Los preparativos para cuando llega la hora de la muerte, es algo que siempre ha preocupado a todos los pueblos y culturas. El cristianismo se muestra partícipe de esa preparación hacia el Más Allá y la búsqueda de la resurrección del cuerpo es sin duda un concepto que la diferencia del resto de religiones.
Los templarios, como buenos cristianos, tuvieron en cuenta estas creencias y siguieron unos rituales para cuando tuviesen que enfrentarse al irremediable encuentro con la muerte.
Hemos encontrado interesante desde la encomienda de Barcelona, el compartir un texto del escritor y periodista granadino-catalán (granadino de nacimiento y catalán de acogida) Jesús Ávila Granados de su libro “La mitología templaria”. Esperamos sea de vuestro agrado.
Era tradicional de la Orden del Temple enterrar a sus muertos con el rostro vuelto hacia abajo; con ello se procuraba un mayor contacto del difunto con la Madre Tierra, porque es en el Más Allá, al traspasar los límites de su existencia mundana, donde se encontrarían para rendir cuentas al Altísimo. Con ello, no sólo se rendía un justo homenaje a la Madre Tierra, sino que se hacía patente la proclama cristiana de Pulvus eris et in pulvis reverteris, según la expresión original Terra eris et in terra reverteris. De este modo, los templarios recuperaron para la figura de la Madre un papel importante que, con el patriarcalismo hebreo, adoptado por el cristianismo, la Virgen María había perdido; y la Madre está relacionada con la tierra, engendradoras, ambas, de vida. “El rostro del muerto vuelto a la tierra es expresión de un regreso a la sacralidad primitiva, con todas sus consecuencias”, recuerda Juan García Atienza. Ésta es, por lo tanto, otra de las ancestrales tradiciones que el cristianismo, de corte machista, había arrinconado, pero que los templarios supieron muy bien recuperar. En la iglesia parroquial de Castromembibre (Valladolid), dedicada a Nuestra Señora del Templo, se puede ver a una santa que hace el signo “de la liebre”; al lado mismo, se venera también una curiosa santa Ana, la madre de la Madre.
Los caballeros templarios, incluso después de muertos, siguieron manteniendo buena parte de su aureola de misterio; el fervor popular que, en la mayoría de los territorios hispanos, dominaba en la sociedad medieval, se hizo evidente cuando, en numerosos casos, muchos de sus freires, al pasar al mundo de los muertos, fueron objeto de insólitas veneraciones. Porque, con el transcurrir de los tiempos, como indica Rafael Alarcón, estos sarcófagos de piedra se convirtieron en “lugares de poder”, a través de la energía que, según la tradición popular, transmitían los cuerpos allí enterrados. Se conocen los nombres de algunos de estos freires, pero otros siguen estando en el más absoluto misterio. Uno de los enterramientos de freires envuelto en una atmósfera de santidad es el de frey Juan Pérez, el brujo templario tan vinculado con el arte de la cetrería y el halcón, de la insólita iglesia de Santa María la Blanca, en Villalcázar de Sirga, sobre el Camino de Santiago en tierras palentinas. La estatua yacente del primer comendador de aquella influyente encomienda se alza cerca del altar mayor de la iglesia; las mujeres de la Tierra de Campos, durante la noche de San Juan y el día de Todos los Santos, siguen depositando velas sobre este sarcófago, con el fin de invocar al Más Allá para que sus hijos sean precoces tanto en el hablar como en el andar; esta Virgen –Santa María la Blanca- del siglo XIII fue una de las imágenes que más influencia tendría en la Cantigas gallegas de Santa María, escritas por Alfonso X el Sabio.
En la villa de Horta de Sant Joan (Terra Alta, Tarragona), volvemos a encontrarnos con un singular conjunto de enterramientos templarios, los cuales, desde la Edad Media y hasta el siglo XIX, dadas las dimensiones de los sarcófagos, fueron objeto de veneración; el lugar es el santuario de la Mare de Déu dels Àngels, de la citada población del sur de Catalunya. Los tres pétreos sarcófagos, conocidos popularmente como los Gentiles, pertenecían a frey Bertrán Aymerich, primer comendador de Horta de Sant Joan, y a los caballeros Rotlà y Farragó. Los sarcófagos de estos últimos son de grandes dimensiones físicas (en torno a los dos metros de longitud), de ahí la calificación de las tres tumbas, las cuales, además, exhiben en su exterior una gran riqueza de símbolos (cruces célticas, enigmáticos signos cabalísticos, rosetas espanta-brujas, etcétera). Recordemos que la Terra Alta es una de las comarcas catalanas más ricas en tradiciones de brujería y templarias. Pues a estas enormes tumbas acudían las madres de los pueblos de la comarca (Bot, Batea, Gandesa, Arnés, además de Horta de Sant Joan), para colocar una vela sobre los sarcófagos, al tiempo que rozaban la tumba con alguna prenda infantil, pidiéndole a la Virgen de los Ángeles, la patrona del templo, que sus hijos nacieran tan grandes, fuertes y sanos como los allí enterrados, y con la sabiduría del comendador…
El pueblo toledano de Malamoneda le debe su nombre a una curiosa leyenda que se ha mantenido con el paso de los tiempos. Según ésta, un caballero, por la codicia, traicionó a los demás compañeros al vender la ciudadela a los hispano-musulmanes; toda la guarnición fue degollada por los invasores, y sus despojos arrojados por los roquedales, siendo devorados por las alimañas; años después, con la conquista cristiana de la fortaleza, se pudo comprobar que los cuerpos de los caballeros, al caer sobre las rocas, habían fundido la piedra y formado los sepulcros, preservándose los restos de los templarios de las fieras; así estaban todos los templarios, menos uno, el traidor, del que los córvidos sólo dejaron el esqueleto, que mantenía en su mano izquierda unas monedas en recuerdo del cobro por su traición; esta moneda más bien sería el pago que, en el Más Allá, se abonaría a Caronte, para atravesar el lago de fuego Estigia, etapa crucial en el viaje hacia el paraíso. Estos sepulcros aún pueden verse y, hasta hace pocos años, el día uno de noviembre, festividad de Todos los Santos, seguían acudiendo a ellos las gentes de la vecina aldea de Hontanar que tenían algún familiar enfermo; con ello, se pedía a la Virgen una muerte dulce, si la curación plena no fuera posible; “a cambio dejaban velas sobre la roca y pasaban por ella una moneda que llevaban al enfermo. Si éste sanaba la guardaba como amuleto toda su vida y si fallecía lo enterraban con ella en la mano…”. Costumbre pagan muy apropiada al lugar, si recordamos que este enclave castellano-manchego antes fue un territorio de fuerte peso durante el período visigótico (Santa María de Melque), y en la Protohistoria un centro de culto celta y romano, donde se adoraba a las divinidades de la muerte y de los infiernos: Hades y Proserpina.
Haciendo excavaciones arqueológicas en el subsuelo de la nave primitiva de la iglesia del Crucifijo, de Puente la Reina (Garés), aparecieron algunas sepulturas templarias. La particularidad de los esqueletos allí encontrados era la postura en que fueron sepultados al morir, con el rostro vuelto hacia la tierra; incluso se dice que uno de los innumerables misterios que se mantienen sin resolver en la esotérica atmósfera de esta iglesia de peregrinaje fundada por los caballeros templarios en el año 1142.
Echano, un despoblado vizcaíno, cercano a Amorebieta, entre Olóriz y Bariaín, es una antigua posesión templaria, a la que se accede hoy desde la autopista de Behovia. Dentro de la iglesia de San Pedro, según los naturales de la zona, reposan los restos de una monja templaria con fama de santa, que había elegido aquella tierra para vivir a modo de ermitaña mientras cuidaba de una imagen negra de Nuestra Señora del Temple. La sor, al morir, fue venerada como sanadora y recibió el nombre de Arpeko saindua (la santa de la cueva), y también Lezeko Andrea (la señora de la caverna); en el portal norte del templo aparece la figura de una llave en medio de la Gloria. Echano perteneció durante los siglos medievales al señor de Orba, cuando, según las crónicas (siglo XIV), sólo había ocho fuegos u hogares; y desde hace muchos años es un despoblado. En esta dama templaria se reproduce la fascinación de la creencia vasca de Mari, divinidad de la naturaleza. Cuando murió la monja, las gentes de la región siguieron visitando su tumba, y se ha mantenido la tradición de portar ofrendas de exvotos realizados en cera, con los cuales se solicitaba a la difunta su mediación en la cura de ciertos males. Otra costumbre de origen pagano que se mantuvo, a pesar de la caída en desgracia de la Orden del Temple, fue que las mujeres que deseaban quedarse embarazadas permanecían toda la noche durmiendo –al igual que, durante el Neolítico, hacían las esposas en las cubiertas de las construcciones dolménicas- sobre la fría losa del sarcófago. No es, por tanto, una casualidad que, con el correr del tiempo, estar ermita se haya mantenido pagana, rebautizada con el nombre de Marijen kobia (la cueva de Mari).
El más iniciático de los senderos de peregrinación cristianos, el Camino de Santiago, en su desarrollo hispano, desde Roncesvalles (Navarra) hasta Padrón (A Coruña), está lleno de elementos ocultistas relacionados con el Temple y los ritos de la muerte. En la esotérica villa de Estella (Lizarra), por ejemplo, concretamente en el pórtico de la iglesia de San Miguel, vemos de nuevo los muertos; en esta ocasión, una hilera de difuntos espera que el arcángel San Miguel (Hermes) pese en una balanza sus atormentadas almas; a pocos metros, en el mismo pórtico, otros ángeles muestran el santo sepulcro vacío a las tres Marías. Otra iglesia de esta histórica y esotérica villa navarra no puede tener un nombre más sugerente, la del Santo Sepulcro, en cuyo tímpano muestra una sepultura también vacía. En ambos casos, los templarios quisieron trasladar a la piedra la evocación de la tumba donde fue enterrado el Señor, tras su crucifixión en el Gólgota (Tierra Santa).
Gottfried Kirschner, en su ensayo El tesoro de los templarios, hace una especial mención a la inscripción que aparece en la losa superior de una sepultura conservada cerca del alatar de la iglesia románica de San Pedro de Caracena: “En el interior de la iglesia de San Pedro descubrimos más indicios de la misteriosa Orden Templaria. En el muro trasero quedan restos de una antigua losa sepulcral de piedra, reutilizada de una posterior obra de mejora e incrustadas algunas de sus partes en la pared. Faltan unos cuanto fragmentos, pero la inscripción latina es susceptible de interpretación en su mayor parte. Dice, por ejemplo, pertenebat ad malam sectam (“perteneciente a la secta mala”). Con ello es fácil deducir que el difunto allí enterrado podría haber sido un templario fallecido a comienzos del siglo XIV, coincidiendo con los años de persecución de la orden. Un poco más abajo, en la misma losa sepulcral, se lee: hic auro facta (“lo que está hecho en oro”); lamentablemente, faltan las palabras anteriores. Sin embargo, estamos ante un rito de enterramiento que seguro que algún día terminaremos de interpretar. Y es precisamente, en la parte inferior de la puerta laterla de acceso al pórtico de esta misma iglesia, de San Pedro de Caracena, donde los arqueólogos hallaron, en una campaña de excavación llevada a cabo en los años 1982-1983, una interesante tumba, que contiene los restos de dos caballeros templarios; uno de ellos portaba aún en sus manos un par de monedas, las cuales, a modo de salvoconducto, utilizaría, según la creencia, para pagar al barquero Caronte, a fin de que le facilitase el paso a través del mítico lago de fuego de Estigia, en la antesala del Más Allá.
El mayor cementerio de templarios conservado en la península Ibérica, se encuentra en el interior de la iglesia de Santa María del Olival, en la región de Templarios, en el centro de Portugal, donde hay catalogadas un total de 22 tumbas de maestres del Temple, algunos correspondientes a la época en que, en el país vecino, la orden se transformó en la de los Caballeros de Cristo. Precisamente es en tierras lusitanas donde se registra el caso más evidente de la apropiación templaria de un mito pagano. Esta historia tuvo lugar en la ciudad de Tomar, cuando, a finales del siglo XII, el gran maestre del Temple Gualdim Pais (1159-1195) buscaba la inmortalidad, para lo cual recurrió a la brujería. Un nigromante no dudó en aconsejarle que, inmediatamente después de su muerte, su cadáver fuese troceado, introducido en un recipiente de vidrio con agua mágica y cocido a fuego lento, al tiempo que se leían en voz alta diversas fórmulas secretas; haciéndose así, su cuerpo no sólo renacería, sino que vendría al mundo rejuvenecido. En 1195, al fallecer el gran maestre, sus criados siguieron a pies juntillas lo dictado por Gualdim Pais; sin embargo, el nuevo gran maestre no dio su aprobación, al considerarlo herético, ordenando enterrar al cadáver con la redoma y el líquido, que no llegaron a usarse.
Existen, además, otros innumerables ejemplos de historias y leyendas relacionados con enterramientos de caballeros, o maestres del Temple. Citamos a continuación el caso de la tumba que sustituye al primer escalón de acceso a la iglesia de Villerías (Zamora), perteneciente a un personaje de la Tierra de Campos que, tras enviudar, ingresó en el Temple. La tradición mantiene que los recién casados que en aquella humilde ermita contraen matrimonio, tras la celebración del enlace, deberán salir de la iglesia saltando; con ello se garantizará su entrada en la vida de casados con buenos pasos y un matrimonio lleno de felicidad.
En la localidad gallega de Rianxo (A Coruña), en la iglesia del Castelo da Lua, se conserva el sarcófago de otro templario, el Cabaleiro da Lua, quien protagonizó la fuga de dos amantes que se hallaban presos en la citada fortaleza. Para rendir homenaje a la memoria de este singular caballero, cada noche de San Juan siguen llevándole flores a la tumba, al tiempo que le piden amores llenos de felicidad. Recuerda, además, la tradición que si un rayo de luna iluminaba las ofrendas, era señal de que el templario, desde el Más Allá, les daba su bendición.
Otros cementerios de templarios se encuentran en Castromembibre (Valladolid), cuyo camposanto dispone de una fuente que fue más bien un pozo artesiano. En Iruña (Álava), a 10 kilómetros de la ciudad de Vitoria, igualmente aparecieron numerosas tumbas templarias. En Monzón (Huesca), concretamente en el Fosalet, se conservan numerosos enterramientos de caballeros pertenecientes a esta influyente encomienda. En el cementerio medieval de Aldea de la Población (Navarra), sobre el Camino de Santiago, numerosas laudas que contienen la cruz pateada de la orden recuerdan que son tumbas de templarios. El sepulcro del caballero Fernán Pérez de Andrade, en el convento templario de Betanzos (A Coruña), considerado la obra funeraria medieval más importante de toda Galicia, está iluminado por un ventanal abierto en el hastial del crucero decorado con el carnero solar, que precisamente mira a mediodía. Y en Bueida (consejo de Quirós, Asturias), apareció un esqueleto, presumiblemente de un templario, en el cementerio medieval de El Caserón, de gigantesco tamaño; la cercana cueva de Infiesta, con entrada artificial, fue también lugar de enterramiento; y en la cercana ermita de Trubaniello, en el Puerto de la Ventana, apareció la imagen de una Virgen negra.
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