Desde la encomienda de
Barcelona, proseguimos con el apartado fijado para conocer los lugares más bellos que recorre el
río Ebro donde estuvo presente la Orden del Temple. Esta vez recorreremos el
impresionante municipio de Batea, cuya descripción extraemos de la obra del
escritor granadino D. Jesús Ávila Granados: “Templarios en las tierras del río
Ebro”.
Desde Temple Barcelona
os invitamos a recorrer esta maravilloso y encantadora población..
Fotografía
del casco histórico de la villa con sus elegantes arcos.
Terra Alta, Tarragona.
Batea
es uno de los conjuntos medievales más interesantes de Cataluña, situado en el
sector centro-occidental de la Terra Alta. En la antigüedad era conocida como Adeba por los ilercavones (citada por
Prolemeu). El historiador Padre Faci, en 1739, no dudó en manifestar que Adeba significaba ‘embarcación’, porque,
según su opinión, el pueblo recordaba una gran barca que se extendía entre el
valle Mayor y la vall dels Paumeres; la
balsa (embalse) –hoy secada- sobre la roca viva, incentivaba, sin duda, aquel
criterio. Aunque se conservan amplios fragmentos de la calzada antigua que
enlazaba Batea con la Pobla de Massaluca,
llamada camí dels Massalocans, una alternativa al río Ebro, cuando el caudal de
éste, durante el verano, era muy flojo. En su término se encuentra el poblado
del Tossal del Moro, importante castrum
de los ilercavones; y la pedanía de los Algars, con las ruinas del castillo y
la ermita de San Juan Bautista, herencia de los templarios. Ya en la alta edad
media, los andalusíes la llamaron alwathija,
que significa ‘la localidad’, y también ‘lugar fértil’.
La
conquista cristiana de la alcazaba andalusí de Batea tuvo lugar en 1153, por
los ejércitos de Ramón Berenguer IV. De aquella fecha es el primer documento
que hace referencia a este pueblo. Este conde barcelonense entregó después la
plaza a los templarios de la vecina encomienda de Miravet. Tres décadas
después, en 1181, se firmaron dos concesiones por parte del monarca Alfonso I,
que afectaban Batea y sus territorios en la cuenca del río Algars, con la
condición que sus futuros residentes debían de atacar el fuero de la ciudad de
Zaragoza, al mismo tiempo que los dos castillos de Batea y sus dominios se
libraron al caballero Bernardo Granell, el cual optó por una autoridad de sumo
rigor, lo cual suscitó el odio de los vecinos y provocó que estos pidiesen que
volviesen los templarios, tal como así sucedió. El Temple recuperó el control
de Batea, estableció el equilibrio y concedió una nueva Carta de Población, en
el año 1205, mucho más operativa que la anterior, a un grupo de sesenta nuevos
pobladores. Esta circunstancia se repitió en los territorios vecinos (Mas de
Sant Joan, Vall Major, Pinyeres y los Massalocans).
Los
templarios fueron los garantes del equilibrio sociocultural en la villa de
Batea. De aquella época de esplendor (s. XIII) proceden sus atractivas calles,
en pronunciada cuesta, las vías transversales con soportes en su planta baja,
los arcos apuntados…; todo esto configura uno de los núcleos medievales más
harmoniosos de las Tierras del Ebro. La calle Mayor, con porches en todos
lados, facilita la llegada a la iglesia parroquial dedicada a San Miguel
Arcángel; singular edificio llamado popularmente la Catedral de la Tierra Alta,
obra del arquitecto Francisco Melet, de estilo barroco-neoclásico (s. XVIII),
levantado sobre los cimientos de la anterior iglesia y castillo templarios; de
la nombrada fortaleza nada más se conserva el cementerio, mientras que el
campanario es de planta octogonal. Muy cerca están los restos del castillo,
donde los templarios, que dependían de Miravet, se hicieron fuertes. Y a pocos metros de la fachada de la iglesia, un
callejón que lleva el nombre de Laberinto, hecho que evoca uno de los conceptos
más enigmáticos de los templarios; en aquel arrabal es probable que se
practicara el arte de la alquimia durante la época del Temple. El recinto
amurallado medieval de Batea se mantuvo en pie hasta el siglo XIX.
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