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viernes, 3 de septiembre de 2010

Los Sacramentos en la investidura caballeresca

Desde la encomienda de Barcelona, queremos tratar un tema interesante que hemos creído oportuno que esté en la página “Temple Barcelona” para que nuestros lectores puedan ver la importancia que tenían en un pasado los sacramentos cristianos, sobre todo en los rituales iniciáticos.


Y es que las investiduras caballerescas, adoptaban un papel importantísimo para la posterior vida del caballero, que sabía que ese primer paso era vital para poder continuar de manera efectiva con los propósitos jurados en el primer rito iniciático.


Hemos extraído el siguiente texto del libro “Codex Templi”; donde en uno de sus capítulos, el investigador de movimientos espirituales de Oriente y Occidente, D. José Antonio Mateos Ruiz, nos hace un magnífico resumen de los ritos iniciáticos en la caballería. Deseamos que su lectura la encontréis interesante.


Los ritos cristianos son los sacramentos, que constituyen su parte más esencial y presentan mayor similitud con los ritos de iniciación. Algunos sacramentos sólo se pueden recibir una vez, como el bautismo, la confirmación y la ordenación sacerdotal. Según expresa René Guenon en su estudio sobre Cristianismo e iniciación (Études Tradittionelles, París, 1949), el bautismo es la primera iniciación, por la cual, el neófito era admitido en la comunidad cristiana y, de alguna manera, “incorporado” a ella –en tanto que las primeras comunidades cristianas funcionaban como una organización iniciática-. Esta primera iniciación estaba relacionada con los “pequeños misterios”.


En la actualidad, los sacramentos ya no tienen ningún carácter iniciático y son, fundamentalmente, ritos puramente religiosos o exotéricos; el bautismo es un ejemplo claro. Pero, en su origen, el rito del bautismo se rodeaba de precauciones rigurosas y los que debían recibirlo se sometían a una larga preparación. En la Iglesia católica actual, este sacramento no exige ningún tipo de cualificación ni preparación, e incluso puede ser conferido, válidamente, por cualquier persona en circunstancias especiales; los demás sacramentos sólo están en manos de individuos que ejercen una función ritual dentro de la Iglesia (sacerdotes u obispos). Esta apertura a lo sagrado –los niños son bautizados casi inmediatamente después de su nacimiento –excluye cualquier idea de preparación o disposición espiritual, lo cual no puede explicarse más que por un cambio radical de la condición indispensable para la salvación y que debía facilitarse al mayor número de individuos. En su origen, sin embargo, este acceso a la comunidad cristiana primitiva se producía de otro modo.


En el cristianismo actual, todos los ritos, sin excepción, son públicos; todo el mundo puede asistir a estas ceremonias, incluso a las que teóricamente deberían ser más “reservadas”, como la ordenación de un sacerdote o la consagración de un obispo; por descontado, los bautismos y las confirmaciones también son actos sociales. Esto sería una cosa inadmisible en un rito de iniciación, que, obligatoriamente, no puede ser realizado más que en presencia de quienes ya han recibido la misma iniciación.


Existe una incompatibilidad manifiesta entre un rito externo y público y la iniciación esotérica, donde sólo se permite la presencia de otros iniciados o caballeros cuando se trate de una iniciación caballeresca.


Si se analizan el rito de la misa y la espiritualidad caballeresca, podrá observarse cómo ambas celebraciones se expresan a través de una misma imagen divina, la de Cristo. Ambos tienen un carácter esencialmente “eucarístico”, pero es necesario hacer una distinción entre las respectivas funciones. Existen sustanciales diferencias entre rito religioso y rito iniciático en cuanto a su finalidad: mientras que el primero se propone instaurar, por medio del sacramento, un estado de gozo de la Gracia divina, sin que ello presuponga una transformación profunda por medio de una “muerte simbólica”, pero no por ello menos real y dramática; esa “muerte simbólica”, es el final de un largo camino de búsqueda –siempre por una vocación interior y no por una curiosidad intelectual-, propiciando un renacimiento en un estado de ser diferente de la misma Fuente, la que obra y transforma a la persona a través del rito. El maestro de Pedro y de Juan sólo fue uno: Cristo; así Cristo puede iluminar en el rito religioso o en el rito iniciático.


Para el caballero, el sacramental de la investidura, que lo inicia a la “vía de la milicia” cristiana, propaga en su persona las gracias necesarias para el cumplimiento de su alta misión.


La diferencia entre el rito religioso y el rito propiamente iniciático reside en la distinta eficacia y en el distinto dominio al cual se aplican. Ello no quita que un mismo símbolo pueda servir de sostén para ambas formas espirituales, ya que las dos fórmulas persiguen un mismo fin: la apertura de la consciencia.


En el cáliz eucarístico se produce la obra del sacerdote que, por medio de un poder que de lo alto le ha sido conferido, transubstancia las especies del pan y del vino en cuerpo y sangre de Cristo. En el caso de la vía caballeresca, Cristo es el agente vivo en el alma del caballero, por esto puede prescindir de la obra visible de un ministro de Dios. Sin embargo, mantiene obligatoriamente el vínculo iniciático con el orden de caballería que le es transmitido ceremonialmente por un caballero legítimamente investido.


En la “vía de la caballería”, en su esfera espiritual, quien ordena y consagra al caballero es el mismo Cristo. Con la intercesión de Nuestra Señora, el corazón del iniciado se convierte ahora en el cáliz; la sustancia que se transforma no es el pan y el vino, sino el cuerpo y la sangre del iniciado, el caballero no es sólo un guerrero, sino un milities Christi, un caballero de Cristo.

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