonar el campo de batalla. Si un caballero quedaba aislado de su contingente, podía reagruparse alrededor del estandarte hospitalario o alguna otra insignia cristiana (regla 167).
En un contexto militar, el voto monástico de obediencia tenía un valor inestimable: se imponían severas penas al caballero que sucumbía a la impetuosidad, tan común entre los caballeros francos, y cargaba contra el enemigo por iniciativa propia. Sólo se le permitía romper filas para ajustar la montura y los arneses, o si veía a un cristiano siendo atacado por un sarraceno. En cualquier otra circunstancia, el castigo sería enviarlo de vuelta al campamento, a pie (regla 163).
En el mismo sentido, no se hacía distinción entre transgresiones militares y religiosas. De las nueve “Cosas por las cuales un hermano de
De esta forma, los valores del regimiento no eran distintos de los valores cristianos del Temple como comunidad religiosa. Las normas que regían los ayunos y días de fiesta, el recitado de oficios y las plegarias por los muertos eran tan precisas como las relacionadas con bridas y con monturas. Los Templarios mostraban una particular devoción por María, la madre de Jesús: “Y las horas de Nuestra Señora siempre deberán recitarse primero en esta casa […] porque Nuestra Señora fue el principio de nuestra Orden, y en ella y en su honor, si le place a Dios quiera que sea” (regla 306). Surgieron varias creencias que relacionaban a Marí con el Temple: por ejemplo, se decía que
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