Hoy queremos compartir un texto de nuestro estimado amigo, Jesús Ávila Granados, donde nos explica los tres colores más emblemáticos del Temple. Para ello hemos seleccionado un texto publicado en su libro “La mitología templaria”.
Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.
Imagen del Baussant
Tres fueron, por tanto las tonalidades utilizadas por el Temple: negro, blanco y rojo; en representación de la muerte, la resurrección y el triunfo, respectivamente. Del mismo modo, los dos primeros se corresponden con los colores iniciáticos fundamentales, mientra que el rojo es el símbolo de la vida eterna que, a la vez, otorga el conocimiento de todo lo sagrado y secreto. Pero hablemos de la importancia de cada uno de estos colores a continuación y su estrecha vinculación con los templarios. El estandarte negro y blanco –baussan- de los templarios está inspirado en los pilares de acceso a los templos del Antiguo Egipto, que representan a los diferentes dioses, Juana de Arco, 117 años después de la muerte de Jacques B. de Molay en la hoguera de París, no dudó en enarbolarlo al viento, para animar a los franceses durante
El Negro
El negro, como tonalidad, representa el valor simbólico de lo absoluto; es, para la psicología profunda, el color del completo inconsciente, del hundimiento en lo oscuro, de las tinieblas, del luto (el luto negro es, podríamos decir, el duelo sin esperanza), para las concepciones occidentales del mundo medieval. Para Hans Biedermann, en la alquimia, el ennegrecimiento (nigredo) de la materia primaria que se transforma en la piedra filosofal constituye el requisito previo para la ascensión futura. El negro, simbólicamente, es más a menudo entendido en su aspecto frío, negativo, asociado a las tinieblas primordiales, a la indiferencia original. Color de condenación, el negro se convierte asimismo en el color de la renuncia a la vanidad de este mundo, por lo que los mantos negros constituyen una proclamación de fe tanto en el cristianismo como en el islamismo. El mismo simbolismo refleja el famoso verso del Cantar de los Cantares: “Soy negra y sin embargo hermosa, hijas de Jerusalén”. En el arcano XIII del tarot aparece una Muerte orgullosa con su destino; se trata de una muerte iniciática, que preludia un verdadero nacimiento. Provista de una guadaña roja, está dispuesta a segar un paisaje pintado de negro; con ello, tras segar la nada, abre paso a una vida mucho más real que la anterior; porque el número 13 es la renovación. No es una casualidad, por tanto, que las vírgenes negras medievales sustituyen a las Isis, Deméter; Cibeles, a los Atón y a las Afroditas negras. El negro está relacionado con la noche; entrar en la noche es volver a lo indeterminado, donde se mezclan pesadillas y monstruos, las ideas negras. En la concepción céltica del tiempo, la noche es el comienzo de la jornada.
El negro, tonalidad que transmite pesadez, es, al mismo tiempo, un signo de limitación, melancolía, descomposición. Es el color de Saturno, que se mueve en las tinieblas. Anubis, consejero de Isis e hijo de Osiris, la divinidad egipcia con cabeza de perro y cuerpo de hombre que porta un caduceo en su mano izquierda, en su promesa de la luz, es portador de la llave que transmite todas las tonalidades, para terminar venciendo a las tinieblas después de cuarenta días de oscuridad. “El templario duerme entre los pliegues de su sayal negro, acostado sobre el eje Norte-Sur, y sueña con un Oriente vigilado por el mono de Dios, el cinocéfalo, que vela cuando todo el mundo duerme y dormita después de saludar la luz, puntualiza René Lachaud.
El Blanco
El blanco, en cambio, es lo inverso a la sombra. El color blanco constituye la unión completa de todos los colores del espectro de la luz; símbolo de la inocencia, aún no influido por el pecado, o como logro final de la persona purificada en la que se ha restablecido ese estado. Recordemos que los primitivos cristianos iban ataviados con vestidos blancos –candidus- en el momento del bautismo por inmersión; de esa misma tonalidad aparecen representadas las almas de los perdonados tras el Juicio Final. Como valor límite en la línea del horizonte, en la coloración de los puntos cardinales, el este y el oeste se representan de color blanco; los dos puntos extremos y misteriosos, donde el astro rey nace y muere cada día. El blanco actúa sobre nuestra alma con el silencio absoluto; pero no se trata de un silencio muerto, sino rico en posibilidades vivas, porque, en todo pensamiento simbólico, la muerte es la antesala de la vida, ya que todo nacimiento es un renacimiento. A tenor de ello, el blanco debemos considerarlo como una tonalidad de muerte, el color del sudario, la ausencia de color… Para Mircea Eliade, en los ritos de iniciación, el blanco es el color de la primera fase, la de la lucha contra la muerte. En su aceptación diurna, como color iniciador, el blanco se convierte en la tonalidad de la gracia, de la revelación, de la transfiguración que deslumbra; es el color de la teofanía; de ahí, la aureola de luz blanca que rodea las cabezas de todos aquellos que han conocido a Dios. También, entre los antiguos celtas, el blanco era el color reservado a la casta sacerdotal; sólo los druidas, los demás sacerdotes y el rey podían vestirse de blanco, el color más elevado para contactar con las divinidades.
En la alquimia, lo blanco (albeldo) es la representación siguiente de los negro (nigredo); porque la materia prima se encuentra en el camino que lleva a la piedra filosofal. Para René Guénon, en cuanto a ars regia, el blanco se correspondería con la primera fase iniciática, es decir, sería un lenguaje propio de la iniciación caballeresca y a ella encaminado.
El blanco es, por tanto, el color de los seres sobrenaturales, que se purifica en las llamas del espíritu. Es la tonalidad del astro mutante, de la luna brillante, cuyo reflejo de luz transmite sabiduría, recompensa y pereza. Por ello, el templario veneraba la tonalidad del blanco heráldico, evocadora de un Cristo bañado en luz cenital.
El Rojo
Tonalidad que representa el fuego y la sangre, el rojo es, para muchos pueblos, el color primario, al estar más ligado a la vida. El hombre prehistórico ya supo obtenerlo en forma de óxido de hierro (almagre), y, en forma de sustancia colorante, pintaba los rostros de los difuntos, a fin de devolverles el color cálido de la sangre y de a vida. Asimismo, es el color de la ciencia, del conocimiento esotérico, aquel que está vetado a los no iniciados, y que los sabios ocultan bajo su manto. Porque el rojo transmite la idea eterna que otorga el conocimiento de las cosas secretas; se trata de un rojo matricial, al no ser lícitamente visible más que en el curso de la muerte iniciática, donde toma un valor sacramental. La sangre y lo secreto son suficientes para establecer y delimitar el campo del rojo. El caballero templario vertía sobre la tierra su sangre roja, en el combate contra los infieles, accediendo, de este modo, a la realeza iniciática. “Y obrad al final como al comienzo. La muerte es la causa de la vida y el comienzo y el final, ved negro, ved blanco, ved rojo. Es todo. Pues esta muerte es la vida eterna, tras la muerte gloriosa y perfecta”. (La nueva asamblea de los filósofos alquimistas, de Claude d’Ygé).
Para los primeros cristianos, el rojo era el color de la sangre del sacrificio de Cristo y también de los mártires, el de las llamas del Espíritu Santo en Pentecostés y el del amor fervoroso, como se desprende al ver la vestidura de Juan, el discípulo predilecto de Jesús. Precisamente en el Apocalipsis de Juan, destacamos varios apartados de interés: “…Ven, te mostraré la gran ramera que está sentada sobre las grandes aguas” (17.1); “llevome al desierto y vi una mujer sentada sobre una bestia bermeja, llena de nombres de blasfemia, la de la horripilante hidra (monstruo de siete cabezas, animal surgido del averno de color rojo escarlata lleno de blasfemias). De aquí, es fácil deducir que el rojo también se relacione tanto con el infierno como con el Diablo.
En la alquimia, según Hans Bierdemann, el rojo está relacionado con el blanco; mezclados, ambos, dan lugar a un sistema dual, simbolizando el prinicpio material azufre, el que quema. Ambas tonalidades, blanco y rojo, simbolizan la creación, según la antigua teoría de la procreación, es decir, la obtención de vida a partir de la sangre, el rojo (menstruación) y el blanco (esperma). En el rito escocés de la francmasonería, el rojo establece el sistema de altos grados, en oposición al azul, de la masonería de San Juan, caracterizada por sus tres grados (aprendiz, oficial y maestro).
Esta virtud del color rojo, sacada a la luz, invierte la polaridad del símbolo que, de hembra y nocturno, se convierte en macho y solar, coinciden Jean Chavalier y Alain Gheerbrant. A partir de esto, aparece una nueva tonalidad de rojo, consecuencia de la unión del blanco con el dorado, que nos lleva al símbolo esencial de la fuerza vital, que encarna el ardor y la belleza, la fuerza impulsiva y generosa, el eros libre y triunfante. En la antigua Roma, el rojo era el color de los generales, de la nobleza, de los patricios; los emperadores bizantinos, por ejemplo, sólo vestían de rojo, incluso se llegaron a dictar leyes que prohibían a las clases populares vestir de rojo; este color se había convertido en el símbolo del color supremo.
Más tarde, ya en
Tampoco la alquimia se libra del rojo, puesto que éste era el color de la piedra filosofal, cuyo nombre significa “la piedra que lleva el signo del sol”. El fuego celestial abrasa el corazón y purifica, igualmente la piedra de los filósofos es pura, puesto que está compuesta de los rayos concentrados del sol.
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