© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El potencial financiero de la Orden del Temple



Queremos compartir con todos los lectores de “Temple Barcelona”, un excelente texto, donde el novelista e historiador Piers Paul Read, en su libro traducido a la versión española titulado “Los templarios: monjes y guerreros”, abarca un tema importante en el desarrollo de la Orden del Temple, que algunas veces es pasado por alto por no ser lo suficientemente atractivo comercialmente para abordarlo en profundidad.


Y es que el potencial financiero del Temple, fue importantísimo para que la Orden, cobrase cada día más importancia en la lucha y defensa de los Santos Lugares; así como su influencia en las decisiones políticas de la época.


Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que su contenido sea de vuestro agrado.


Entre los principales vicios atribuidos a los templarios estaba la avaricia. La riqueza generada por las posesiones del Temple gracias a la explotación eficiente de la generosidad de donantes devotos, inspiraba en Europa envidia y resentimiento entre aquellos que estaban al tanto de los enormes gastos producidos por la Orden, no sólo en Tierra Santa sino en toda la cristiandad. El Temple, como el Hospital, era una fuerza multinacional financiada por una corporación multinacional que combatía a los enemigos de la Iglesia en diversos frentes. En 1241, seis caballeros templarios murieron mientras peleaban contra los mongoles en la batalla de Legnica, en el este de Europa. El Temple seguía teniendo un poder considerable en Portugal y España, aunque sus contribuciones a la Reconquista habían disminuido: cuando los cristianos atacaron Mallorca en 1229, los templarios constituían sólo un cuatro por ciento de la fuerza. Incluso en Aragón se aceptaba que la principal misión de los templarios estaba en Tierra Santa: reclutas de la Orden, caballos y entre un décimo y un tercio de sus ingresos eran enviados a Oriente.


De la misma forma en que las instituciones de caridad modernas acumulan inversiones, los templarios usaban sus fondos no sólo para costear la guerra contra los sarracenos sino también para ampliar sus posesiones en Oriente: cuando Juan Ibelin buscaba fondos desesperadamente para pelear contra Federico II, vendió tierras al Temple y el Hospital. Esa reinversión de los ingresos templarios suscitó la crítica del papa Gregorio IX: “Mucha gente se ha visto forzada a sacar la conclusión –le escribió al gran maestre-, de que vuestra principal aspiración es incrementar vuestras posesiones en las tierras de los infieles, cuando debería ser sacar de las manos de los infieles las tierras consagradas a la sangre de Cristo”.


La Orden gastó además pródigamente en sus cuarteles de la ciudad de Acre que, repudiando la administración del alfil de Federico, Ricardo Filangieri, estaba gobernada por una comuna. Los diferentes barrios de la ciudad eran “repúblicas en miniatura, rodeadas de muros y torres”, y sus calles, como las describe el escritor musulmán Ibn Jubayr, se veían “tan congestionadas por la muchedumbre que resulta difícil pisar el suelo. La ciudad apesta y es mugrienta, llena de basura y excrementos”. El complejo del Temple se hallaba en el espolón de la ciudad que mira hacia el mar, y era una extensión fundamental de las defensas de la ciudad. “En su entrada –escribió el templario de Tiro-,


“Había una fortaleza muy alta y sólida y sus muros eran muy gruesos, un bloque de nueve metros. En cada flanco de la fortaleza había una pequeña torre; y en cada una, un león rampante tan grande como un buey engordado, recubierto de oro. El precio de los cuatro leones, en material y mano de obra, era de 1.500 besants sarracenos. Era maravilloso de contemplar. Al otro lado, hacia el distrito pisano, había una torre. Cerca, pasado el monasterio de las monjas de Santa Ana, había otra torre enorme con campanas y una maravillosa y muy alta iglesia. También había otra torre en la playa: era una torre antigua, de cien años, construida por orden de Saladino. Allí guardaban su tesoro los templarios. Esa torre estaba tan cerca de la playa que las olas la bañaban. Y muchas otras moradas hermosas había en el Temple, que olvidaré mencionar”.


A excepción de los cartujos, todas las órdenes religiosas de la época fueron criticadas por sus excesos y la traición de su carisma original; el Temple, en general, menos que las órdenes de monjes y frailes. Los leones de oro eran sin duda innecesarios, y Hugo de Payns no debe haber imaginado al gran maestre de sus Pobres Soldados de Jesucristo viviendo en un palacio; pero la proporción de recursos asignados por el Temple a los propósitos originales de su fundación era mayor que la asignada por otras órdenes religiosas, y superaría incluso a la de algunas instituciones caritativas de nuestros días. Aunque a veces reprendieron al Temple, los papas fueron sin duda generosos en su elogio de las órdenes militares, y continuaron defendiéndolas mediante la concesión de privilegios y exenciones.


Las finanzas de las órdenes militares sufrían a causa del inexorable aumento de los gastos. La tierra requerida para equipar y mantener a un caballero borgoñés en 1180 eran unas trescientas hectáreas; para mediados del siglo XIII, la exigencia se había multiplicado por cinco, hasta ser de casi mil setecientas hectáreas: el gasto, así como el valor militar de un caballero totalmente equipado, con su grupo de sargentos y escuderos, equivalía al de un tanque pesado de hoy. Más allá de que el Temple dispusiera a menudo de efectivo, sus gastos de mantenimiento eran considerables: en los estados latinos de Outremer guarnecían y mantenían al menos cincuenta y tres castillos o puestos fortificados, que iban desde grandes fortalezas como el castillo Peregrino hasta pequeñas atalayas en rutas de peregrinos. En la cúspide de su trayectoria, la Orden tenía casi un millar de casas templarias en Europa y Oriente, y contaba con unos 7.000 miembros. El número de auxiliares y dependientes no profesos se estima en siete u ocho veces esa cifra. La proporción entre personal de apoyo y combatientes era de 3 a 2. Hacia mediados del siglo XII, la Orden había creado su propia flota de galeras que transportaban caballos, granos, armas, peregrinos y personal militar. Los transportistas tradicionales vieron resentido por esa competencia el lucrativo tráfico de peregrinos, y en 1234 la ciudad de Marsella puso como límite a los templarios un solo embarque de peregrinos por año.


A pesar de su compromiso con los aspectos financieros, logísticos y militares de la guerra, los templarios no parecían haber perdido de vista en ningún momento su compromiso con la defensa de Tierra Santa y la recuperación de Jerusalén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario