Desde la encomienda de Barcelona proseguimos con el capítulo dedicado a
conocer mejor la vida y obra de Nuestro Señor Jesucristo. Para ello hemos
vuelto a recuperar unas nuevas líneas, donde nuestro autor, el teólogo J.R.
Porter, nos enseña en su libro “Jesus Christ” cómo se veía Jesús a sí mismo.
Ese misticismo de Jesús, es lo que desborda a la mente cristiana a
intentar indagar aspectos tan interesantes como entender el objetivo primordial
de la encarnación de Nuestro Señor y su posterior sacrificio.
Desde Temple Barcelona estamos convencidos que su contenido os llenará..
Recreación de Jesús profetizando en el Templo.
Los evangelios atestiguan que
Jesús fue ampliamente considerado como un profeta al que las multitudes
aclamaron al entrar en Jerusalén (Mt 21, 11) y que sus milagrosas sanaciones
empujaron a la gente a reconocerlo como tal (Lc 7, 16; Jn 6, 14; 9, 17).
Esa aceptación popular de Jesús
como profeta era algo de lo que sus enemigos eran muy conscientes (Mt 21, 46). Se tendía a
desaprobar la adjudicación de este estatus con la demostración de que carecía
del conocimiento superior o “segunda visión” que se creía que caracterizaba a
un verdadero profeta (Mt 26, 28; Lc 7, 39; 22, 64). Muchos profetas bíblicos
habían disfrutado de este regalo, por ejemplo, el ciego Ahías fue capaz de
descubrir el disfraz de la mujer del rey Jeroboam (1 Re 14, 1-18) cuando le
pidió que le predijera el futuro. En los evangelios, Jesús demuestra que, en
efecto, posee este tipo de habilidades cuando cuenta a la mujer samaritana
cosas del pasado que no podría haber sabido de otra forma: instantáneamente
ella le reconoce como profeta (Jn 4, 16-19). Mateo, Marcos y Lucas cuentan
cómo, antes de entrar en Jerusalén, Jesús dice a sus discípulos que habrá un
asno para él esperando en el Monte de los Olivos (Mc 11, 2-4).
Aunque Jesús nunca se refirió a
sí mismo como profeta, el concepto parece haber sido un elemento importante
para su comprensión de sí mismo. En dos ocasiones, se refiere claramente a sí
mismo cuando habla de lo que un profeta puede esperar experimentar y el destino
último que le espera (Mc 6, 4 y paralelos; Lc 13, 33). Cuando censura a
Nazaret, utiliza un paralelismo con las acciones de los grandes profetas Elías
y Eliseo (Lc 4, 25-27), figuras reverenciadas en el judaísmo como profetas
supremos (Si 48, 1-14). Varios de los milagros de Jesús se asemejan a los
realizados por estos dos personajes, sobre todo la resucitación del hijo de la
viuda en Nain (1 Re 17, 17-24; 2 Re 4, 18-38) y dar de comer milagrosamente a
una multitud con pocas provisiones (2 Re 4, 42-44).
La conciencia de sí mismo de
Jesús como profeta podría haberse iniciado y confirmado por su asociación con
Juan el Bautista, otra figura profética semejante a Elías (Mt 11, 7-9; 14, 5;
21, 26; Lc 7, 25-26), pero todos los evangelios resaltan que el ministerio del
Bautista sólo preparaba el camino para la aparición de la figura todavía mayor
de Jesús, el Juez final y el Salvador. Probablemente, esta idea deriva del pasaje
del Deuteronomio en la que Dios promete la llegada de otro profeta como Moisés,
a través de quien hablará la deidad (Dt 18, 17-19). Pedro cita estos versículos
en referencia a Jesús durante su discurso a la multitud en el monte del Templo
(Act 3, 22-23)
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