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lunes, 11 de enero de 2010

Las sociedades secretas: Los yoguis




Seguimos ofreciendo a nuestros lectores, la posibilidad de conocer el pensamiento de algunas técnicas que surgieron de la India, como fue el caso del yoga. Se cree que en el valle del río Indo (parte occidental de la India) siglos atrás. No se sabe con exactitud cuándo surgió, pero lo que sí se conoce, es lo que motivó su difusión: la idea de la liberación mediante la interiorización.


Para ello, publicamos un texto del orientalista español, Ramiro Calle, de su libro, “Historia de las sociedades secretas”, donde explica de forma esclarecedora, esta forma de vida.


Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que sea de vuestro agrado.


En la India, durante cientos de años el conocimiento superior ha sido conservado por los yoguis. Estos hombres supieron encontrar en la soledad, y trabajando incansablemente sobre sí mismos, unas valiosas técnicas de interiorización, capaces de conducir al ser humano el autoconocimiento y la transformación. Apartados de los densos ceremoniales y ritos del hinduismo, más allá del mundo ilusorio de las apariencias, despreciando honores y riquezas, cortando sus lazos familiares y sociales, los yoguis, con denodado afán, se han dedicado desde hace siglos a la búsqueda de la verdad transcendente. ¿De qué le sirve al hombre ser dueño de todo si no es dueño de sí mismo?


El Yo debe prevalecer sobre los instintos y las pasiones, sobre los pensamientos y la imaginación, sobre los sentimientos y las emociones. El Yo debe ser purificado. Para llegar a la liberación hay que transformarse profundamente; para poder transformarse hay que conocerse; para poder conocerse hay que descender hasta los abismos de uno mismo y tomar estrecha conciencia del mundo interior. Complejos, inhibiciones, conflictos, temores, hábitos y pensamientos negativos… El yogui debe realizar en sí mismo una gran limpieza.


El término yoga –formado por la raíz Yuj y el sufijo Ghan- significa “unir” o “reunir”. Unión del hombre consigo mismo –integración- y con Dios –liberación. Es un sistema soteriológico originado en la India y que ha tenido una inmensa influencia en todo el pensamiento indio en general. Es un sistema difícil de seguir. No exige unas creencias definidas, pero sí una exhaustiva investigación del Yo.


Para conseguir el conocimiento superior es necesario el despego, la exploración minuciosa de uno mismo, la conciliación de los pares opuestos (frío-calor, amargo-dulce, negro-blanco; el pensamiento dualista) y la visión intuitiva.


Debe observar estrictamente unas normas morales y unas reglas mentales y espirituales. Las normas morales que purificarán su conducta, llamadas Yama, son:


Ahimsa: no matar, no ofender, no perjudicar, no dañar.
Satyan: no mentir.
Asteya: no robar.
Brahmacharya: ser casto, ser puro en acciones y pensamientos.
Aparigraha: no ambicionar, no codiciar.


Las reglas de purificación mental y espiritual se conocen con el nombre de Niyama, y son:


Saucha: limpieza externa e interna.

Tapah: persecución de un ideal elevado.
Santocha: resignación, conformidad, alegría.
Iswarapranidhana: pensamiento en Dios.
Swadyaya: estudio y defensa de la Verdad.


A medida que el yogui va perfeccionando su conducta y ennobleciendo su espíritu debe ir entrenándose en el control de su mente. Hay que destruir los moldes del pensamiento y los conceptos erróneos, a fin de llegar al “conocimiento exacto”. Dos grandes obstáculos en la evolución espiritual lo representan: el deseo y la ignorancia. El yogui debe controlar su deseo hasta que logre extirparlo, porque de otra forma le arrastrará una y otra vez al mundo de las apariencias, de la ilusión (maya). El yogui va tratando de encontrar, día a día, la luz que termine por disipar las tinieblas de la ignorancia.


Todos los esfuerzos del yogui están destinados a la persecución del Samadhi: porque él representa la liberación absoluta –no sólo psicológica o mentalmente, sino, lo que es mucho más importante, espiritualmente-, el cese de nuevos nacimientos y muertes, el conocimiento de la verdad transcendental, la obtención de una supra-conciencia y la fusión definitiva con la conciencia cósmica (atman-Brahma).


Las prácticas ascéticas, el absoluto desapego, el enorme trabajo interior que tienden a la consecución de una conciencia más allá de la normal –supra-conciencia- y la transmutación pueden originar graves perturbaciones en el practicante que no conozca y observe fielmente la enseñanza. Es tal el cúmulo de experiencias psicológicas, e incluso parapsicológicas, por las que debe pasar el practicante, que un paso en falso puede precipitarle en la más hermética oscuridad. El autoconocimiento y el autocontrol deben ser totales: fisiológico y espiritual. El Yo debe lograr su propia autonomía. Únicamente así puede surgir la libertad y la independencia interiores, tan apreciadas por el yogui.


Algunos autores, hay que pensar que por un completo desconocimiento, han calificado a los yoguis de “escapistas” o visionarios. Curiosa paradoja esta de que el hombre, determinado por sus prejuicios y convencionalismos, esclavizado por sus moldes mentales y por sus deseos, condicionado por sus hábitos e inclinaciones, tache de “escapista” al hombre desapegado y libre, más allá de toda turbadora apariencia. Precisamente el yogui lucha desesperadamente contra todo tipo de evasión. Y no olvidemos que hay tanto evasiones físicas como intelectuales. El hombre cultiva su intelecto, pero se olvida de cultivar su mundo interior y, aun conociendo muchas cosas, vive angustiado y acorralado por sus propios problemas mentales. Y, lamentablemente, tiene una gran facilidad para hacer de todo un problema. Vive en conflicto con todo, y puede asegurarse de él una cosa: que está sumamente lejos de ser libre.


La mente del hombre común está como aletargada, falta de vitalidad. El yogui trata de alertar su mente, de hacerla muy receptiva, hipersensible. Se esfuerza por “existir en las profundidades”, y no en la superficie. Después de enérgicos esfuerzos logra la beatífica quietud de todo su ser y encuentra en ese silencio lo mejor de sí mismo, lo que todo hombre lleva dentro aunque no lo perciba, porque sabido es que el lodo oculta la pepita de oro.

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