Continuando con nuestro espacio de agradecimiento a aquellos artistas de la cultura universal, que con su trabajo y esfuerzo le dedicaron tiempo al Temple. Hoy queremos continuar con otro artista español, de origen madrileño, que pese a no brillar con la misma fuerza que otras estrellas como fueron Lope de Vega o Quevedo, contribuyó al desarrollo del siglo de oro español. Estamos hablando del Doctor Juan Pérez de Montalván; y su obra elegida, Los Templarios.
En la imagen, retrato de Lope de Vega, su maestro.
Los Templarios, fue publicada por vez primera en la Primera parte de las comedias del Doctor Juan Pérez de Montalván, emanada de las madrileñas prensas paternas de Alonso Pérez en el año 1635 y que le fue dedicada a D. Melchor de Guzmán, Marqués de Villamanrique y Comendador del Moral en la Orden de Calatrava.
Destaca por la inteligente utilización de un tema típicamente historiográfico: la desastrada caída de los templarios en 1314, cuando su último Gran Maestre, Jacques de Molay, fue hecho prisionero y posteriormente ajusticiado junto a muchos de sus hombres, a causa de la fatal tríada formada por un monarca ambicioso de poder y de dinero (Felipe IV de Francia), un canciller sin escrúpulos (Guillaume de Nogaret, a quien no se nombra de de forma específica en la comedia pero sí aparece veladamente) y un pontífice (Clemente V), no sólo débil y apocado, sino convertido prácticamente en marioneta de los dos primeros. Pérez de Montalbán demuestra ser un excelente conocedor de la desgraciada suerte vivida por los freires del Temple, y adorna este tema no sólo con los típicos enredos amorosos y personales, sino también con la hilarante presencia del desafortunado y grotesco pastor, quien, dentro de la tradición de la figura bufonesca en el Siglo de Oro (tal vez de influencia conversa, como preconiza el maestro Francisco Márquez Villanueva), acabará por convertirse en el único personaje que sale beneficiado del, al mismo tiempo, previsible y original punto postrero de la comedia que nos ocupa. Se intuye en este final un tanto sui generis un macabro y quizá sarcástico epítome del destino del propio Pérez de Montalbán, que acabó sus días consumido por diversas enfermedades de salud mental, quién sabe si agravadas por los numerosísimos ataques burlescos de los que fue objeto en vida.
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