Las tradiciones antiguas relacionan al fuego con la divinidad. Esta idea se hace evidente en el mito de Prometeo, donde el héroe arrebata el fuego a los dioses para ser entregarlo a la humanidad. Su audacia lo condenaría a sufrir el castigo divino de estar encadenado eternamente y que un águila le devorara el hígado todos los días, ya que éste volvía a desarrollarse.
Imagen del día de Pentecostés.
Los platónicos creían que el fuego era el elemento más relevante. Quien nos revela este concepto es Aristóteles, quien decía que "los pitagóricos afirman que en centro se halla el fuego, y que la Tierra, siendo uno de los astros, moviéndose en círculo alrededor del centro, produce el día y la noche. A los platónicos, empero, les parece que no debe atribuirse a la Tierra la posición central, pues creen que el lugar más digno debe pertenecer al elemento más digno, y que el fuego es más digno que la Tierra".
El fuego es el elemento opuesto al agua, pero en su oposición encontramos una interesante coincidencia: ambos son los principales elementos purificadores en la mayoría de las culturas. Juan el Bautista decía: "Yo os bautizo en agua para arrepentimiento, mas el que viene tras de mí (...) os bautizará en Espíritu Santo y en fuego" (Mateo 3:11).
El día de Pentecostés.
Cuando llegó una fiesta judía llamada Pentecostés, los discípulos que obedecieron al mandato de Jesús, recibieron esta promesa. La Biblia dice que estaban unánimes y de repente vino como un viento recio (no un viento recio) y se les aparecieron como lenguas de fuego en la cabeza de todos los creyentes y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu Santo les daba a que hablasen. Esto ocurrió aproximadamente a las nueve de la mañana y hubo testigos de diversas nacionalidades tales como medos, partos, africanos, egipcios, judíos, árabes que oían a los galileos hablar las maravillas de Dios. Sin embargo había muchos otros que pensaban que estaban embriagados. De pronto el apóstol Pedro se levantó y comenzó a predicar a los presentes, diciéndoles que lo que veían, era el cumplimiento de la promesa realizada años atrás, aproximadamente en el 850 a.C. En ese momento casi tres mil personas se convirtieron en la doctrina del cristianismo.
Así pues tenemos este suceso, reflejado en los Hechos de los Apóstoles de la siguiente manera:
“Al llegar el día de Pentecostés continuaban todos reunidos en el mismo sitio. De pronto, un estruendo que procedía del cielo y avanzaba como un huracán invadió la casa en que estaban todos congregados. Vieron luego una especie de lenguas de fuego que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. El Espíritu Santo los inundó a todos, y en seguida se pusieron a hablar en distintos idiomas según el Espíritu Santo les concedía expresarse.” (Hch. 2, 1-4)
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