Continuamos desde la encomienda de Barcelona con el apartado dedicado a los símbolos propios del cristianismo. Hoy le toca el turno al agua.
Deseamos que su lectura la encontréis amena.
A nadie de nosotros se nos escapa la importancia que tiene el noble líquido universal para la vida. Sin este fluido, desde el punto de vista biológico, sería imposible que existiese vida en nuestro querido planeta.
El agua también nos sirve no sólo para sobrevivir, sino que también la hacemos servir para limpiar nuestro cuerpo. Es por tanto un elemento purificador, que los cristianos utilizamos también en nuestro primer sacramento: el bautismo.
Jesús, era consciente que a la hora de explicar las palabras y el objetivo del “Padre”, debía utilizar elementos y escenas conocidos, para que los conceptos fuesen comprendidos fácilmente. Buena muestra de ello en relación a las enseñanzas de Jesús con el agua, fue la conversación que el cuarto evangelio recoge:
Jesús dijo a la samaritana: “Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed; en cambio, el que beba del agua que yo quiero darle, nunca más volverá a tener sed sino que esa agua se convertirá en su interior en un manantial capaz de dar vida eterna”. Exclama entonces la mujer: “Señor, dame de esa agua; así ya no volveré a tener sed”.(Jn 4, 13-15)
Reflexionemos sobre estas palabras de Jesús a la samaritana. Para ello tendremos en cuenta las palabras que dedica nuestro actual Papa Benedicto XVI a este texto apostólico.
Inmediatamente después, en el capítulo 4, encontramos a Jesús junto al pozo de Jacob: el Señor promete a
Continuemos todos pidiéndole a Nuestro Salvador, que cada día nos otorgue una gota del Agua de
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