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lunes, 31 de mayo de 2010

La bandera europea: ¿Victoria de la Iglesia frente al laicismo?



De muchos es sabido, la importancia que tuvo y continúa teniendo Nuestra Santísima Virgen María, Madre de Dios, para la Orden del Temple. Muchas han sido las iglesias y capillas construidas por templarios, dedicadas a Nuestra Señora.

Por ello queremos tratar un tema interesante que recoge el escritor e investigador español, Javier Sierra, en su libro “La ruta prohibida”. El texto en cuestión, nos habla sobre la simbología que oculta la bandera europea; donde se ve representada en ésta, a la Virgen de la Inmaculada Concepción.

Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.

Bandera de la Unión Europea.

La siguiente metáfora cósmica se fraguó en fechas recientes, y demuestra que, de algún modo, la sabiduría de aquellos nuestros antepasados sigue entre nosotros. Todo empezó el 29 de mayo de 1986; de eso hace ya más de dos décadas. Frente a la sede de la Comisión Europea en Bruselas, en el palacio de Berlaymont, se izó por primera vez la bandera azul y con doce estrellas dispuestas en círculo, como insignia común del Viejo Continente.

El día anterior, el entonces secretario general del Consejo de Europa, Marcelino Oreja, declaraba a la prensa su agrado por la decisión de adoptar el diseño que en 1955 pergeñara el Consejo de Europa para convertirlo en la bandera de todos los europeos. Pero Oreja no explicó –tal vez no lo sabía-, cuál era el misterioso origen de ese distintivo. De hecho, hasta años más tarde, en concreto hasta el verano de 2004, casi nadie se había preguntado por ello.

Aquel mes de julio, la revista para peregrinos del más famoso santuario mariano de Francia, Lourdes Magazine, recogía unos comentarios de un artista alsaciano llamado Arsène Heitz, que levantarían ampollas en círculos intelectuales. Heitz fue uno de los muchos ciudadanos que se presentaron al concurso del Consejo de Europa de 1955 para diseñar la divisa que los representara. “Inspirado por Dios –confesó-, tuve la idea de hacer una bandera azul sobre la que destacaran las doce estrella de la Inmaculada Concepción de Rue du Bac. De modo que la bandera europea es la bandera de la madre de Jesús que apareció en el cielo coronada de doce estrellas”.

Heitz destapaba así nada menos que dos orígenes místicos para su diseño de la bandera europea: uno, la visión que la santa francesa Catalina Labouré tuvo en 1876 en la Rue du Bac de París al ver en éxtasis “la corona de la Virgen con doce estrellas”; y dos, una misteriosa cita extraída del capítulo 12 del Apocalipsis en la que puede leerse: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del Sol, con la Luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Corona Stellarum Duodecim, en latín).

¿Cómo había pasado esto desapercibido a una Europa empeñada en subrayar su laicidad?

Cuando meses más tarde, el 28 de octubre de 2004, el semanario The Economist se hizo eco de aquellas declaraciones, la polémica sobre la existencia de un símbolo religioso en el corazón de Europa, ya estaba en boca de todos. Una polémica, por cierto, que había comenzado a gestarse meses antes, cuando desde el Vaticano Juan Pablo II criticó la Constitución Europea por no recoger la idea de sus “raíces cristianas” como fuente de inspiración. Sin embargo, en aquellos comentarios el pontífice se cuidó mucho de no referirse a la bandera y a su significado católico. Ni tampoco aludió a los profundos vínculos históricos que unen la historia de Europa con la Virgen. Si lo hubiera hecho, si hubiera mencionado que Europa era un continente consagrado a María desde los tiempos de Clemente V (siglo XIV), y que esa “consagración” continuaba “en secreto” a través de su bandera, sus reclamaciones hubieran perdido fuerza. O, aún peor, hubieran causado un profundo malestar en países de mayoría protestante como Alemania o el Reino Unido.

Pero Wojtyla tal vez soñaba entonces con las palabras de Juan XXIII, impresas en su encíclica Pacem in Terris, cuando dijo que una Europa unida “será el mayor súper-estado católico que el mundo ha conocido jamás”. ¿Tenía eso en mente cuando criticó el texto de la Constitución Europea?

¿Conspiración católica en la Unión Europea?

En varias ocasiones, la ex primera ministra británica Margaret Thatcher definió a Europa como una “conspiración católica”. Y visto desde esta nueva perspectiva, la Dama de Hierro tuvo sus razones para recelar del proyecto común. Sabía que muchos de los padres de la moderna Unión Europea (Adenauer, Delors, Schuman…) fueron católicos confesos. Y si hubiera buceado en su historia, y hubiera descubierto que algunas de sus propuestas para crear los símbolos de la moderna Europa estaban sembradas de referencias cristianas, habría elevado aún más el tono de sus protestas.

El diseño de la bandera europea nunca ha sido ajeno a tales luchas, aunque lo cierto es que rara vez han trascendido a la opinión pública. Así cuando en 1955 el Consejo de Europa aprobó la tela que hoy ondea en todas las instituciones oficiales de la Unión, dejó atrás otras propuestas ciertamente cristianizantes. La mayoría de aquellos proyectos de bandera mostraban una cruz porque consideraban que esa idea, además, no era ajena al espíritu europeo. Las banderas de Dinamarca, Grecia, Irlanda, Noruega, Suecia y el Reino Unido aún la contienen. De hecho, el espíritu de las cruzadas fue, sin duda, el único gran precedente histórico de Unión que pudieron manejar los artistas. Pero en aquel entonces, a sólo unas décadas del final de la segunda guerra mundial, se optó por la cautela. El Consejo evitó herir susceptibilidades como las de Turquía –país no cristiano-, o las de los entonces países del bloque comunista, a los que un símbolo religioso les habría resultado ofensivo.

El giro del Consejo hacia una presunta bandera laica fue magistral. Tras rechazar los diseños con una “E” prominente sobre el paño, la idea que pronto ganó más votos fue la de jugar con las estrellas. El diplomático y escritor español Salvador de Madariaga propuso una idea que estuvo a punto de llevarse el gato al agua: sobre fondo azul, un grupo de astros marcaría la ubicación de cada capital adscrita al Consejo de Europa. Todas ellas escoltarían a una estrella de mayor tamaño que señalaría el emplazamiento de Bruselas. Por desgracia, su diseño, aunque ocurrente, enseguida sucumbió frente al de su inmediato competidor: Arsène Heitz.

Por alguna misteriosa razón, se decidió entonces que el número de estrellas fuera doce, independientemente del número de Estados miembros. El doce, según el entonces secretario general del Consejo, Ludovico Benvenuti, era un símbolo de perfección y plenitud. “El doce representa a todos los pueblos europeos, exactamente como los doce signos del Zodiaco representan al Universo entero”, escribió. Pero su idea tuvo que ser explicada hasta la saciedad. Los ciudadanos asimilaban cada estrella a un país, como sucede en la bandera de Estados Unidos. Y ése no era el caso del diseño de Heitz. ¿Acaso apostó por la inmutabilidad de la corona de doce estrellas para preservar el significado oculto de ese círculo?

Imagen del vidral de la catedral de Estrasburgo; donde se ve en la parte superior la corona representada en la badera europea.

La bandera de la Inmaculada Concepción

En 1985, con motivo del trigésimo aniversario de la bandera del Consejo de Europa, surgió otra pista para armar este rompecabezas. Robert Bichet, político democristiano y vicepresidente del Consejo de Europa en 1955, reconoció implícitamente el origen mariano de la bandera en un libro de su autoría. En Le drapeau de l’Europe, Bichet justificó el simbolismo de la corona estrellada citanto a cierto Gaetano G. di Sales: “Doce es el símbolo de la perfección y de plenitud –escribió-, como los doce apóstoles, los doce hijos de Jacob, las doce horas del día, los doce meses del año, los doce signos del zodiaco”. Lo que Bichet no dijo entonces es que Di Sales fue un conocido autor de obras piadosas, marianas por más señas. Ni tampoco que tres días después de que fuera aprobada la bandera azul por el Consejo de Europa, este organismo inauguró el domingo 11 de diciembre de 1955, un vitral en la catedral de Estrasburgo con la Virgen coronada por la Corona Stellarum Duodecim del Apocalipsis. El vitral muestra, aún hoy, un inequívoco guiño al significado oculto de nuestra enseña común.

Una divisa, debo subrayarlo, aprobada por primera vez el 8 de diciembre de 1955. Fiesta de la Inmaculada Concepción por más señas.

¿Casualidad?

¿Y por qué se me hace difícil creerlo?

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