Hoy se cumple una semana de la última investidura de
Hermanos
venidos de distintos puntos de España: Lleida, Madrid, Málaga, Mallorca,
Menorca, Toledo y lógicamente Barcelona, nos dimos cita en la región de Osona,
disfrutando de un excelente fin de semana con temperaturas agradables,
propicias para la celebración de tan especial evento.
Atrás
queda el nerviosismo que producen los preparativos previos a cada actividad;
que todo esté debidamente colocado, que los horarios puedan cumplirse con
normalidad, que todo hermano sepa la labor que debe desarrollar. Pero el estrés
de cada acto tiene una extraordinaria recompensa: ver cómo los hermanos viven y
sienten cada minuto de una manera especial. Vínculos fraternales que nos unen a
los hermanos actuales con aquéllos que han abandonado este mundo para poderse
reunir con Nuestro Señor Jesucristo. El notar cómo la divina luz ilumina nuestras
almas, nuestro camino a continuar; reclamar justicia ante los despropósitos que
tuvieron que pasar nuestros presentes hermanos mayores e intentar cabalgar con
ellos hacia el lugar que nos propone el Altísimo.
La
vela de armas que se inició el viernes, tuvo una gran presencia de hermanos,
que yo recuerde fue la más numerosa de todas las que he asistido. Nuestra
venerada patrona, Santa María Magdalena, parecía estar esperándonos en la
ermita que lleva su nombre. Bella y elegante, sin perder en ningún momento su
humildad, abrazado al pecho, con la mano derecha sostiene un crucifijo, símbolo de su amor hacia
Jesús, portando el perfume en su brazo izquierdo, ése que utilizara para ungir y
refrescar los pies de Nuestro Señor, mientras que al
lado de su pie derecho, una calavera asoma, demostrándonos su cambio. Murió su
cuerpo de mujer para renacer como una apóstol más del Mesías. Momentos en la
penumbra, oración continuada y sensaciones que te transportan en el tiempo y el
espacio. La cercanía del Paráclito parece acariciarnos mientras los hermanos
permanecemos en un estado emocional difícil de definir. No existe tensión, sólo
calma, todos somos iguales.
A
la mañana siguiente, ya metidos en el sábado, continuaron los preparativos para
la ceremonia privada que daría comienzo antes de que el reloj marcara la hora
del Ángelus. Las puertas quedaron
cerradas a la presencia de profanos. Sólo los iniciados tendrán cabida en el
cónclave, abriéndose las puertas para los nuevos hermanos que han sido
admitidos en el Temple. La emoción se
desborda ante la agradable vista de tan numerosos mantos blancos allí reunidos,
interrumpidos ante el rojo de la cruz templaria que bordea el hombro izquierdo.
Tras la conclusión de la ceremonia privada, calurosos abrazos esperan a los
nuevos hermanos que son recibidos fraternalmente por todos los allí
congregados.
Minutos
después daría comienzo la ceremonia pública, donde como su nombre indica,
familiares y amigos podían compartir la Eucaristía con los hermanos templarios. Lecturas,
salmos y el sermón de nuestro capellán fr. Gabriel y que entre otras cosas,
reivindicaba justicia para la
Orden del Temple. Palabras que estamos seguros que con la
ayuda de Nuestra Santísima Señora, algún
día públicamente, pronunciará el Santo Padre.
Tras
la finalización de la investidura, se daba por acabado oficialmente los actos.
Pero antes bien valía la pena celebrarlo con una comida medieval de gala, excelentemente
preparada por nuestro hermano fr. Toni González
en el Hostal Sant Jordi de la villa de Roda de Ter, el cual regenta.
Tras la entrega de brevets y
diplomas, los hermanos con cierto halo de tristeza, nos dispusimos a despedir a
otros que marchaban a sus respectivos hogares y que pronto volverán a querer
reunirse nuevamente.
El
domingo, Día del Señor, sobre las 11h. comenzó el convento capitular anual
donde todos los hermanos pudimos participar libremente en las votaciones que
los hermanos de los diferentes Consejos, el nacional y el internacional,
propusieron. Tras las votaciones, volvieron las despedidas, ésas que se hacen
insalvables pero que significan un “hasta pronto”.
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