Desde la encomienda de Barcelona continuamos con la segunda parte del apartado dedicado a las órdenes militares en Occidente. En este capítulo se centra básicamente en la influencia que tuvieron tanto templarios como hospitalarios en el reino de Aragón.
Para ello hemos seleccionado nuevamente un texto de la especialista en la orden del Temple de la historiadora Helen Nicholson de su libro “The Knights Templar”, donde con su claridad de ideas nos adentrará a las sutilezas tanto de unos como de otros para controlar y ampliar sus dominios.
Desde Temple Barcelona deseamos que su contenido os siga atrayendo.
La historiadora Elena Lourie ha defendido la idea de que a Alfonso le preocupaba la posibilidad de que su hijastro, Alfonso VII de Castilla (1126-1157), se apropiara del trono de Aragón, y decidiera entregar su reino a las órdenes militares que estaban bajo el amparo directo del papa. El rey aragonés sabía que el sumo pontífice protegiera los intereses de las órdenes militares y evitaría que Alfonso VII emprendiera la invasión de Aragón. Y en efecto así fue. Mientras el papa impedía que Alfonso VII entrara en Aragón, el hermano del difunto Alfonso I, Ramiro, salía del monasterio en el que había profesado, se casaba y engendraba una hija, Petronila, que inmediatamente fue prometida en matrimonio a Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona, hombre ya mayor. El príncipe catalán asumió el gobierno de Aragón, y Ramiro pudo retirarse de nuevo a su monasterio.
La teoría de Lourie no ha sido ampliamente aceptada, y la mayoría de los historiadores consideran que el testamento de Alfonso debe ser interpretado al pie de la letra. Pero fueran las que fuesen las intenciones de Alfonso, lo cierto es que Ramón Berenguer IV se convirtió en príncipe de Aragón y tuvo que compensar por ello a
Su primera carta para
Este acuerdo marcó el inicio de la participación militar de los templarios en Aragón y coincidió con el comienzo de sus actividades militares documentadas en Portugal. Es evidente que en los primeros años de la década de 1140
Ramón Berenguer IV no dejó de favorecer a los templarios. En 1153 les concedió el castillo de Miravet porque consideraba que eran unos guardianes merecedores de toda confianza; también mantuvo su promesa de cederles una quinta parte de los territorios reconquistados. Su sucesor, Alfonso II (1162-1196), fue menos escrupuloso en el cumplimiento del acuerdo de 1143; en vez de territorios reconquistados, entregó a la orden el equivalente en tierras lejos de la frontera. Probablemente considerara que los templarios se estaban haciendo demasiado poderosos en Aragón, y no quiso que acumularan un poder potencialmente independiente en zonas demasiado extensas. No obstante, los templarios podían seguir conquistando tierras por propia iniciativa, de modo que no dejaron de aumentar sus territorios. El sucesor de Alfonso II, Pedro II (1196-1213), fue incluso más cauto a la hora de ceder a la orden nuevos territorios reconquistados, pero realizó diversas concesiones a cambio de ayuda militar. El cambio en el modo de patrocinio no se debió totalmente a la preocupación de la monarquía por el poder excesivo que pudieran acumular los templarios, sino que tuvo más bien que ver con la competencia planteada por otras órdenes militares.
Los hospitalarios empezaron a participar en operaciones militares en la península Ibérica durante la década de 1140; junto con los templarios, pusieron sus tropas a disposición de Ramón Berenguer IV para atacar Tortosa en 1148. en apenas cuarenta años se convirtieron en la orden religiosa más favorecida por la familia real de Aragón.
Templarios y hospitalarios desempeñaron un papel muy significativo en las campañas de Jaime I de Aragón (1213-1276), participando en la conquista de las islas Baleares (Mallorca y Menorca), que estaban en manos del príncipe almohade Abu Yahya, en 1229-1230, y en la del reino de Valencia, concluida en 1238. Sin embargo, los templarios no sacaron el provecho de la ayuda prestada que probablemente esperaban obtener. En 1228 y 1229, antes del ataque a Menorca, las Cortes se reunieron y decidieron que las tierras conquistadas durante esa expedición fueran repartidas según los contingentes aportados por cada grupo. No obstante, los hospitalarios, como indica el propio rey Jaime I, recibieron lo mismo que los templarios pese a haber legado tarde y no haber participado en el combate.
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