Desde la
encomienda de Barcelona retomamos el apartado destinado a indagar sobre la vida
del Padre Pío, y su forma de llegar al alma de las personas y obrar milagros
fascinantes.
Desde
Temple Barcelona queremos compartir con todos vosotros su apasionante vida.
…algunos
comunistas
Conversiones por doquier, recogidas por
Sánchez-Ventura, como la de Carlo Lusardi o la del geómetra Rosatelli, ambos
comunistas.
Cierto día, al regresar a casa, Rosatelli vio
a un fraile asomado a la ventana que le dijo: “Ven a verme…”
Su hermana le habló del Padre Pío, pero él se
resistió a creer lo que acababa de ver. Hasta que una tarde, la señora Moschi,
amiga de la familia, le mostró un retrato del capuchino. Rosatelli reconoció,
asombrado, al mismo fraile que solía incordiarle en sueños. La víspera, sin ira
más lejos, le había apremiado: “¡Ven a confesarte!”.
Por fin, el 6 de julio de 1949 Rosatelli hincó
las rodillas ante el Padre Pío, dispuesto a rendirle cuentas a Dios:
-¿Cuánto tiempo hace que no te confiesas?
–inquirió el fraile.
-Cinco años –repuso el penitente.
-No es cierto. Hace doce… -matizó el confesor.
Y añadió:
-Tu carné de comunista, ¿lo rompes tú o lo
hago yo?
No menos sonada fue la conversión de Italia
Betti, profesora de matemáticas del Liceo Galvani de Bolonia. Mujer de armas
tomar, Betti defendía el comunismo con uñas y dientes, combatiendo
ardientemente la enseñanza religiosa en las escuelas.
El rojo, naturalmente, era su color preferido;
procuraba exhibirlo siempre en público, vistiendo en ese tono y paseándose en
su motocicleta a juego. Se desconocen los detalles de su conversión. El caso es
que un día se le ocurrió viajar a San Giovanni Rotondo. Poco después, envió una
carta al secretario del Partido Comunista de su provincia, en la que decía:
“He conquistado la paz. Salude en mi nombre a
todos los camaradas de Bolonia y dígales que, si pueden y saben, recen por mí.”
En 1950, sintiéndose morir, la mujer pidió
que la sepultasen en el cementerio de San Giovanni Rotondo, junto a la tumba
de los padres del fraile.
Hablando de comunistas, Fulgo Pilli, jefe de
filas de San Benedetto in Alpe, aceptó un día el desafío de la señora de Pazzi,
miembro destacado de la Asociación Católica italiana, quien le puso así entre
la espada y la pared: “Si te atreves, vete a ver al Padre Pío; nosotras te
pagamos el viaje.”
Poco después, Fulgo Pilli partió hacia San
Giovanni Rotondo junto con su compañero de partido, Luigi Briccolani.
“¡Volveré más comunista que antes!”, se
despidió de Fulgo, a bordo del autobús.
Una vez allí, ambos colegas se encontraron a
un viejo camarada del partido, ex seminarista, que lloraba desconsolado porque
el Padre Pío le había expulsado del confesionario.
Al día siguiente, según lo acordado, guardaron
cola para confesar con el fraile. Observándolos desde un rincón, la señora de
Pazzi no paraba de rezar para que su plan saliese bien. De repente, comprobó
que los dos penitentes abandonaban el confesionario sin recibir la absolución.
“¡Todo se acabó!”, pensó.
Pero se equivocaba: al día siguiente, ambos
aguardaron de nuevo su turno ante el confesionario. A Fulgo Pilli, el Padre Pío
le recordó una ofensa que calló: la zapatilla que, malhumorado, arrojó un día
contra la imagen del Sagrado Corazón de Jesús…
De regreso en San Benedetto, Fulgo reconoció
humildemente: “He perdido, pero estoy contento”. Jamás una “derrota” cosechó
tanta felicidad.
Otro activo comunista, Giovanni Bordozzi,
estalló también de alegría. Cierto día, soñó que el Padre Pío le decía: “¡Ven a
visitarme! ¡Te espero!”
Bordozzi obedeció. Absuelto de sus pecados,
vendió su negocio de tejidos y dedicó el resto de su vida a glorificar a Dios.
Su compañero de filas Sabino Greco soñó en
otra ocasión que el fraile le prometía curarle el tumor cerebral. Al despertar
sobresaltado, avisó a las enfermeras para decirles que ya no le dolía la cabeza
y que no hacía falta que le operasen. Poco después, se fugó del hospital. Al
cabo de unas horas, regresó allí por la fuerza para someterse a nuevos análisis
y radiografías. Esta vez los médicos comprobaron, impresionados, que no había
el menor rastro del tumor.
Sabino Greco viajó luego a San Giovanni para
agradecer al Padre Pío su curación. Pero, una vez allí, comprobó que seguía
doliéndole la cabeza; incluso perdió el conocimiento.
Al volver en sí, gritó:
-¡Padre, tengo cinco hijos y estoy muy
grave…¡Sálveme!
-Vete a tu casa y reza. Yo también lo haré
–prometió el fraile.
Sabino Greco asegura que aquellas palabras
bastaron para curarle definitivamente.
Otros
“pececitos”…
Sin ser grandes pecadoras, otras almas
renacieron a Dos al candor del Padre Pío. Algunas, como sor Consolata, ya las
conoce el lector:
“En mi primera confesión con él –evoca la
religiosa- lloré mucho, porque fue la de mi conversión. El Padre Pío me dijo:
“El Señor te ha salvado y no te abandonará si tú no le abandonas”. Al retirarse
del confesionario, era obligado entonces volver de rodillas a pedirle la
bendición. Yo habría querido escapar de aquel trance pero todas las demás
mujeres me apremiaron: “¡De rodillas!, ¡de rodillas!” Y de rodillas, con la
cabeza gacha, me acerqué adonde estaba el Padre Pío. Al verme, asomó la cabeza
fuera del confesionario y, delante de todo el mundo, exclamó: “¡Vaya, os habéis
levantado solemnes esta mañana!” Entonces él, que acababa de ser juez, me miró
con una sonrisa paternal y colocó su mano sobre mi cabeza, diciendo: “Hoy eres
nueva”. En verdad, la humanidad del Padre Pío recuerda a la de Juan Pablo II.
“En mi última confesión con él, el mismo año
de su muerte, le dije: “Padre, siento otra vez la pasión de la clausura. ¿Sería
posible? No quiero desobedecer”. Se hizo un gran silencio. Luego, el Padre Pío
se aproximó a la puerta y me comentó: “¿Y quién te acompañará? ¿Lo has
comprendido todo o no has comprendido nada?” Las cosas sucedieron de tal manera
que fue él mismo quien me acompañó al final, tras su muerte.”
-¿Sigue hablando ahora con él? –le preguntó a
sor Consolata.
-Jamás me ha abandonado. ¿Cómo puede pensar
eso? –aduce, extrañada.
-¿Y qué le dice?
-Me dice: “¡Pórtate bien!”
Como sor Consolata, la seglar Gianna Vinci
decidió seguir también los pasos del Padre Pío. Con apenas diez años se confesó
por primera vez con él:
“Pude ver su rostro bellísimo a través de la
rejilla –recuerda-. Aquel día quise convertirme en su hija espiritual.
Comprendí que entrar en su filiación significaba estar protegida y, sobre todo,
ligada a Jesús…Pasado el tiempo, dudé si llevar una vida activa o
contemplativa, pero en modo alguno de clausura…Había un joven que deseaba casarse
conmigo. Su tía pertenecía a un Grupo de Oración formado por mi madre en
Cerdeña, en Sassari. Todos los días venía a la iglesia, pero no se atrevía a
acercarse a mí. Yo no entendía por qué. Le dije a Jesús: “¿Por qué tiene que
sufrir tanto este chico…? Finalmente, él fue a hablar con el Padre Pío, pues
sabía que yo era hija espiritual suya. Debió de pensar: “Si el Padre dice que
adelante, entonces me declararé”. Pero el Padre contestó: “Déjalo estar; haz
penitencia”. Él ya no quiso regresar a Génova. Telefoneó a su tía diciéndole
que no volvería. Todos sus bienes –era muy rico- los cedió a los capuchinos y
se hizo trapense en Washington. Me alegré profundamente.”
Gianna no cesa de invocar hoy al Padre Pío
para que le ayude a ser siempre fiel a Jesús: “Le hablo con vehemencia y
confianza, diciéndole: “Tú que me consideras hija espiritual tuya…¡provee!”
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