Aprovechando que hoy es el día de los Derechos Humanos, queremos desde la encomienda de Barcelona, continuar con la lista de los diez progresos más importantes de la humanidad.
Esperamos os guste.
Aquí llegamos al mismísimo corazón de nuestro problema. ¿Son los hombres mejores, moralmente, de lo que eran? En cuanto a que la inteligencia es un elemento de la moral, hemos mejorado: la media de inteligencia es más elevada y ha existido un gran aumento en el número de lo que podemos llamar, vagamente, mentes “desarrolladas”. En cuanto al carácter, es probable que hayamos retrocedido: la sutileza de pensamiento ha crecido a expensas de la estabilidad del alma; en presencia de nuestros padres, nosotros, los intelectuales, notamos, incómodamente, que a pesar de que les superamos en el número de ideas que tenemos amontonadas en nuestras cabezas y a pesar de que nos hemos liberado de deliciosas supersticiones que todavía les ayudan y confortan, somos inferiores y ellos en un valor que no se queja, fidelidad a nuestras tareas y propósitos y una sencilla fuerza de personalidad.
Pero si la moralidad implica las virtudes exaltadas en el código de Cristo, hemos hecho algunos progresos titubeantes a pesar de nuestras minas y barrios bajos degradados, nuestra corrupción democrática y nuestra adicción urbana a la lujuria y al libertinaje. Somos una especie ligeramente más amable de lo que fuimos: capaces de mayores bondades y de ser generosos incluso con pueblos extraños, o que hace poco nos eran hostiles, a los que jamás hemos visto. En un solo año (1928) las contribuciones de Estados Unidos a la beneficiencia y filantropía privadas superó los dos billones de dólares, que en aquel entonces era la mitad de dinero que circulaba en Norteamérica. Seguimos matando a los asesinos si, como sucede en ocasiones, les pillamos y les condenamos, pero nos sentimos un poco incómodos respecto a esa antigua justicia retributiva de “una vida por una vida”, y el número de crímenes a los que se aplica ese castigo final ha disminuido rápidamente. Hace doscientos años, en la Alegre Inglaterra, la ley justificaba que se colgara a un hombre por robar un chelín, y la gente sigue siendo castigada severamente si no roba muchísimo. No hace muchos cientos de años que en Escocia los mineros eran siervos hereditarios, en Francia a los criminales se les torturaba legal y públicamente hasta la muerte, en Inglaterra se encarcelaba a los deudores para toda la vida y “personas respetables” hacían incursiones en la costa de África en busca de esclavos. Hace menos de cien años, nuestras cárceles eran madrigueras llenas de suciedad y horror, universidades para que los criminales menores llegaran a doctorarse y convertirse en grandes criminales; ahora nuestras cárceles son balnearios u hoteles de temporada para asesinos cansados. Seguimos explotando las capas más bajas de nuestras clases trabajadoras, pero calmamos nuestra conciencia con el “trabajo de asistencia social”. La eugenesia lucha para equilibrar con selección artificial la interferencia de la amabilidad y benevolencia humana con esa eliminación despiadada del débil y el enfermo que era, en un tiempo, el origen principal de la selección natural.
Creemos que hay más violencia en el mundo que antes, pero lo cierto es que sólo hay más periódicos; que unas vastas y poderosas organizaciones exploran el planeta en busca de crímenes y escándalos que consuelen a sus lectores de la taquigrafía y de la monogamia, y que se reúne a todos los villanos y políticos de los cinco continentes en una página, a fin de que animen nuestros desayunos. Llegamos a la conclusión de que la mitad del mundo está matando a la otra mitad y de que una gran proporción del resto, se está suicidando. Pero en las calles, en nuestros hogares, en las asambleas públicas, en mil vehículos de transporte, quedamos atónitos al no encontrar asesinos ni suicidas, sino, más bien, una brusca cortesía democrática y una caballerosidad sin pretensiones, que es cien veces más real que cuando los hombres pronunciaban frases caballerosas, hacían esclavas de su mujeres y se aseguraban la fidelidad de sus esposas con cadenas o cinturones de castidad mientras ellos luchaban por Cristo en Tierra Santa.
El matrimonio que prevalece, a pesar de lo caótico y delicuescente que es, representa un refinamiento agradable sobre el matrimonio por captura y compra y el droit de seigneur o derecho de pernada. Hay maestros y alumnos, que en cualquier generación del pasado de la que el hombre, indica una cortesía sin precedentes en el macho, que fue en un tiempo sanguinario. El amor, que era desconocido por los hombres primitivos, o era únicamente un ansia de carne, ha florecido en un jardín magnífico de canción y sentimientos, en el que la pasión de un hombre por una doncella, a pesar de que vigorosamente enraizado en la necesidad física, se eleva como el incienso llegando al reino de la poesía viva. Y la juventud, cuyos pecados molestan tanto a sus cansados mayores, expía sus pequeños vicios con un ansia intelectual y valor moral tales que pueden ser inapreciables cuando la educación decida, por fin, salir a campo abierto y limpiar nuestra vida pública.
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