Deseamos compartir con todos vosotros un texto del escritor Jesús Ávila Granados, de su libro “La mitología templaria”, donde trata sobre la alquimia durante el periodo medieval.
Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que sea de vuestro agrado.
Las raíces de la alquimia se remontan a la Antigüedad, perdiéndose en las tinieblas de la mística y de la mitología. Entre los egipcios ya fue un arte y una ciencia misteriosos. Sobre ello hay numerosos papiros que lo testimonian. Hermes Trismegistos, el “tres veces grande”, fue considerado como el fundador de todas las artes y ciencias. Era la idea personificada de la fuerza e idéntico a Thot, la antigua divinidad egipcia. No es extraño, pues, que la alquimia fuese considerada como un arte sagrado y divino.
No tardaron en hacerse visibles las influencias de otros pueblos, igualmente de Oriente Próximo. Los astrólogos de Babilonia mezclaron la alquimia con el ocultismo y la magia, y las correlaciones que existieron durante siglos entre el sol, los planetas y los metales son originarias de este pueblo. En Babilonia, uno de los grandes imperios de la Antigua Mesopotamia, también fue donde se gestó el nacimiento de la escritura.
A través de las vías de comunicación comerciales, la ciencia alquimista llegó a China, donde cristalizó con las profundas y sólidas teorías de Confucio (siglo VI a.C.). Pero fueron los árabes los que, a través de la ruta de la seda, trajeron a Occidente la alquimia, aunque tuvieron que pasar cerca de quince siglos.
Durante la Edad Media, esta ciencia hermética fue una curiosa mezcla de conocimientos químico-empíricos, mágico-astrológicos y teológicos. Por encima de todo ello, el ennoblecimiento de los metales. “Durante siglos existió tal convicción de que esto se podía realizar que casi todos los que dedicaron sus fuerzas a la alquimia además de muchos otros no profesionales, se esforzaron por conseguir este objetivo tan anhelado. El aditamento de las insensateces astrológicas y cabalísticas a los esfuerzos alquimistas permite reconocer claramente el grado de degeneración a que llegaron los no profesionales”, sentenció Ernst Von Meyer.
La alquimia simboliza la evolución misma del ser humano desde un estado donde predomina la materia a otro espiritual: transformar en oro los metales equivale a convertir al hombre en puro espíritu.
Los alquimistas se habían dado cuenta de que algunos metales podían ser mezclados con otros de forma que aparecían aleaciones, como por ejemplo el bronce. Sin embargo, no creían en los metales elementales. Para ellos, los metales puros no eran más que mezclas de diversos componentes. Así pues, para fabricar oro solamente se necesitaba descubrir la mixtura correcta. Se experimentó en este sentido, pero no se consiguió oro, sino metal vulgar de color dorado. Numerosos charlatanes se aprovecharon de este truco. Resulta interesante recordar algunos de los contenidos de la famosa bula Spondent paritier, otorgada por el Papa Juan XXII en Aviñón (Francia), en el año 1317, sólo tres años después de haberse consumido valientemente en la hoguera de París, con los ojos al descubierto, el último gran maestre del Temple: Jacques Bernard de Molay: “La imprudencia llega tan lejos que (los charlatanes) acuñan moneda falsa. El Papa estima que todos los que han intervenido en la fabricación de oro alquímico deben ser desenmascarados como hombres sin honor. Deben dar a los pobres tanto oro verdadero como el que han fabricado falso. Los que han acuñado esta clase de monedas verán sus bienes confiscados y serán castigados a cadena perpetua. En cuanto a los religiosos que se encuentren en semejante caso, perderán sus privilegios…”; esto último, en clara referencia a Arnau de Vilanova, y al místico mallorquín Ramón Llull, así como a otros muchos religiosos más, que también estaban vinculados con esta enigmática ciencia. Mientras tanto, y a pesar de todas estas prohibiciones y severos castigos impuestos por las autoridades eclesiásticas, los alquimistas siguieron esforzándose por descubrir la piedra filosofal.
Los productos naturales de todas clases sirvieron como material en bruto y se elaboraron las más misteriosas recetas bajo el más estricto secreto. Los hombres de la Edad Media, en parte temerosos, en parte poseídos por la curiosidad, se fueron enterando de que para la consecución de la piedra filosofal era necesario realizar enigmáticas operaciones con dragones, leones rojos y verdes, cisnes blancos, serpientes y otros animales selectos.
La alquimia es considerada como una extensión y una aceleración de la generación natural: es la acción propiamente sexual del azufre sobre el mercurio la que da nacimiento a los minerales en la matriz terrestre. Pero la transmutación se efectúa también en ella: la tierra es un crisol donde, lentamente, los minerales maduran, donde el bronce se convierte en oro. La fundición de los ingredientes en el crisol simboliza, tanto en China como en Occidente, el regreso a la indiferenciación primordial, y se expresa como un retorno a la matriz, al estado embrionario.
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