¿Cómo era la vida de un Templario?

La jornada en las encomiendas comenzaba con los maitines. De madrugada, cuando sonaba la campana, se colocaba los zapatos, por encima se echaba el manto y se reunía con sus Hermanos a rezar en la capilla. Sólo los enfermos o los que hubiesen hecho algún oficio especial el día anterior, tenían permiso para continuar durmiendo. El templario ofrecía 26 Padrenuestros. Al acabar el ofertorio, se dirigía a los establos e inspeccionaba los caballos y su equipo, y si algo no estaba bien lo dejaba en perfecto estado.

Seguidamente volvía a dormir hasta las siete de la mañana, la cual comenzaba la hora prima, al amanecer, sonaba de nuevo la campana, y tenía que levantarse de inmediato, vestirse completamente y acudir a la capilla para oír el segundo oficio religioso y una misa; después acudía de nuevo al establo a revisar su equipo, su armadura y las tiendas de campaña.

A lo largo de la mañana debía asistir a dos nuevos oficios, estos eran la hora tercia y la hora sexta, donde en ambas debían rezar 60 Padrenuestros, 30 para los vivos y 30 para librar a los muertos de las penas del Purgatorio.

Tras la hora sexta, sonaba la campana anunciando que había llegado la hora de comer. La primera de las llamadas estaba reservada para los caballeros, y la segunda para el siguiente turno, donde comían los sargentos. Salvo causa mayor, nadie podía faltar en el refectorio. Una vez allí esperaba en pie a que llegara un sacerdote, el Hermano capellán, para bendecir la mesa, en la que siempre había pan, agua y vino; antes de sentarse rezaba un Padrenuestro.

Mientras se comía en silencio y sin hacer ruido, un Hermano clérigo leía las Sagradas Escrituras en voz alta. Nadie podía levantarse de la mesa mientras comía salvo por causa de guerra, por enfermedad súbita o porque se hubiera prendido fuego en alguna dependencia.

Tras finalizar la comida, todos se dirigían hacia la capilla y se realizaba un Padrenuestro para dar gracias a Dios.

Tras dar las gracias a Dios, comenzaban unas horas de recreo, durante las cuales podía hacer aquello “que le instruya Nuestro Señor”, pero tenía que permanecer “en su sitio”, lo que significa que cada Templario tenía asignado un lugar en el monasterio, y evidentemente en el dormitorio, a fin de poder ser localizado en todo momento.

A la hora nona, al atardecer, repicaba de nuevo la campana y a su sonido debía acudir a la capilla para escuchar el oficio religioso correspondiente a esa hora y rezar 13 Padrenuestros, para hacerlo nuevamente a la hora de vísperas, ya puesto el sol y donde rezaba 18 Padrenuestros.

Tras concluir las vísperas, volvía a sonar la campana y daba comienzo la cena que discurría de igual manera que la comida.

Acababa la jornada con la llamada a completas, en plena noche, para asistir a la capilla, aunque antes, si así lo deseaba, podía reunirse con los hermanos para beber vino rebajado con agua, pero sin excederse. Oído el oficio y la oración de la hora de completas, acudía a inspeccionar su caballo y su equipo antes de irse a dormir previo rezo de un Padrenuestro.

Tras la finalización de las completas, todos se dirigían al dormitorio, que era un espacio comunal; se ubicaba en una amplia nave, con las camas separadas convenientemente y todas iguales. Una lámpara tenía que estar encendida toda la noche para poder iluminar todo el dormitorio. Al igual que sucedía con los monasterios cistercienses, este método era utilizado para evitar la tentación de practicar sexo. Todo ello iba acompañado con la vestimenta para dormir que incluía la camisa, las calzas o pantalón bien atado y un cinturón estrecho puestos, dejando el manto convenientemente colgado.

Rezar, comer, revisar y reparar los equipos, era lo que hacía un templario a lo largo del día. El espíritu ascético lo impregnaba todo; no había lugar para la risa, ni para el ocio, ni para las distracciones. Era una vida entregada por y para Dios.