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miércoles, 29 de abril de 2009

Vida y Muerte.


Después de enterarnos de la triste noticia de la enfermedad mortal que azota al hermano de Sor. Núria. Todos los Hermanos y Hermanas, sentimos la necesidad de arroparla en la distancia, con el sentir colectivo de la oración, para que en la medida de lo posible, nuestra Hermana Núria, consiguiese aliviar esa pena natural de ver que la muerte, puede arrebatarte a un ser querido. Esa actitud me hizo meditar y pensar que sin darnos cuenta, egoístamente, queremos continuar disfrutando de nuestros seres queridos y a veces se nos olvida que la muerte es un ciclo natural de la vida; y que como tal debemos aceptarla.

La muerte corporal, es un hasta luego, no tiene la última palabra. De la propia muerte, surge la vida, como observamos en la putrefacción de las plantas o en las mismas heces de los animales, que sirven de abono para fertilizar la tierra y que de ésta surgirá nuevamente la vida.

De la misma manera que debemos aceptar la muerte como una parte más de nuestra vida, el enfermo debe saber que ha llegado ese momento. No le debe dar miedo afrontar esa parte, y debe estar lo más tranquilo y relajado posible, sabiendo que si ha llevado una vida honesta y en Cristo, nada debe temer. La muerte, nos recuerda que debemos ser humildes, ya que ni las personas más poderosas del mundo, la pueden evitar.

La ciencia, nos dice, que si nos late el corazón, es que estamos vivos. Cuando acudimos al especialista y tras ser diagnosticados y no encontrarnos nada grave, nos acaba felicitando por nuestra salud y salimos del médico contentos y alegres. Pero reflexionemos por unos momentos, y miremos a nuestro alrededor por unos instantes. ¿Qué vemos?

Quizás nos tengamos que enfrentar a la triste realidad de ver que nuestro mundo está lleno de injusticias; donde el crimen y la marginación, nos rodean diariamente. Al final, acabamos por acostumbrarnos, o corremos el peligro de enloquecer. Son tales las atrocidades que escuchamos a lo largo de nuestra “vida”, que si no endurecemos, sentiremos que nos ahoga la “muerte”.

De cómo está nuestro mundo anímico, y de cómo nos podamos sentir, de eso nadie se ocupa. Por eso el ser humano busca sistemas que le permita encontrar la libertad interior. No nos debemos conformar con que nuestros riñones, nuestro hígado o nuestro corazón funcionen bien; sino que debemos encontrar un significado verdaderamente universal a nuestras vidas.

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