Desde la encomienda de Barcelona, queremos divulgar el por qué la Orden del Temple fue tan poderosa militarmente. La clave principal fue su estructura jerarquizada que produjo enormes victorias y por ende el reconocimiento tanto de aliados cristianos como de enemigos musulmanes.
Por ello hemos seleccionado un texto del investigador histórico José Luis Delgado Ayensa, publicado en el libro “Codex Templi”, donde nos habla sobre esta cuestión.
Esperamos que su lectura sea de vuestro agrado.
Imagen de distintos cargos templarios.
Las victorias, los halagos, la enorme admiración del resto de los cruzados hacia los templarios, se consiguieron por el enorme valor de unos hombres que pelearon de modo singular en las batallas de Oriente. Pero, sobre todo, sus triunfos se debieron a una organización especialísima, configurada a partir de una eficaz jerarquía. Los templarios estaban adiestrados en una férrea disciplina, equipados con un excelente ajuar para aquella época y aleccionados mediante un severo entrenamiento y una estricta vida monástica. Estos aspectos de la comunidad templaria les llevarían, en un principio, al éxito y, más tarde, a su extinción.
La jerarquía templaria estaba encabezada por el maestre. (El título de “gran maestre” sólo aparece en escritos posteriores a la desaparición de la Orden). El maestre ostentaba el cargo de mayor rango en la Orden del Temple, pero estaba sujeto a las mismas normas y obligaciones que el resto de los hermanos, y su poder y sus decisiones estaban siempre limitadas y sujetas a la decisión del capítulo. El maestre tenía a su cargo, como una especie de consejo, al senescal, al mariscal, al comendador del Reino de Jerusalén, a los comendadores de Trípoli y Antioquía, al pañero, al turcoplier, al submariscal y al confaloniero. El submariscal y el confaloniero eran hermanos sargentos, no caballeros. El maestre tenía derecho a llevar consigo cuatro caballos –solamente uno más que cualquier hermano caballero-, un clérigo, un hermano sargento, un escudero encargado de cargar con el escudo y la lanza, un hermano capellán y un intérprete sarraceno, además de su escolta personal, formada por dos caballeros de élite. Llevaba la misma vida que el resto de sus hermanos, comiendo, descansando, orando y luchando junto a ellos y, por su puesto, no podía tener posesiones propias ni podía disponer de los bienes de la Orden si no se lo permitía el capítulo. Únicamente se le permitía hacer algunos regalos o concesiones y conceder préstamos siempre que éstos redundaran en beneficio de la Orden.
El senescal también poseía un séquito propio, como el maestre; en su caso estaba formado por un hermano sargento, dos escuderos, un intérprete, un caballero, un turcople, un diácono y un indígena. En ausencia del maestre, el senescal ejercía sus funciones, asumía el control de la encomienda y, del mismo modo, sus decisiones quedaban sometidas al control del capítulo.
El mariscal era el superior militar de la Orden. A su cargo se hallaban todas las armas y el equipamiento de los hermanos, así como la maquinaria bélica, las municiones y los útiles para montar a caballo. Él era el encargado de organizar las fuerzas armadas de la Orden, distribuirlas, movilizarlas y de preparar las tácticas. Por ser el encargado de la logística militar, era su deber adquirir las caballerías, inspeccionarlas y repartirlas, todo ello bajo la supervisión y consentimiento del maestre. Bajo el mando del mariscal estaban además, el turcoplier, el submariscal y el confaloniero.
El turcoplier tenía el mando sobre los hermanos sargentos y las tropas de soldados turcoples. Cuando le era encomendada una misión de reconocimiento, a modo de avanzadilla, cargaba con la responsabilidad de la misma y todos los guerreros a su cargo debían acatar sus órdenes. Aun así, no estaba autorizado a atacar por decisión propia ni a lanzarse en persecución del enemigo.
El submariscal era el encargado de los arneses y demás complementos de montura, y de los hermanos artesanos que elaboraban los mismos. Era su tarea supervisar continuamente el trabajo en los talleres de la Orden y, además, era el encargado de distribuir a los escuderos, aunque estos últimos estaban bajo las órdenes del confaloniero.
El confaloniero tenía bajo su responsabilidad a todos aquellos escuderos que servían temporalmente en el Temple, por caridad o a sueldo de la Orden. Era el encargado de distribuirlos según las necesidades de las encomiendas, así como de pagar a los escuderos que así lo requieran. En las batallas era el portador de la enseña templaria y tenía como misión desplegarla, una vez llegada la hora de entablar el combate, para cumplir el propósito de congregación de fuerzas que se ha explicado anteriormente.
El comendador del Reino de Jerusalén podía tener a su disposición cuatro caballos, un sargento, un turcople, un diácono que, además, hiciese labores de escribiente, un intérprete, dos ayudantes y otros dos escuderos. Este numeroso séquito advierte de la importancia del cargo, pues el número de personas que le acompañaban era bastante similar al del maestre. Este hermano caballero era el encargado de la custodia de los bienes del Temple y ejercía las funciones de tesorero. Poseía el control sobre todas las propiedades templarias, gestionaba las rentas, efectuaba los pagos correspondientes y debía tener un control absoluto sobre la caja y las finanzas de la Orden. En tiempo de paz, podía decidir y aconsejar al mariscal sobre la conveniencia de tener un número determinado de hermanos alojados en cada encomienda y era también el responsable de custodiar las donaciones y los rescates recibidos.
En esta compleja escala jerárquica, el pañero mayor estaba a las órdenes del tesorero y también era una figura con bastante relevancia en la organización de la Orden. Bajo su responsabilidad estaban las vestimentas de los hermanos, así como la ropa de cama; también se ocupaba de supervisar que todos los hermanos fueran adecuadamente aseados y vestidos exclusivamente con las ropas que la Orden les había entregado.
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