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jueves, 24 de febrero de 2011

Reacciones a la nueva Orden: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona con el siguiente texto de la historiadora y especialista en la Orden del Temple, Helen Nicholson, que hemos extraído de su libro “The Knights Templar” concluimos el capítulo dedicado a las distintas reacciones que se tuvo sobre la creación de la orden templaria.

Desde Temple Barcelona confiamos que el capítulo haya sido de vuestro agrado.

La misiva de Guigo presenta una imagen de los hermanos como compañeros de lucha con los monjes contra el mal, y les pide sus oraciones: “Mis muy queridos, destacados y celebrados hermanos, os deseamos buena salud y que nos recordéis, desde los Santos Lugares donde estáis, en vuestras plegarias”.

Un tal Gauchier o Galtier (el equivalente de “Gualterio”), monje cisterciense de la abadía de Claraval, envió una carta a un hermano anónimo de la Orden del Temple en la que expresaba una visión similar, aunque con mayor vehemencia. Pero otros autores religiosos no estaban tan seguros de que una orden religiosa que abrazaba la violencia fuese una orden religiosa como es debido. En 1150 aproximadamente Pedro el Venerable (muerto en 1156), abad del monasterio de Cluny, escribía con muchas expresiones de afecto y elogio al hermano Evrard de Barres (maestre del Temple entre 1149 y 1152) lo siguiente:

“He sentido respeto por vuestra orden desde su institución, y me maravillé y alegré de que fuera creada estando en vida yo, y de que ilumine el mundo entero como los rayos dorados de una nueva estrella.”

A continuación manifiesta que todos los cristianos deben regocijarse de que haya sido creada “una caballería para el Rey eterno, un ejército para el señor de las huestes” con el fin de atacar al diablo y a los enemigos de Cristo, y de que los hermanos de la nueva orden libren tanto batallas espirituales contra las fuerzas del mal como batallas físicas contra los enemigos de carne y hueso. En las primeras desempeñan el papel de los ermitaños y monjes; en las segundas, van más allá de lo que se espera de los religiosos. “Sois monjes por vuestras virtudes, pero caballeros por los métodos que utilizáis”. “Ponéis la vida a disposición de vuestros hermanos… sois verdaderos partícipes de se amor supremo y excelso del que hablaba el Salvador: “Nadie puede tener un amor más grande que éste: entregar la vida por sus amigos”.

Luego ruego al maestre que dispense de sus votos a un noble, Humberto III de Beaujeu (muerto sobre 1192), que había ingresado en la Orden del Temple hacía un tiempo, pero que ahora había regresado a la región de Cluny y estaba desempeñando un papel relevante en el mantenimiento de la paz por la fuerza de las armas. Sin embargo, los templarios intentaban obligarlo a reincorporarse a la orden. Pero aduce que es más importante atacar a los cristiaos que actúan en contra de su fe que librar batallas contra los paganos que no conocen a Dios. Cluny necesitaba tanto como Tierra Santa ser defendida del mal. Humberto debía ser eximido para que pudiera cumplir con la verdadera llamada que le hacía Dios: mantener la paz de su región natal.

En una carta dirigida al papa Eugenio III, Pedro se expresa en términos algo distintos. Destaca que Humberto había abandonado ilegalmente a su esposa cuando ingresó en los templarios. Y aún más, señala que la Orden del Temple no es más que otro grupo de caballeros. Si Humberto hubiera abandonado una orden monástica y unos votos monásticos, la cuestión sería más seria, pero simplemente se había limitado a cambiar un tipo de caballería por otro.

“Si me permite decir lo que muchos de nosotros pensamos: si hubiere abandonado una orden de clérigos, una orden monástica o una orden de ermitaños, o cualquier orden antigua, estaría bien que la censura de la Iglesia lo obligara a regresar a lo que había dejado ilícitamente; pero como lo único que ha hecho es cambiar una caballería por otra, como lo único que ha hecho es utilizar la espada que había desenvainado contra los sarracenos para combatir a los falsos cristianos, que son incluso perores que los propios sarracenos –y, aún más, como, según me he enterado por muchos, y debe ser creído, abandonó a su esposa ilegalmente-, ruego que Vuestra Eminencia considere si debe ser obligado a regresar a la orden o puede permitírsele quedar aquí hasta que la verdad del asunto salga a la luz, y que esta gran investigación de este gran hombre llegue a su conclusión por decisión papal”.[…]

[…] Isaac de Étoile (muerto sobre 1159), filósofo y teólogo cisterciense que fue abad del monasterio de Étoile, cerca de Poitiers, en 1147, redactó un sermón en el que reprendía a sus feligreses por dejarse llevar por el entusiasmo ante cualquier novedad. Por un lado, había nuevas y peligrosas doctrinas. Por otro,

“Ha surgido un nuevo monstruo, cierta nueva caballería, cuya orden –como cierto hombre dice claramente- emana del quinto Evangelio (¡porque no emana de los otros cuatro!), pues ha sido establecida para obligar a los infieles a convertirse a la fe cristiana por medio de las lanzas y las porras, y puede despojar libremente a los no cristianos de sus pertenencias y matadlos, además, religiosamente; pero si uno e ellos cae en semejantes actos de pillaje, es calificado de mártir de Cristo”. […]

Hugo (de Payns) valora la vida religiosa activa mucho más que la contemplativa. Esta actitud era muy poco común entre los clérigos de la época, en la que la vida contemplativa era considerada el ideal cristiano.

“Mirad, hermanos (escribe Hugo), si se supusiera que vosotros debéis buscar una vida de calma y quietud, como decís, no quedaría ninguna orden religiosa en la Iglesia del Señor. Ni siquiera los ermitaños del desierto pudieron escapar al trabajo; tuvieron que trabajar para poder alimentarse, vestirse y cubrir otras necesidades de la vida terrenal. Si nadie arara y sembrara, si nadie recogiera cosecha y cocinara los alimentos, ¿qué harían los contemplativos? Si los Apóstoles hubieran dicho a Cristo: “Queremos ser libres y llevar una via de contemplación, no tener que viajar de un lado a otro y trabajar; si queremos alejarnos de las protestas y las disputas de la gente; si los Apóstoles hubieran dicho esto a Cristo, ¿dónde estarían ahora los cristianos?”.

Esta actitud pone de manifiesto las opiniones de los guerreros seculares del siglo XII, que aparecen expresadas con mayor vehemencia en el celebérrimo poema épico La Chanson de Roland “El cantar de Roldán”:

“El arzobispo exclamó (al ver que Roldán descuartizaba a los musulmanes): “Haces bien. Un caballero que lleva armas y va a lomos de un caballo debe actuar así. Tiene que ser feroz y fuerte en la batalla, pues de lo contrario, no vale nada, y sería mejor que se hiciera monje de una de esas iglesias y se dedicara a rezar todo el día por nuestros pecados”.

Esta actitud aparece también expresada en los poemas épicos acerca de Guillermo el Chato, señor de Orange, en el sur de Francia, en la historia el duque Guillermo de Toulouse (muerto en 812), especialmente en el titulado Le moniage Guillaume o “De cómo Guillermo se hizo monje”. Según este relato de humor, escrito a finales del siglo XII, este noble guerrero y azote de los musulmanes decide que debe hacer penitencia por los muchos pecados cometidos y se convierte en monje. El abad del convento en el que ingresa lo manda a comprar pescado y le advierte de que, en el caso de que sea atacado por los bandidos, no tiene que defenderse porque los monjes no puedan hacer uso de la violencia.

“Cuando Guillermo oyó esto, enfureció. “Señor”, dijo, “las reglas de vuestra orden son demasiado duras. Una orden así podría acabar muy mal; ¡que cargue Dios con el que las impuso! Una orden de caballería es mucho más útil: sus miembros combaten al turco y al pagano, y van al martirio por amor a Dios. A menudo se bautizan con su propia sangre para poder conquistar el Reino de los Justos. Los monjes sólo quieren comer y beber, leer y cantar y dormir y roncar. Están encerrados como las gallinas, engordando, soñando despiertos en sus salterios.”

… Guillermo dijo: “¡Que Dios deshonre a esta orden! ¡Y que Jesús maldiga a su fundador!, pues era un mal hombre y un absoluto cobarde. Una orden de caballería es mucho más útil, pues combate al sarraceno, se apropia de sus territorios y conquista sus ciudades, y convierte a los paganos a nuestra ley. Los monjes sólo quieren estar en la abadía, y comer y beber vio hasta las heces, e irse a dormir cuando han dicho las completas”. […]

[…] Vistas sus opiniones “caballerescas”, Hugo el Pecador, el escritor, probablemente fuera un caballero, y parece razonable llegar a la conclusión de que se trata del mismísimo Hugo de Payns. Su carta no tuvo una gran difusión, pues sólo ha llegado una copia a nuestros días; pero la copia se conserva en un manuscrito que no perteneció a los templarios, lo que indica que la misiva era conocida también fuera de la orden. Pone de manifiesto que los primeros hermanos tuvieron que hacer frente a ciertas críticas virulentas por su interpretación de lo que era el servicio a Dios. La imagen que nos ofrece de la orden en sus albores confirma el relato de Guillermo de Tiro acerca de la humildad que caracterizó sus primeros años de existencia. A mediados del siglo XIII, Matthew Paris (muerto en 1259), cronista de la abadía de Saint Albans, en Inglaterra, expresaría los primeros problemas económicos de la orden en términos muy descriptivos:

“Al principio, aunque eran activos con las armas, eran tan pobres que sólo tenían un caballo para cada dos de ellos. En consecuencia, como muestra de su pobreza inicial y para fomentar la humildad, aparece grabada en su sello la imagen de dos hombres a lomos de un solo caballo”.

El recuerdo de la pobreza del Temple en sus orígenes siguió siendo un ejemplo poderoso para sus miembros durante toda la historia de la orden. Es evidente que les recordaba la necesidad de que debían ser humildes, pero también alentaba la creencia de que la orden podía fácilmente caer en la pobreza, y de que había una necesidad constante de acumular y guardar riquezas y de economizar en las cosas pequeñas cuando fuera posible. El miedo a la pobreza y la necesidad de utilizar cuidadosamente los recursos, que impregnan las páginas de los estatutos y costumbres del Temple, dieron lugar a que sus miembros fueran tildados de avariciosos y, en último término, contribuirían a la caída final de la orden.

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