Desde la encomienda de Barcelona complementamos con la tercera parte el final del apartado dedicado al papel decisivo de Saladino en las Cruzadas. Por ello hemos extraído nuevamente del libro del escritor Piers Paul Read “The Templars” estas interesantes líneas.
Desde Temple Barcelona deseamos que os haya gustado.
En marzo de 1185 murió finalmente el joven rey leproso, Balduino IV. Lo sucedió su sobrino de siete años, Balduino V, el hijo de su hermana Sibila con su primer marido, Guillermo de Montferrat. Raymond de Trípoli, que ya había desempeñado el cargo de bailli (gobernador o primer ministro) con Balduino IV, se convirtió en regente de Balduino V. Desde esa posición, acordó con Saladino una tregua de cuatro años. Pero la autoridad de Raymond se vio debilitada cuando, al año siguiente, el joven rey también falleció sin que hubiese un heredero evidente.
Según el testamento de Balduino IV, la sucesión la decidirían el Papa, el emperador y los caballeros de Inglaterra y Francia. Una vez más, sin embargo, el destino de los latinos de Tierra Santa se vería afectado por las emociones de una mujer. La princesa Sibila, la madre del rey muerto, era ahora la esposa de un caballero francés, Guy de Lusignan. Su primer marido, Guillermo de Montferrat, importado de Europa como futuro rey, había muerto de malaria en 1177. […]
[…] Ya no había nada que frenase los planes agresivos del principal hacedor del rey. Reginaldo de Châtillon. El feudo de Transjordania, que había adquirido a través de su matrimonio, abarcaba hasta el golfo de Aqaba; se asentaba sobre las rutas de caravanas entre Egipto y Siria y cortaba en dos los dominios de Saladino. En 1182, había usado esa estratégica posición para organizar una incursión cuya audacia elevó al máximo posible la indignación del mundo musulmán. Había hecho construir galeras en secciones, probadas en el mar Muerto y botadas luego en el golfo de Aqaba; se dirigieron al sur por el mar Rojo saqueando los puertos de las costas de Egipto y Arabia, barcos mercantes e incluso transportes que llevaban pasajeros a
Fuera ése un acto terrorista aislado perpetrado por Reginaldo, o “la parte más osada de una campaña concertada en la cual se unieron todas las fuerzas del reino”, convirtió a Reginaldo en un hombre marcado para Saladino, cuya actividad como guardián de los Lugares Santos de Arabia apuntalaba su autoridad en el mundo musulmán. Y ahora, tras la asunción del rey Guy, Reginaldo agravó la afrenta asaltando una gran caravana musulmana que viajaba de Egipto a Siria y matando a su escolta de soldados egipcios. Ésa era una violación de la tregua y Saladino exigió una compensación, primero a Reginaldo, quien no recibió a sus enviados, y luego al rey Guy, quien, si bien le ordenó a Reginaldo reparar el daño, no insistió mucho: en gran medida, le debía su trono a Reginaldo.
Para los detractores de Reginaldo, su ataque a la caravana había sido un descarado acto de bandolerismo; hasta sus defensores lo encontraban “enigmático”, y sugirieron que quizás, al ver la escolta egipcia, Reginaldo creyó que era Saladino quien había roto la tregua. Cualquiera que fuese su motivo, el hecho hizo la guerra inevitable en un momento en que los estados latinos estaban profundamente divididos. Había un conflicto de intereses entre los barones ya arraigados que querían seguir manteniendo lo que tenían y los caballeros recién llegados que esperaban hacer su fortuna a partir de nuevas conquistas, combinado con una diferencia ideológica entre los que buscaban un acuerdo con sus vecinos musulmanes y aquellos que veían cualquier compromiso con el infiel como una traición a la cristiandad. Aun en ese momento era difícil a veces distinguir entre los dos problemas; pero, sin duda, saber que Raymond de Trípoli hablaba árabe con fluidez y se interesaba por el estudio de los textos islámicos hacía sospechar a muchos que no estaba totalmente comprometido con la causa cristiana. […]
[…] Gerardo de Ridefort convocó de inmediato a noventa caballeros Templarios de los castillos cercanos y se dirigió a Nazaret, donde se le unieron cuarenta caballeros seculares. Pasado Nazaret, encontraron al ejército musulmán abrevando a sus caballos en las fuentes de Cresson. Al ver su poderío, el gran maestre del Hospital, Roger des Moulins, aconsejó el retiro. El mariscal del Temple, Jaime de Mailly, coincidió con esa opinión. Esto enfureció a Gerardo de Ridefort. Acusó al gran maestre de cobardía y se burló de Jaime de Mailly: “Vos amáis demasiado vuestra rubia cabeza para querer perderla”, a lo cual el mariscal Templario replicó: “Moriré en la batalla como un valiente. Sois vos quien huirá como un traidor”. La fuerza combinada de caballeros cargó entonces contra los egipcios con un catastrófico resultado. Jaime de Mailly y Roger des Moulins murieron con todos los Templarios salvo tres: uno de ellos, su gran maestre, Gerardo de Ridefort. Los caballeros seculares fueron hechos prisioneros junto con algunos pobladores cristianos de Nazaret que habían acudido con la esperanza de obtener algún botín.
El único beneficio de ese desastre para los latinos fue que avergonzó a Raymond de Trípoli, haciéndole romper su pacto con Saladino y concertando la paz con el rey Guy. Mientras ejércitos de todos los dominos de Saladino –de Alepo, Mosul, Damasco y Egipto- convergían en al-Ashtara, sobre la otra orilla del Jordán, su mando, el rey Guy proclamaba una levée en masse llamando a todas las fuerzas latinas a reunirse en Acre. En Jerusalén, el fondo de treinta mil marcos que las órdenes militares custodiaban en nombre de Enrique II de Inglaterra para financiar su proyectada cruzada se empleó para contratar mercenarios y equipar a las fuerzas cristianas. Hacia finales de junio, el rey Guy había reunido 20.000 soldados, 12.000 de ellos de caballería. Ésos eran virtualmente todos los combatientes, voluntarios y mercenarios que había en Outremer: las ciudades y fortalezas latinas quedaron vacías. […]
[…] El 2 de octubre de 1187, el aniversario de la visita del Profeta al Cielo desde el Monte del Templo, Saladino entró triunfante en la ciudad (Jerusalén). Trató a los vencidos con gran magnanimidad; el mayor oprobio de los cronistas estuvo dirigido al patriarca Heraclio y las órdenes militares, en particular los Templarios, quienes rehusaron donar su propio tesoro, y sólo con gran renuncia entregaron lo que quedaba de los fondos de Enrique II para salvar de a esclavitud a los cristianos más pobres.
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