Personajes de la Biblia: El rey Salomón IIª parte.

Continuamos desde la encomienda de Barcelona con la sección dedicada a los personajes bíblicos, extraídos del libro del profesor de teología J.R.Porter, titulado "La Biblia".

Con esta segunda parte, finaliza el texto dedicado al rey Salomón.

Deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.

Reproducción del Templo de Salomón.

El Templo

El proyecto edilicio más importante de Salomón fue el Templo de Jerusalén, que desempeñó un papel decisivo en la vida y el culto de la nación. Con su construcción cumplió uno de los deberes atribuidos a los monarcas del antiguo Oriente Próximo, que en la capital se debía erigir un edificio, cuanto más espléndido mejor, como morada de la divinidad nacional. El Templo de Jerusalén representó una innovación: cuando el rey David proyectó la construcción de la casa de Yahveh, el profeta Natán se lo prohibió e insistió en que, hasta entonces, Dios había habilitado en una tienda portátil o tabernáculo (2 Sam 7, 6 y Cró 17, 4).

Como los israelitas carecían de experiencia en la construcción de templos, Salomón recabó la ayuda de Jiram de Tiro, que le proporcionó los materiales, la mano de obra y, sobretodo, un artesano que realizó los utensilios del culto del Templo. Por consiguiente, la construcción del Templo es básicamente fenicia o cananea: la planta tripartita se semeja al santuario sirio de Tell Tainat y a un templo de Jasor. Se erigió al norte de la ciudad de David, en un santo lugar de los antiguos yebuseos, tradicionalmente relacionado con la era en la que David construyó el altar (2 Sam 24,18), que se convirtió en el sitio para el alatar al aire libre del Templo. Las paredes, revestidas con cedro del Líbano, fueron adornadas con querubines, palmeras y flores abiertas (tal vez lotos), símbolos religiosos habituales en el antiguo Oriente Próximo. En el vestíbulo se alzaban dos columnas características de los templos fenicios. Aunque la importancia de estas columnas está en cuestión, sus nombres –Yakin (“Yahveh establece”) y Boaz (“en él está la fuerza”)- apuntan a que simbolizan la presencia divina. Tal vez fueron los equivalentes de las figuras guardianas de las divinidades que se alzaban en la entrada de los santuarios y los palacios mesopotámicos.

La construcción del Templo (1 Re 6) estuvo acompañada por la edificación en las proximidades del palacio de Salomón (de tamaño considerablemente mayor). Representaba el papel del Templo no sólo como santuario nacional, sino como capilla real. El soberano era el jefe del culto a Yahveh y encabezaba los actos religiosos importantes. Salomón en persona celebró la consagración del Templo y ofreció sacrificios y plegaria.

Para la religión cananea, el hogar de los dioses era una montaña. Los salmos empleados en el culto en el Templo demuestran que gran parte de la mitología y el simbolismo de la montaña divina fueron traspasados al monte Sión, morada de Yahveh.

Las debilidades del estado

La Biblia menciona debilidades y tensiones del reinado de Salomón que, aunque probablemente limitadas en su época, en el futuro tuvieron graves consecuencias. Estallaron disturbios en dos territorios extranjeros dependientes, Edom y Aram. Los trastornos se simbolizan con el castigo divino que Salomón sufre por rendir culto a deidades extranjeras (como se cuenta en el libro primero de los Reyes 11) y es probable que la Biblia exagere su importancia. Seguramente uno de los adversarios, el rey edomita Hadad, no fue más que un estorbo secundario. Rezón, el jefe rebelde arameo, creó un reino independiente en Damasco, aunque es posible que ocurriera en el período de debilidad israelita que se produjo a la muerte de Salomón. En ocasiones se ha postulado que Salomón tuvo que hacer frente a dificultades económicas, razón por la cual cedió veinte asentamientos de Galilea a su aliado Jiram de Tiro a cambio de una abultada suma de dinero (1 Re 9, 11). En realidad, este relato hace hincapié en la capacidad negociadora de Salomón: Jiram está decepcionado con sus nuevas propiedades y las llama “Kabul”, que tal vez significa “tierra que no sirve para nada”.

El descontento interior, provocado principalmente por la institución salomónica del trabajo obligatorio (la leva), fue un problema. Treinta mil ciudadanos varones eran reclutados para trabajar por turnos en el extranjero: pasaban un mes en el Líbano y dos en sus casas (1 Re 5,14). Seguramente los agricultores israelitas libres se resistieron de esta sumisión al estado, que representó serios trastornos para la agricultura. Otros miles de ciudadanos se vieron obligados a trabajar en las canteras y en los múltiples proyectos edilicios de Salomón.

La arriesgada tensión entre Israel y Judá fue otra fuente de presiones internas.

Ambas cuestiones estallaron en la rebelión de Yeroboam, funcionario real de la tribu norteña de Efraín, que conocía perfectamente las consecuencias de la leva pues estaba a cargo del trabajo obligatorio en su distrito tribal. Según la Biblia, el profeta Ajiyyá transmitió a Yeroboam la promesa divina de que gobernaría las diez tribus septentrionales de Israel. Las dos restantes eran tribus de Judá y Benjamín, tradicionalmente emparentadas, que Dios reservó para la dinastía de David (1 Re 11, 29-32). El apoyo de Ajiyyá representaba la tradición religiosa israelita anterior superada por la nueva situación, centrada en el Templo de Jerusalén.

La rebelión de Yeroboam no destronó a Salomón porque, como dijo Ajiyyá. Dios había prometido que sería rey “durante todos los días de su vida, en consideración a mi siervo David” (1 Re 11, 34). Yeroboam huyó a Egipto y esperó su oportunidad en la corte del faraón.