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jueves, 27 de mayo de 2010

El Grial


Desde la encomienda de Barcelona, recogemos nuevamente el testigo que habla sobre el Grial. Para ello hemos extraído del libro de nuestro buen amigo y escritor granadino Jesús Ávila Granados, un texto que fue publicado en su libro “La mitología templaria”.

Con su penetrante prosa, Jesús, nos adentra en el siempre misterioso mundo griálico.

Esperamos que su lectura sea de vuestro agrado.

Grial custodiado en Valencia.

Según la Biblia, así se llama la copa que Jesucristo utilizó durante la Última Cena y con la que, días después, José de Arimatea recogió algunas gotas de su sangre de las heridas, tras la Crucifixión en el Calvario. Éste es el único episodio relacionado con el cáliz divino que se cita en el Evangelio. Como consecuencia de todo ello, es fácil comprender que este vaso sagrado fuera receptor y transmisor de grandes poderes.

El Santo Grial, una de las reliquias más buscadas a lo largo de la Historia, está relacionado con uno de los mayores enigmas del mundo occidental. La raíz etimológica –graal-, según algunos investigadores, podría estar relacionada con la palabra celta gar (piedra); otros, en cambio, defienden una procedencia del francés arcaico gréal (vasija en forma de copa).

En torno al mito de este sagrado caliz, muchas leyendas se han creado. José de Arimatea fue encarcelado y castigado sin alimento, al ser acusado de sustraer un cadáver; en la mazmorra se le apareció Jesús, que le entregó el preciado cáliz, al tiempo que le nombraba guardián del Santo Grial y le advertía de que se le aparecería una paloma portadora de una oblea, alimento que debería depositar dentro del cáliz para que no pasara hambre ni muriera durante su cautiverio. En el año 70 d.C., tras la conquista de Jerusalén por los romanos, José de Arimatea fue liberado, marchándose a Inglaterra, donde fundó la primera iglesia cristiana de Occidente. Tras su muerte, el Grial fue custodiado por uno ángeles en una montaña fortaleza, igualmente sagrada, de paradero desconocido, cuya búsqueda ha puesto a prueba a los más valientes caballeros de todos los tiempos; pero sólo unos pocos, tres para ser exactos, aquellos que contaban con una paz interior plena, lograron hallarlo.

La leyenda del Grial está relacionada muy directamente con la llamada materia de Bretaña, que narra las expediciones que, en búsqueda de este preciado cáliz, se pusieron en marcha, en tiempos del mítico rey Arturo y sus legionarios caballeros de la Mesa Redonda. Pero sólo unos pocos de estos audaces guerreros alcanzaron la gloria de poder extasiarse ante la belleza del Grial, porque contaban con las necesarias condiciones; entre estos caballeros, debemos citar a Galahad, Perceval y Bors. Los poetas medievales Chrétien de Troyes (segunda mitad del siglo XII) y Wolfram von Eschenbach (1170-1220) nos describieron magistralmente la leyenda del Grial. El primero, de la región de Champagne (Francia), está relacionado con la corte del conde de Troyes, autor del Perceval (el cuento del Graal), obra que quedó interrumpida por su muerte y fue proseguida por otros autores; el segundo fue un poeta alemán que retomó la obra de Chrétien y la enriqueció con las leyendas del ciclo artúrico de Bretaña, escribiendo el gran poema caballeresco Parzival (Parsifal), inmortalizado en el siglo XIX en ópera por Richard Wagner. Según cuenta Eschenbach, en este que es, sin duda, el más largo y profundo poema de la lírica germana, el Grial es una piedra, una lente, que transmite una luz blanca y transparente, que además transforma la luz natural en fuego; una reliquia celestial custodiada por seres sin tacha –ángeles- en el mítico castillo de Montsalvatche. Y fue, según el poeta alemán, el osado Parsifal quien, tras superar toda clase de obstáculos y arriesgadas aventuras, llegó hasta el castillo, donde conoció al rey Anfortas, que, al ver las nobles intenciones del caballero, permitió que éste pudiese contemplar la grandeza y belleza del sagrado cáliz. Eschenbach también estableció que el Grial guardaba una estrecha relación con el conocimiento –gnosis-, identificando el sagrado cáliz con la esmeralda: toda una piedra preciosa desprendida de la corona de Lucifer en su lucha con Dios.

Para la ciencia alquimística, el Santo Grial era la piedra filosofal, o bien un recipiente en donde, al realizarse las aleaciones, se lograba alcanzar todo aquello que se buscaba, tanto de índole material como psíquica. La Orden del Temple, en su dimensión de caballeros guardianes del Santo Grial, está demostrando que superó con creces el ideal de ascetismo de las demás órdenes de caballería y monásticas del mundo occidental. “Valerosos caballeros tienen como morada Montsalvatche, donde se custodia el Grial. Son los templarios, a menudo se marchan en busca de aventuras”, leemos en el Parsifal, donde se identifica plenamente a los templarios con la Orden del Santo Grial.

Pero las búsqueda del Santo Grial alcanzó el siglo XX, como lo confirma la ansiedad de Hitler cuando, durante la Segunda Guerra Mundial, envió a Montségur (Occitania) a un grupo de investigadores al mando del periodista y escritor alemán Otto Rahn, quien, además, estaba plenamente convencido de la existencia en esa mágica montaña del sagrado cáliz. Y se da la circunstancia de que Montségur (1243), aunque no la última fortaleza cátara en caer ante el ejército de los cruzados de Simón de Montfort –fue Quéribus (1255)-, sí fue la más emblemática, elevada a la categoría de altar sagrado de esa herejía medieval, que tanto odio levantó en el seno de la Iglesia, hasta el punto de provocar una cruzada para aniquilarla por parte del pontífice Inocencio III. El día antes de la caída de Montségur, cuenta la leyenda, un grupo de boneshomes, aprovechando la oscuridad de la noche y los senderos ocultos, atravesaron las líneas de los invasores franceses y se llevaron la sagrada copa, que ocultaron en las grutas de la zona.

Cátaros y templarios coincidieron en el tiempo y el espacio, y se dice que ambos grupos mantuvieron unas muy estrechas relaciones; como lo demuestra el hecho de que los segundos, a pesar de las órdenes recibidas de la Iglesia, nunca asediaron ninguna fortaleza cátara; al contrario, ayudaron a los buenos hombres en las acciones de huida; gracias a ello, numerosos cátaros cruzaron los Pirineos y, a través del sendero que pasa por Bagà (Berguedà, Barcelona), accedieron al interior de Cataluña. Por lo tanto, el Santo Grial, como objeto de Luz, ya era conocido por los templarios. El sagrado cáliz llegó al monasterio rupestre de San Juan de la Peña –san Juan, el Bautista, de nuevo un santo admirado por los templarios- en el Prepirineo de Huesca, donde permaneció durante varios siglos, hasta que, en 1399, el monarca aragonés Martín I el Humano mandó trasladarlo a Zaragoza, primero, y a la Capilla Real de Barcelona, después. Y fue en tiempos de Alfonso V el Magnánimo (1416-1458) cuando el sagrado cáliz se llevaría a la ciudad de Valencia, donde aún se conserva en una capilla próxima a la octogonal torre gótica de Micalet, de origen templario.

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