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martes, 19 de julio de 2011

Los Pobres Caballeros de Cristo: El fin de la Orden


Desde la encomienda de Barcelona seguimos con el apartado dedicado a las órdenes militares; y muy especialmente a la Orden del Temple.

Hemos seleccionado un nuevo texto del escritor y periodista D. Juan Ignacio Cuesta, de su libro “Breve historia de las Cruzadas”, donde nos habla esta vez sobre los motivos principales que llevaron a acusar injustamente a los templarios a fin de poderlos eliminar.

Desde Temple Barcelona sabemos que seguiréis con atención sus palabras.

Retrato de Felipe IV, el Hermoso

Al término de las Cruzadas, los templarios constituían un peligro para Felipe IV, el rey de Francia. Eran demasiado ricos, demasiado poderosos y…sobre todo eso, eran demasiados. Había contraído grandes deudas con ellos y éstos no le debían ninguna explicación, puesto que estaban únicamente sujetos a la obediencia del Papa. Por otra parte, , tanto los nobles como el pueblo comprobaban día a día que la gran cantidad de posesiones que tenían era cada vez mayor, e impedía que la riqueza se repartiera de un modo más justo según su percepción.

Ante la miseria generalizada, a veces algunos soldados que habían ingerido más alcohol del razonable (“bebes más que un templario”, se decía popularmente) hacían ostentación de su opulencia. Quedaban lejos ya los tiempos en que nació la orden y sus virtudes sólo eran ya practicadas en altas instancias. Con tal número de monjes-soldado no era difícil que surgieran problemas, como saqueos, robos y algunos asesinatos. Los auténticos sabios y místicos que estaban en su seno cada vez iban siendo más pocos y discretos, y se desentendían de una “clase de tropa” a la que ya no controlaban con la eficacia anterior.

Felipe el Hermoso quería aprovechar todas estas circunstancias. El rey capeto necesitaba aliados de confianza capaces de urdir una intriga que terminara en un proceso para tratar de disolver la orden acusándoles de todo tipo de prácticas heréticas. Para ello utilizará principalmente a dos personas, el dubitativo Bertrand de Got, que subió al solio pontificio con el nombre de Clemente V, y un funcionario soberbio, inteligente y capaz de servir a sus propósitos, Guillaume du Nogaret, su canciller.

El hombre que utilizó todo tipo de patrañas para terminar con ellos había nacido en Saint Félix de Caraman, cerca de Agen. Fue nombrado consejero real en el año 1296 y caballero en 1299. Fue hombre de confianza del rey, que le había encargado ejecutar algunas confiscaciones, como el expolio de los bienes de los judíos occitanos, a los que se añadieron los banqueros de Lombardía. Una medida injusta, pero necesaria para conseguir que la hacienda real se recuperara tras la derrota de Courtrai en 1302, al final de la guerra con Flandes. Las arcas de la Corona estaban sin fondos, las deudas acuciaban y la búsqueda de supuestas herejías o agravios a la Iglesia constituía una de las formas de reponer fondos con los de los acusados y condenados en los procesos.

El sistema no fue exclusivamente utilizado por el rey francés. Tenía un precedente en Fernando III de Aragón, el rey Católico, que lo empleó con éxito. No había más que acusar a los judíos, por ejemplo de ser herejes, para que fueran conducidos ante los tribunales de la Inquisición e incautarles todas sus riquezas. Como en las confesiones conseguidas mediante tortura, era muy difícil contravenir el empeño del interrogante porque “dijeran lo que dijeran, tenía que ser una respuesta afirmativa a las acusaciones o su negativa, la contumacia del diablo que les poseía…”, la mayoría terminaba cediendo ante los terribles suplicios. Un retrato posterior significaba ser tratados de relapsos, con lo cual eran condenados a muerte y entregados al poder civil que, ya sin interrogatorios, los llevaba a la hoguera o la horca sin ninguna instancia de apelación, a no ser que mediara la indulgencia de algún amigo poderoso dispuesto a defender, mediante influencias o dinero, sus intereses. (continuará)

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