Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con el espacio reservado a
Deseamos desde este humilde rincón que su lectura os sea grata.
Aparición de San Millán en la batalla de Simancas
Abderrahman III y su ejército contactaron con las vanguardias leonesas el 26 de julio. Durante días se sucedieron las refriegas. La superioridad musulmana chocaba con un mejor conocimiento del terreno a cargo de los cristianos. Al cabo de cinco días surgieron las disputas entre los generales mahometanos por la forma de conducir aquella batalla. El momento fue aprovechado por las tropas de Ramiro II para atacar desde dos frentes al contingente andalusí. La desorganización y desconcierto provocados por la ofensiva leonesa, desembocaron en un desmoronamiento de la línea ismaelita con la consiguiente retirada. Es estupefacto califa ordenó entonces un repliegue hacia la plaza de Atienza; sin embargo, Ramiro II, desde ese día llamado el Grande, no estaba dispuesto a dejar escapar tan espléndida oportunidad. Las tropas leonesas persiguieron sin descanso a los desmoralizados soldados de Alá, quienes desconocedores del territorio por el que se movían, fueron retrocediendo cegados hasta un lugar que los cronistas árabes denominaron Alhándega, sitio escarpado, sembrado por cortados y barrancos que se convirtió en una tumba para miles de soldados musulmanes. Otra hipótesis nos pone en contacto con la traducción árabe de Alhándega (ciudad del foso); eso también nos incita a pensar que no hubo tal persecución sino que la matanza se originó al caer cientos de jinetes con su monturas en el foso defensivo construido a propósito por Ramiro II en el contorno de Simancas. Sea como fuere, Abderrahman III escapó a duras penas, gracias a la determinación de su escolta personal y al empuje de su caballo. Herido, vencido y humillado, tuvo que soportar la pérdida de unos 20.000 hombres muy necesarios para la fortaleza del califato. El regreso a Córdoba fue tristísimo, su ira por el desastre se concretó en la ejecución pública de 300 oficiales a los que acusó de nula combatividad y, en consecuencia, traición al Estado. De esa manera se pasaba página al vergonzoso suceso.
Abderrahman III aprendió la dura lección ya que jamás volvió a dirigir personalmente ninguna expedición militar contra los cristianos; éstos, mientras tanto, gozaban de la victoria enseñando los magros tesoros capturados a los cordobeses.
Entre esas riquezas se encontraban la cota de malla favorita del califa, objeto elaborado en oro puro, y el Corán predilecto usado por Abderrahman en sus aceifas. El botín sirvió para pagar espléndidamente a los soldados leoneses participantes en la batalla. Pero, sobre todo, la victoria de Simancas se convierte en fundamental por ser un episodio tangible desprovisto de leyendas, un suceso real a diferencia de otros capítulos emblemáticos de la Reconquista siempre cubiertos por la falta de documentación o la neblina de la historia. Simancas sirve como propaganda de la fe católica en todo el reino leonés y más allá, dado que muchos escritores europeos hicieron alusión a la épica batalla en ese mismo siglo X. De Covadonga o Clavijo se podía imaginar lo que se quisiera adornando o engrandeciendo según las necesidades. Sin embargo, Simancas pasa por ser la primera gran victoria cristiana en la península Ibérica que disfruta de una perfecta profusión documental.
El celebérrimo combate fue aprovechado no sólo por el rey leonés, quien repobló localidades como Sepúlveda, sino también por el conde Fernán González, personaje esencial de la crónica castellana.
Castilla había nacido en el siglo IX como una suerte de pequeños condados fronterizos defendidos por innumerables fortificaciones de las que tomaba el nombre. Los castillos castellanos sustentaban la primigenia personalidad de unos pobladores cántabros y vascones que se habían ido extendiendo desde el año 800 por las desérticas tierras ribereñas del Ebro y del Duero. Las cartas puebla y las delegaciones regias insuflaron potestad a los asentamientos de aquellos colonizadores. Durante el siglo IX el condado de Castilla se limitó a cumplir con la misión encomendada; fue muro para los ataques musulmanes y hogar de infanzones, agricultores y ganaderos. […]
[…] En 920, tras la derrota cristiana en Valdejuquera, los nobles castellanos son acusados de no acudir en auxilio de las tropas navarras y leonesas; algunos condes son recluidos por ello. En 930 Fernán González, el hombre más respetado de la nobleza castellana, comienza a reivindicar los particularismos de Castilla. Nueve años más tarde, tras la batalla de Simancas, exige la independencia total de León; son las primeras notas de una sinfonía llamada “Castilla”.
Las discrepancias entre Ramiro II y Fernán González alcanzaron su punto álgido en 943 cuando el castellano se rebeló ante el leonés; el hecho supuso la detención y encarcelamiento del conde durante un tiempo. Finalmente, la presión agobiante ejercida por las tropas de Al-Andalus sobre la frontera, hicieron que Ramiro II reconsiderara su actitud, liberando al noble para que le ayudara con su tropa den los asuntos bélicos librados por el reino frente a los musulmanes. En 960 Castilla consigue una autonomía que le desvincula prácticamente del reino de León, salvo el homenaje y reconocimiento de los nobles castellanos hacia la corte leonesa. Fernán González consigue implantar la sucesión nobiliaria. A su muerte en 970 es sucedido por su hijo García Fernández, que se encargará de ampliar lo territorios obtenidos por su padre. Por desgracia para él, durante su gobierno surgió en Al-Andalus el genio militar de Almanzor quien propinó duras derrotas por toda
[…]En la primera mitad del siglo X los condados catalanes de
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