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miércoles, 8 de abril de 2009
El Temple en América.
Según Jacques de Mahieu, cuando se refiere a Motecuhzoma II Xocoyotzin, más conocido con el nombre de Moctezuma, “el Emperador de la barba rubia”, se dirigió así a Hernán Cortés tras la conquista de su país por los españoles:
"Os considero como parientes: pues según dice mi padre, que había oído decirlo al suyo, nuestros antepasados, de los que yo desciendo, no eran naturales de esta tierra, sino unos recién llegados, los cuales arribaron con un gran señor que, poco después, regresó a su país: muchos años más tarde, volvió a buscarles, pero ellos no quisieron ya marcharse, pues se habían instalado aquí y tenían ya niños y mujeres y una gran autoridad en el país. Él se volvió a marchar muy descontento de ellos y les dijo que enviaría a sus hijos para gobernarles y asegurarles la paz y la justicia, y las antiguas leyes y la religión de sus antepasados. Esta es la razón por la cual siempre hemos esperado y creído que los de allá vendrían a dominarnos y a mandarnos y yo pienso que sois vosotros, dado el lugar de donde venís".
De estas palabras de Moctezuma a Cortés, se explica el porque los invasores españoles en un principio fuesen recibidos con los brazos abiertos. Los indígenas esperaban, efectivamente, el regreso de unos hombres blancos, barbudos, que llevaban armaduras e iban montados en unos caballos, venidos en unos navíos que se asemejaban más o menos a las carabelas españolas.
La hipótesis vikinga no impide, por otra parte, la llegada más tardía de los templarios. Tanto es así que existe un curioso documento a este respecto: la crónica de Francisco de San Antón Munon Chimalpahin Cuanhtlehnantzin, descendiente de los príncipes de Chalco, que abrazó la religión cristiana. Escribió la historia de su pueblo, un grupo étnico bastante especial: los monohualques teotlixques tlacochcalques, más conocidos con el nombre genérico de chalques.
Las gentes de este pueblo, cuando se instalaron en México, venían del otro lado del Gran Mar, es decir, el Océano Atlántico. Afirmaban haber navegado en unas “conchas”, término que habría que poner en relación con el de “cascos” de nuestros barcos. Fueron “extranjeros en aquel país, enviados de Dios y guerreros”. He aquí una definición que correspondería perfectamente a la de los monjes soldados. La hipótesis merece la pena ser examinada.
El americanista Muñoz Camargo, en su Historia de Tlaxcala, considera como cierto que estos hombres no eran otros que unos miembros de la Ordo Pauperum Commilitonum Christi Templique Salomonici o, si se prefiere, la Orden del Temple. La organización social de las élites de este pueblo le parece, en efecto, que se corresponde perfectamente con la de la jerarquía de los caballeros templarios.
De dar crédito a Chimalpahin, los templarios, habrían llegado a México a finales del siglo XIII, lo cual no habría podido dar a La Rochelle una considerable importancia durante un largo tiempo: una treintena de años como mucho. Siempre según las mismas fuentes, los caballeros del Temple habrían explorado en primer lugar la región de San Lorenzo y de Terranova, que coincide con “la ruta del atún”.
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