Desde la encomienda de Barcelona, queremos comenzar con un nuevo temario. Éste lo hemos titulado “Personajes de La Biblia”, donde destacaremos a aquellas figuras más influyentes, que por su personalidad y/o liderazgo, han sido recogidas en las Sagradas Escrituras, llegando hasta nosotros, para acompañarnos “por los siglos de los siglos”.
No pretendemos seguir un orden cronológico, sino que los recopilaremos de manera aleatoria. Los textos han sido creados por el profesor de teología en la universidad de Exeter, J. R. Porter, y recogidos en su libro “The Illustrated Guide to the Bible” y traducido a la lengua española por la editorial Blume con el nombre de “La Biblia”.
Este primer texto, queremos dedicárselo al rey Salomón; puesto que el templo que mandó construir, fue el primer recinto que albergó oficialmente a la “Orden de los pobres caballeros de Cristo” y que con el tiempo y gracias al lugar donde se cobijaron los primeros monjes-guerreros, pasó a llamarse “Orden de los pobres caballeros de Cristo del Templo de Jerusalén”.
Desde aquí, deseamos que su contenido sea de vuestro agrado.
Pasaje del Juicio de Salomón.
Salomón
Después de su acceso al trono, Salomón no emprendió campañas expansionistas y su reinado (h. 961-922 a.C.) fue recordado como un período de paz y prosperidad en el que “Judá e Israel vivían tranquilos, cada cual bajo su parra y su higuera, desde Dan hasta Beer-Seba” (1 Re 4, 25). Posteriormente, los libros proféticos apelaron a esta descripción para referirse a la perfección de la futura era mesiánica. Fundamentalmente, Salomón fue recordado como encarnación de la sabiduría. Para el pensamiento israelita, la sabiduría es una cualidad práctica que todos necesitamos para evaluar las circunstancias de la existencia y llevar una buena vida. En tanto que responsable del bienestar de la nación, el monarca necesitaba la sabiduría más que nadie y, en este aspecto, Salomón fue el gobernante ideal.
Al inicio del reinado, Salomón visitó Gabaón, descrita como “el lugar más alto de más importancia” (1 Re 3, 4). Jerusalén aún no la había sustituido como santuario principal. Una vez allí, el rey tuvo un sueño en el que se le apareció Dios. El sueño de Salomón guarda un estrecho parecido con la experiencia del faraón Tutmés IV, al que la esfinge de Guiza se le apareció mientras dormía. La esfinge le habló de su elección divina en la niñez y de la legitimidad de su acceso al trono; al despertar, el faraón ofreció sacrificios. Estos elementos también figuran en el relato del sueño de Salomón (1 Re 3, 5-15). La narrativa de la Biblia se singulariza por la petición de sabiduría que hace el monarca y por la promesa de Yahveh de darle “entendimiento para discernir lo que es equitativo”, lo que proporcionará “riquezas y glorias tales” como las que hasta entonces no había tenido ningún monarca.
Inmediatamente después se narra una historia muy distinta, un cuento popular que ejemplifica el modo en que la sabiduría real administraba justicia. Dos prostitutas se presentan ante Salomón con un niño y ambas dicen ser su madre. Salomón afronta la conflictiva reclamación y, a falta de pruebas concluyentes, pide una espada para partir el niño en dos y dar “una mitad a una y la otra mitad a la otra” (1 Re 3, 25). Una de las mujeres suplica a Salomón que entregue el niño a su rival en lugar de matarlo. La otra responde desdeñosamente que el niño “no sea ni para mí ni para ti” y pide al rey que siga adelante y parta al pequeño. A través de la comprensión psicológica, Salomón percibe en la primera mujer, la compasión de la verdadera madre y le entrega al niño. Al conocer la decisión, los israelitas se dan cuenta de que el nuevo monarca posee realmente “sabiduría divina”.
El reinado de Salomón
El reinado de Salomón adoptó cada vez más la forma y el estilo de un estado despótico del antiguo Oriente Próximo. Prueba clara es la institución de la leva o corbea, por la cual era posible reclutar a la población y someterla a trabajo obligatorio en las obras públicas, lo mismo que los israelitas se habían visto forzados a hacer en Egipto. Los textos de Ugarit demuestran que los cananeos también realizaron esta práctica. Aunque un pasaje parece aludir a que el trabajo obligatorio sólo se aplicó a los pueblos incorporados al reino de David (1 Cró 22- 1), está claro que los israelitas también participaron (compárese con 1 Re 12, 4 y 12- 8). Lo más probable es que los no israelitas tuvieran la condición de siervos permanentes del estado, mientras que a los israelitas sólo los reclutaban en circunstancias extraordinarias, como en el caso del gran programa edilicio de Salomón. Es posible que David pensase en introducir la leva, pero fue durante el reinado de su hijo cuando se convirtió en un elemento central de la administración estatal.
Pese a que no libró guerras agresivas, Salomón se ocupó de proteger el reino. La Biblia menciona varias ciudades en las que llevó a cabo obras y apostó guarniciones de carros y caballerías (1 Re 9, 15-19). Sus posiciones resultan significativas: Jasor protegía el extremo de la frontera septentrional y Meguiddó controlaba el estratégico paso de la costa a la región montañosa central. Destruida por el faraón y regalada posteriormente a su hija como dote cuando se casó con Salomón, Guézer fue reconstruida como base de la que se denominaba la zona de ocupación filistea. Las excavaciones realizadas en estos yacimientos han dejado al descubierto las construcciones de la época salomónica.
El rey también construyó ciudades-graneros relacionadas con la reorganización global del estado, situación que se explica en el libro primero de los Reyes 4. Dividió el territorio en doce distritos administrativos, encabezados por un gobernante regional. Aunque hasta cierto punto esta división se basó en las antiguas zonas tribales, no quedó rígidamente enmarcada por este contexto. El propósito de la reorganización consistía en que mensualmente cada distrito proporcionase alimentos a la casa real, por lo que es más probable que dicha división quedara determinada por los doce meses del año. Las antiguas ciudades cananeas se incorporaron a los nuevos distritos regionales. Las provisiones mensuales que cada gobernador se encargaba de organizar se almacenaban en las ciudades-granero antes de su envío a la corte de Jerusalén.
Durante el reinado de Salomón, el imperio israelita se convirtió en una destacada potencia internacional. El rey aprovechó su prestigio para ampliar su influencia a los estados vecinos mediante el empleo de medios diplomáticos. Salomón selló el tratado con el rey Jiram de Tiro, afianzando la alianza iniciada por David (1 Re 5, 12). Uno de los beneficios del tratado consistió en que Jiram proporcionó a Salomón madera de los famosos cedros del Líbano para sus obras, así como artesanos cualificados que talaron los árboles y los transportaron por mar.
La Biblia condena el harén de Salomón, pues afirma que llevó al rey a incorporar las deidades que adoraban sus esposas extranjeras (1 Re 11, 1-8). Es probable que exagere la magnitud del harén para presentar al monarca como modelo de riquezas y virilidad, con un estilo propio del Oriente Próximo. El harén real fue un elemento diplomático importante porque los pactos entre estados se cimentaban con matrimonios que representaban la unión de las respectivas familias reales. Estamos casi seguros de que Salomón respetó esta práctica: la narración bíblica atribuye gran importancia a su boda con una de las hijas del rey de Egipto, que tenía su palacio en Jerusalén (1 Re 7, 8 y 9, 16). Aunque en tiempos de Salomón ya estaba en decadencia, Egipto aún era un país famoso. El hecho de que el faraón considerase que valía la pena conseguir la amistad con Israel muestra el considerable prestigio internacional alcanzado por el reinado de Salomón.
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