
El nacimiento de las ciudades marcó en la Edad Media el comienzo de una nueva era en la historia de Europa.
La sociedad había tenido hasta entonces dos clases privilegiadas: el clero y la nobleza; la naciente burguesía completa con su actividad el esquema.
La formación de concentraciones urbanas conmocionó de manera fulminante la organización económica del sector agrícola. La producción tal y como se practicaba hasta entonces sólo servía para cumplir con el señor feudal y procurar alimentos al propio campesino y su familia. Pero he aquí que la demanda se anima; que de pronto ven la posibilidad de vender en las ciudades todo lo que lleven.
Su trabajo adquiere una nueva significación. Desde finales del siglo XI los monasterios y los señores transforman sus terrenos estériles en tierras productivas; se fundan por doquier ciudades nuevas y para atraer a los cultivadores se exime a éstos de ciertas cargas, disfrutan de una autonomía local. El comercio cubre ahora todas las necesidades; no es preciso producir de todo; basta con acudir a la ciudad contigua o a otras para adquirirlo. El arte de vender, pesar, medir, en suma, la matemática usual empieza a ser utilizada con gran intensidad.
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