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viernes, 14 de mayo de 2010

El Temple y los símbolos serpentarios.


Desde la encomienda de Barcelona, abordamos otro de los inquietantes textos, con los cuales ya nos tiene bien acostumbrados nuestro querido amigo, D. Jesús Ávila Granados. Esta vez de su libro “La mitología templaria”, hemos extraído un capítulo dedicado a los símbolos serpentarios.

Deseamos que su lectura les adentre por los misteriosos caminos del Temple.

Imagen de un báculo serpentario.

Los templarios, ya en los siglos medievales, conocedores de tales símbolos, cuyas raíces sobre su formación y significado se pierden en la oscuridad de las representaciones místicas, rindieron un justo homenaje a la serpiente, y también al caduceo, o vara; elementos, ambos, vinculados con el rejuvenecimiento del cuerpo. En este sentido, es preciso recordar a las wuivres, las serpientes subterráneas celtas, citadas en la mitología germánica, de las cuales se nutrieron igualmente los templarios, como veremos a continuación.

La serpiente, bien en su forma habitual, bien alada, desde la óptica del mundo cristiano ha sido un animal vinculado con la destrucción, con la fantasía, lo negativo; como ser maléfico, siempre se ha considerado un monstruo relacionado con desgracias para la humanidad, desde que fue elegido como intermediario entre la fruta –la manzana- y el hombre, a través de la mujer; es, por lo tanto, un animal que precede a la lujuria, al pecado, al infierno. Pero esta vinculación en el cosmos cristiano hunde sus raíces en los cultos paganos de la Antigüedad; recordemos que la serpiente fue venerada como animal próximo a las fuerzas telúricas, de las profundidades, entre las cuales, se incluye el culto a Serapis. En el simbolismo de la alquimia, la serpiente crucificada significa la fijación de lo volátil. La serpiente también era símbolo de la fijación en lo volátil. La serpiente también era símbolo de la fecundidad humana y de la fertilidad en las tareas agrarias; valores que la Iglesia no supo comprender, cambiando los aspectos positivos por los negativos, como vemos en la Biblia. Sin embargo, los templarios, ajenos a los dictámenes del cristianismo, supieron recuperar para la serpiente aquellos atributos que habían sido ignorados por el cristianismo, supieron recuperar para la serpiente aquellos atributos que habían sido ignorados por el cristianismo, como podemos confirmar en numerosos enclaves de la geografía hispana.

Por ejemplo, en un capitel del interior de la iglesia románica de Santiago, en la localidad de Villafranca del Bierzo (León). La antigua capital de esta legendaria comarca, en la embocadura de los valles de los ríos Burbia y Valcarce, es un territorio vinculado con el paraíso terrenal para las civilizaciones de la Antigüedad – de ahí el nombre del Bierzo, derivación de Bergidum, tierra fértil y celestial-. El capitel se halla en la iglesia de Santiago, a pocos metros del castillo. El viajero que llega exhausto, sin fuerzas, sediento y hambriento, como inconsciente, después de traspasar la portada de acceso, se dirige hacia un pilar próximo al altar mayor y, sin dudar un segundo, se postra ante la columna a rezar; pero elevando los ojos en dirección al capitel, formado por varias serpientes enroscadas, momentos después se produce el milagro: el viajero que llega exhausto, sin fuerzas, sediento y hambriento, como inconsciente, después de traspasar la portada de acceso, se dirige hacia un pilar próximo al altar mayor y, sin dudar un segundo, se postra ante la columna a rezar; pero elevando los ojos en dirección al capitel, formado por varias serpientes enroscadas, momentos después se produce el milagro: el viajero se alza de golpe, consecuencia de haber sido como recargado su cuerpo de energía positiva, y, apartando lentamente la vista del capitel y la columna, hace un recorrido visual por el interior del templo, despidiéndose seguidamente del sagrado lugar y reemprendiendo, tras salir al exterior, el camino a la vecina Galicia. En este caso, vemos como la serpiente se convierte en la coronación de un símbolo animal terrestre, transmisor de energías ancestrales y positivas, y un caduceo que es sustituido por una columna de mármol. Recordemos que esta iglesia, que contó con un importante hospital de peregrinos durante los siglos medievales, estrechamente vinculada con los templarios, tiene la potestad de sustituir al destino final del Camino, Santiago, para quienes, por enfermedad u otro imperativo mayor, no pudiesen proseguir el viaje. Villafranca del Bierzo, que fue repoblada por familias francas, era apodada como la “pequeña Compostela”.

Otro caso de poderes sobrenaturales relacionados con las serpientes, y vinculados con el Temple, lo encontramos en otra etapa de este camino de las Estrellas, concretamente, en la villa de Estella. Situada en la falda del Montejurra, sobre la orilla derecha de las nerviosas aguas del río Ega, la ciudad de Estella (Lizarra, en euskera, que también se traduce por Estrella) fue fundada en 1090 por Sancho Ramírez, mientras este monarca navarro ponía sitio a la ciudad de Toledo. Paralelamente, tuvo lugar la milagrosa explosión en el cielo de una verdadera tormenta y cascada de luminosas estrellas, con la consiguiente aparición de la Virgen del Puy, en el interior de una gruta de esta montaña. En el siglo XIII, gracias a los templarios, alcanzó un notable equilibrio entre las culturas y religiones de su época (cistercienses, judíos, navarros, francos, moriscos…); fruto de ello, sin duda, es la parroquia de San Pedro de la Rúa, que corona un escarpado risco al pie de la peña de los Castillos. La mayor iglesia de Estella, de gran alzada y cuya fachada se muestra altiva a los asombrados ojos de los peregrinos, exhibe una portada donde se entremezcla una extraña combinación de influencias moriscas y cistercienses. Se dice que San Pedro de la Rúa fue un centro gnóstico e iniciático de reunión de canteros durante los siglos medievales. En esta iglesia también está presente la huella de los templarios. El claustro, del siglo XIII, fue utilizado en la Edad Media como cementerio de peregrinos; algunas de sus columnas, como sucede en Caracena (Soria), se esculpieron contorneadas entre sí, evocando los cuerpos de tres serpientes – o wuivres célticas- enroscadas, que simbolizan los tres principios básicos de la alquimia o los saberes gnósticos. Pero es en el interior de la iglesia donde la serpiente- animal que se desliza con suma precisión por la tierra y también por las entrañas del suelo, que pone huevos como las aves, que es sinónimo de destreza e inteligencia, y que los antiguos cultos prehistóricos relacionan con el dragón o, lo que es lo mismo, las fuerzas sobrenaturales – parece cobrar vida. Nos referimos a la columna de la derecha del presbiterio, formada por tres serpientes de pie entrelazadas, demostrando que el conocimiento serpentario sostiene el templo y uniendo, al mismo tiempo, la tierra –pavimento del presbiterio- con el cielo –bóveda del interior del ábside-. Enfrente, sobre e altar mayor, la imagen de la Virgen o de la O, o de Belén, un culto cristiano que arraiga con las más profundas tradiciones célticas, al relacionarse con la divinidad Belenos.

Además de los anteriormente citados, son numerosos los enclaves mágicos de nuestra geografía en donde los templarios dejaron una buena representación de serpientes, como animales esotéricos cargados de energía, a través de unas obras escultóricas del mayor interés. Entre ellas, queremos destacar: los canecillos de la iglesia de San Gil, en Luna (Zaragoza), donde vemos serpientes entrelazadas. En la iglesia de San Martín, Matalbaniega (Palencia), quedará extasiado al contemplar la representación escultórica en un canecillo de una mujer amamantando a una serpiente, escena que también se repite en la iglesia de Santa María la Real de Sangüesa (Navarra). En el interior de la iglesia parroquial de Muros de San Pedro (A Coruña) localidad asentada en la falda del monte Costiños y tierra de ancestrales cultos paganos, que conserva el castro celta-, concretamente en la pila bautismal que hay junto al Cristo que llegó del “mar de las Tinieblas” (océano Atlántico), una serpiente está grabada en la piedra del fondo de la pila de agua bendita; de este modo, los feligreses, al santiguarse, tomaban parte de la sabiduría gnóstica de la serpiente, en forma de gotas de agua bendita.

Precisamente en muchos de los canecillos, capiteles e impostas de las iglesias templarias, especialmente en los exteriores del templo, se desarrolla una iconografía que refleja el amor carnal, desde diferentes formas. Son escenas que logran levantar los más primitivos deseos del ser humano, en las cuales el hombre y la mujer se hallan inmersos en el orgasmo, o bien, individualmente, en plena auto-felación. En otros casos, sólo aparece una vulva abierta, o un enorme pene. Estas representaciones del eros cotidiano, en las que también puede verse a clérigos y monjas en los momentos más trascendentales del coito, o bien exhibiendo impúdicamente sus enormes genitales, suelen darse en iglesias próximas a los caminos de peregrinación; probablemente, para motivar los ánimos de los cansados romeros. Las comunidades de Cantabria y Castilla León, son las más ricas en estas lujuriosas representaciones.

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