Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con la tercera y última parte dedicada al veredicto de los Templarios visto por el genuino novelista Piers Paul Read y del cual hemos extraído de su libro “The Templars”.
Muchas son las sensaciones que nos han transmitido los legendarios caballeros de
Pero como no pretendemos influenciar en demasía a nuestros lectores en un ejercicio individual, por ello les invitamos a que continúen leyendo y sean ustedes mismos los que emitan su veredicto.
Desde Temple Barcelona, deseamos que este apartado os haya sido gratificante.
¿Había alguna diferencia entre los monjes guerreros del Temple y los caballeros, como el conde de Eu? ¿Hasta qué punto el aspecto religioso de su vocación los elevaba por encima de su clase? Si el caballero Templario mostraba en batalla el mismo coraje prodigioso que su contrincante secular, también compartía su falta de educación y refinamiento. En el poema satírico Renart le nouvel, escrito a finales del siglo XIII por un trovador flamenco, Jacquemart Giélée, al describir al Templario lo pinta como notariamente menos refinado que el Hospitalario: “No es un orador preparado, su razonamiento es simple y se expresa sin ninguna habilidad, repitiendo y repitiendo: “Somos los defensores de
Así, el veredicto final sobre los Templarios debe depender de nuestro juicio del cristianismo católico, y en particular de su larga batalla contra el islam, las cruzadas. En general, las cruzadas –como
A través de Edward Gibbon, este juicio ha descendido hasta el historiador de las cruzadas más renombrado de nuestros días, Sir Steven Runciman: el veredicto al final de su monumental trabajo fue que la guerra santa librada por
Sólo más recientemente los historiadores han echado una nueva mirada a la mente de los cruzados, llegando a una conclusión menos condenatoria. “Los historiadores de las cruzadas –escribió Jonathan Riley-Smith, el profesor americano de historia eclesiástica en
La verdad que ha emergido de la investigación reciente es que el cruzado vendía o hipotecaba a menudo toda su riqueza terrenal con la esperanza de una recompensa puramente espiritual. A diferencia de la jihah musulmana, la cruzada era siempre voluntaria. Para un caballero secular, un período de aventura y el posterior renombre pueden haber sido un incentivo para tomar la cruz: pero para el caballero que ingresaba en una orden militar, la austera regla del cuartel-con-claustros muy probablemente lo condujera a un largo período en cautiverio o a una muerte prematura.
Desde el comienzo mismo, la tasa de bajas en
[…] Desde una perspectiva cristiana, uno podría por lo tanto aplicar a los Templarios las palabras de Juan en el Libro del Apocalipsis: “Éstos son los que han venido de una tribulación grande, y lavaron sus vestiduras y las blanquearon en la sangre del Cordero.”
Por supuesto, los caballeros del Temple también quitaron vidas, pero de nuevo aquí hay un error generalizado acerca de la motivación de aquellos que pelearon en las Cruzadas. Como la animosidad anticatólica data de
Esto es manifiesto en la Reconquista, en la prédica del papa Urbano II tras la derrota bizantina en la batalla de Manzikert, y en la del dominico Humberto de Romans en el siglo siguiente. El llamamiento de Huberto “se basaba en gran parte en el argumento de que el islam se había expandido con agresividad a expensas de los gobernantes cristianos, y en que los ejércitos cristianos tenían tanto el derecho como la obligación de frenar la expansión islámica y recuperar las tierras que los musulmanes habían ocupado”. La idea de que un hombre pudiera alcanzar el martirio cuando él mismo estaba perpetrando violencia no fue innovadora, sino que estaba claramente establecida en la cristiandad occidental desde finales del siglo VIII.
¿Por qué, entonces, aunque hay algunos Hospitalarios canonizados, no hay ningún santo Templario? Esto puede explicarse en parte por el retraimiento del caballero en términos individuales, pero también por la participación que tuvo
Tan empeñados estuvieron los papas en ganar esa contienda, sin embargo, que no vieron, hasta que fue demasiado tarde, la amenaza planteada por el surgimiento del estado-nación predador. El peligro que significó Federico II de Hohenstaufen había sido obvio, y su megalomanía pagana era fácil de ver para todos. Pero ¿quién podría haber previsto que el nieto de san Luis sería el instrumento de la caída de los pontífices romanos, un hombre “cuya devoción religiosa […] bordeaba el misticismo” y que “solía dictar su política en caro antagonismo con los intereses reales”? El papa Bonifacio VIII, sentado en el trono de Constantino durante las celebraciones del centenario en 1300, demostraba la estatura de las pretensiones papales: Clemente V, pocos años más tarde, declaraba que había perdido “el liderazgo moral, espiritual y autoritativo que el papado había construido en Europa a lo largo de siglos de trabajo minucioso, consciente, dinámico y con miras al futuro”.
En Inglaterra, más de doscientos años después, el rey Enrique VIII saquearía los monasterios como Felipe IV de Francia había saqueado el Temple, explotando el interés particular de nuevas fuerzas sociales; pero, a diferencia del rey Felipe, no logró que el Papa de aquel momento cediera a su voluntad, y rechazó la autoridad de
Con esa ceremonia, el Vicario de Cristo era humillado una vez más por el poder de la fuerza bruta. La historia europea abandonó al fin la compostura propia de las aspiraciones cristianas y se lanzó a toda velocidad hacia la era moderna. Si el balance del sufrimiento soportado por la humanidad se inclina a favor de
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