Desde la encomienda de Barcelona, continuamos dando más luz a la organización y gobierno de los templarios. Y lo hacemos recogiendo el siguiente texto de la historiadora y especialista en
Desde Temple Barcelona, esperamos que su texto os acabe envolviendo y transportándoos en el tiempo.
Poco antes de que la orden fuera disuelta, sus principales oficiales en el convento central eran: el mariscal, el comendador de Apulia (Italia), el gran comendador, el comendador de la provincia, el pañero y el turcoplier. Esos son los cargos que corresponden a los oficiales detenidos en Chipre en 1310. El turcoplier fue originalmente un suboficial que dependía del mariscal. Estaba al mando de los turcópolos –los caballeros mercenarios reclutados en Oriente- y los hermanos sargento.
Otro suboficial era el confaloniero (el portador de la bandera), responsable de enarbolar el estandarte de la orden en las batallas. La enseña era “baucant” (bicolor), formada por una sección blanca y otra negra. Las ilustraciones de la época difieren en cuál de las dos secciones era la blanca y cuál la negra. Matthew Paris, el cronista de la abadía de Saint Albans, la presenta con la parte superior negra y la inferior blanca; los frescos realizados por la orden en San Bevignate, Perugia, lo hacen al revés (y una cruz en la mitad superior blanca). Probablemente esta enseña de San Bevignate fuera la del maestre, y la de Matthew Paris correspondiera al pequeño “confalón bicolor” que enarbolaban el maestre y otros comendadores en el campo de batalla. El estandarte en sí mismo desempeñaba un papel esencial en los combates: representaba el núcleo de las tropas de la orden, el lugar al que los hermanos podían retirarse para volverse a agrupar y cargar de nuevo; representaba la mismísima orden. Su pérdida suponía un desastre espantoso, y los hermanos debían morir antes que permitir su captura.
La orden contaba también con un procurador de enfermos, responsable de la enfermería del convento central, donde se atendía a los hermanos ancianos. A diferencia de
[…] Las propiedades de la orden en Occidente, esto es, en Europa, se dividían en provincias. El capítulo general podía nombrar a un oficial llamado el “maestre a este lado del mar” o “visitante” para inspeccionar las provincias europeas, aunque todas ellas tenían su propia jerarquía de oficiales. La organización en las provincias de Occidente fue fluida, y cambió a lo largo de la historia de la orden. En el Temple, el oficial al mando de una provincia recibía el nombre de “maestre”, “procurador” o “comendador”. Las provincias se desarrollaron a medida que la orden fue adquiriendo nuevos territorios en Occidente. En 1143 los templarios tenían una provincia que comprendía “Provenza y partes de España”, pero no hubo ninguna provincia de Alemania hasta la década de 1220. Una de las casas de la provincia era utilizada como sede de la administración provincial, los archivos y la tesorería. En Inglaterra fue la casa de Londres, en el norte de Francia la de París y en Aragón, a finales del siglo XIII, la de Miravet. El maestre provincial disponía de un sello propio para validar los documentos legales. Los sellos de las provincias solían tener un diseño estandarizado: los de la provincia francesa representaban un edificio circular abovedado (la iglesia del Santo Sepulcro), mientras que los de la provincia inglesa mostraban al agnus Dei, el cordero de Dios (símbolo de Cristo, que presidía la orden). Los de los maestres provinciales alemanes variaron: a finales del siglo XIII, el sello de Bertram von Esbeck representaba un águila, pero entre 1270 y 1290 el maestre de Alemania tenía un sello con la cabeza de Cristo, similar a las monedas modernas en las que aparece el busto del rey o la reina. Del mismo modo, el prior provincial de
La casa principal de una provincia de
El maestre de una provincia no tenía que vivir necesariamente en el cuartel general provincial; en el caso de una gran provincia, debía viajar para visitar cada una de las casas, aunque también podía residir en la corte real.
Una vez al año se celebraba en un lugar céntrico un capítulo provincial presidido por el maestre de la provincia, al que estaban obligados a asistir los responsables de todas las casas. Esas asambleas recibían a veces el nombre de “capítulos generales” para diferenciarlas de los capítulos semanales que celebraban las encomiendas. El rey Juan de Inglaterra (1199-1216) regalaba cada año a la orden diez gamos para sus capítulos provinciales celebrados en Pentecostés, a los que su hijo, Enrique III, añadiría un tonel de vino hasta que se produjo un recorte de gastos debido a la crisis económica de finales de la década de 1250. Eduardo I (1272-1307), un monarca cruzado con un sentido muy agudo del valor del dinero, puso fin al donativo de los venados. Además de disfrutar de la buena mesa, el capítulo provincial debatía los casos legales y discutía los problemas de disciplina y las cuestiones relacionadas con la recaudación de dinero y otros asuntos de su competencia. Los temas complejos y difíciles eran remitidos al capítulo general que se reunía en Oriente.
En un ámbito local, la unidad administrativa básica de los templarios de Occidente era la encomienda o praeceptoria. Este último es el término latino; el primero significa lo mismo y proviene del francés commanderie. La encomienda era el equivalente de una gran propiedad, secular, y sus edificaciones eran muy parecidas a las de cualquier casa señorial con la excepción de que normalmente incluían una capilla. Por la bula papal Omne Batum optimum, los templarios recibieron numerosos privilegios y fueron autorizados a tener sus propias capillas, siempre y cuando fueran para uso exclusivo de los hermanos de la orden. En la práctica los miembros asociados y los donadores también utilizaban esas capillas, convirtiéndose al final muchas de ellas en parroquias. Las casas más pequeñas, cuyas dimensiones no permitían la construcción de una capilla y que a veces eran alquiladas a los arrendatarios de parcelas, recibían el nombre de camerae, cuyo significado literal es “cámaras”.
El comendador de una encomienda era a todos los efectos el señor de la propiedad. Debía cuidar de sus arrendatarios y velar por la paz, el orden y el cumplimiento de la ley, además de controlar el cobro de rentas (en dinero, en especie o en trabajo). Era responsable de la recaudación del dinero y otros bienes y de hacer llegar la cantidad estipulada al cuartel general provincial.
El comendador era también el encargado de recibir las donaciones que se hicieran a la orden. Todas las encomiendas tenían una caja de caudales en la que eran depositadas las cartas de donación y la documentación legal que demostraban la titularidad de las propiedades de la orden o, en su defecto, copias de los originales formando un libro becerro. Muchas de esas colecciones locales de cartas, llamadas cartularios, han llegado a nuestras manos y se encuentran actualmente en diversos archivos locales, provinciales y nacionales de Europa, aunque el paso de los siglos y las guerras, los incendios y los accidentes han hecho su mella en ellas. Las cartas rara vez revelan los entresijos de la orden.
No hay comentarios:
Publicar un comentario