Después del duelo hacia la memoria de mi querido padre, volvemos a la rutina de esta vuestra casa para poner en orden algunos de los aspectos que más interés ha suscitado al público admirador del Temple.
En esta cuarta y última parte dedicada a la organización y el gobierno de los Templarios, la historiadora y especialista en
La autora anglosajona, en su libro “The Knights Templar”, nos ilustra positivamente sobre estos hechos.
Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que su contenido sea de vuestro interés.
En uno de sus sermones, Jacques de Vitry, obispo de Acre, señala algunos de los problemas que se suscitaban cuando unos hermanos de origen humilde conocían la prosperidad relativa de
Pero también hubo casos a la inversa: hermanos de una condición social superior que mostraban menosprecio por los de origen más humilde, y los que, aprovechándose de su poder, trataban mal a los que carecían de él. Jacques pedía a sus feligreses que no despreciaran a los hermanos por ser hijos de padres humildes. En noviembre de 1309, el hermano Ponzard de Gizy, comendador de Payns (Aube), en Francia, alegó, como parte de sus acusaciones contra la orden, que los hermanos menores sufrían las represalias de los oficiales. Todas estas actitudes reflejan los conflictos que se vivían en la sociedad de la que procedían los hermanos.
Cuando la orden fue fundada, sus escuderos y criados no podían formar parte de ella. Esta política no tardó en cambiar, y el personal auxiliar fue admitido como miembro de pleno derecho. También se podía ingresar en la orden por un período limitado de tiempo, como hizo el conde Foulques V de Anjou o Ramón Berenguer IV.
Los hermanos sargentos o hermanos sirvientes podían actuar como guerreros o prestar sus servicios sin tomar las armas. Aunque
[…] Sin embargo, en la práctica tanto cistercienses como premonstratenses siguieron admitiendo mujeres con regularidad, mientras que los caballeros teutónicos aceptaban su ingreso como hermanas de pleno derecho, y sus casas a veces estaban adosadas a las de los hermanos varones. De hecho, las órdenes religiosas se veían prácticamente obligadas a aceptar el ingreso de mujeres porque con ellas llegaba dinero, influencia y otro valioso regalo: el favor y el apoyo de familias. Una orden que se negaba a aceptar a la mujer perdía mucho más de lo que ganaba, y ninguna orden religiosa habría estado dispuesta a negar el ingreso a mujeres piadosas que podían mejorar la espiritualidad de su comunidad.
Los templarios tuvieron al menos un convento de monjas. En 1272 el obispo Everardo de Worms cedió a
[…] Cabe destacar que muchas de las mujeres que aparecen documentadas como hermanas o asociadas de
[…] Todos los individuos citados anteriormente fueron, en menor o mayor grado, miembros del Temple, siendo admitidos en la orden en el transcurso de una ceremonia especial. Aunque
[…] En las encomiendas había también personas que no pertenecían a la orden. Podían ser hombres y mujeres religiosos que no eran miembros de la orden, como, por ejemplo, ermitaños o anacoretas, que vivían una vida de santidad en celdas independientes, aislados del mundo. Ese tipo de personas solían estar vinculados con alguna casa religiosa. También había criados y criadas.
Un último grupo de personas que podían estar viviendo en una encomienda del Temple era el formado por gentes que recibían una pensión de la orden, bien porque eran viejos criados de la orden, demasiado ancianos ya para trabajar, o bien porque habían hecho una donación a la orden a cambio de su sustento cuando llegaran a la vejez: esta ayuda venía en forma de alimentos, ropa y dinero, y recibía el nombre de conroi o corroi. Hombres, mujeres y parejas casadas podían beneficiarse de esas dotaciones. Las personas que las recibían rara vez aparecen citadas en los informes rutinarios de los templarios, pero sí lo hacen en la documentación relacionada con el proceso y disolución de la orden. Tuvieron derecho a recibirlas incluso durante el tiempo que duró el proceso de investigación de la orden, y cuando las propiedades de los templarios pasaron a manos del Hospital de San Juan en 1312, los hospitalarios tuvieron que asumir esa obligación. Algunos de esos individuos vivían en las casas de la orden, mientras que los otros lo hacían en su propio domicilio, pero siempre con la ayuda de la orden.
Esas personas podían ser partidarios entusiastas de la orden, y hacer suculentas donaciones. En la década de 1320, el fraile franciscano Nicolás Bozon escribió un relato acerca de un pensionado templario, un clérigo de parroquia que había sido procurator del Temple en Bow, Londres. Este personaje tenía derecho a recibir de la orden alimentos, un criado, un caballo, ropas y una pensión anual, pero en vez de gastar ese dinero en él, lo guardaba y, cuando podía subir hasta Londres, lo entregaba a los templarios. Falleció en la pobreza, pero a su muerte encontraron unas ocho mil libras escondidas en su casa, cantidad que tenía la intención de entregar a la orden en su próxima visita a Londres. Nicolás Bozon cuenta esta historia como un ejemplo de avaricia, pero también ilustra la dedicación con que los admiradores del Temple ayudaban a la orden.
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