Viene usándose desde el siglo IV en Roma y desde el V y VI en otros lugares, tomando su origen de la prenda del mismo nombre que fue adoptada por los romanos en el siglo II. La Dalmática fue primero nombre de las túnicas romanas, hasta que la adaptaron a indumentaria religiosa.
La dalmática como vestido de lujo, la usaron los reyes durante la Edad Media para las grandes solemnidades y estaban bordadas en púrpura y en oro. Destacan en el museo Vaticano, una atribuida a Carlomagno, y otra, en la catedral de Granada, de los Reyes Católicos, con las iniciales F. Y. Posteriormente fue considerada como vestidura litúrgica y San Silvestre la constituyó como insignia de los diáconos de la Iglesia.
Hasta llegar al siglo XI, la dalmática era siempre de color blanco y se adornaba con los clavi y calliculae de uso romano, los cuales se siguieron usando hasta el siglo XIII, reemplazándose entonces con galones, franjas y otras piezas bordadas, y desde el siglo XV se le añaden grandes borlas, pendientes de cordones que con menor tamaño ya se empleaban durante los siglos VIII al XII. El material de fabricación de las dalmáticas fue en un principio el lino y mucho más tarde las telas de seda o lana y a menudo las ricas estofas. La forma de esta vestidura, que al principio era de túnica holgada casi talar y con mangas, se fue estrechando y acortando con posterioridad y se modificó practicándole aberturas laterales e inferiores para poder vestirla cómodamente. El acortamiento en el cuerpo y las mangas se hizo palpable desde el siglo XIV y las aberturas se agrandaron desde el siglo XIII, hasta el punto que en el XV llegaban a las mangas y en algunos modelos se abrieron a lo largo de ellas, lo que se generalizó a lo largo del siglo XVII. En el siglo XV se le añadió el collarín, recuerdo del capuchón que tuvieron algunas dalmáticas antiguas y en sustitución al collarín del amito que por entonces desaparecía.
Los maestres templarios, a diferencia de otros señores pudientes, siguiendo los consejos evangélicos de pobreza, humildad y obediencia, y rehusaron llevar dalmáticas exuberantes, impropias de un soldado de Cristo, y se conformaron con vestir en su defecto una prenda mucho menos vistosa, el Manto.
La dalmática como vestido de lujo, la usaron los reyes durante la Edad Media para las grandes solemnidades y estaban bordadas en púrpura y en oro. Destacan en el museo Vaticano, una atribuida a Carlomagno, y otra, en la catedral de Granada, de los Reyes Católicos, con las iniciales F. Y. Posteriormente fue considerada como vestidura litúrgica y San Silvestre la constituyó como insignia de los diáconos de la Iglesia.
Hasta llegar al siglo XI, la dalmática era siempre de color blanco y se adornaba con los clavi y calliculae de uso romano, los cuales se siguieron usando hasta el siglo XIII, reemplazándose entonces con galones, franjas y otras piezas bordadas, y desde el siglo XV se le añaden grandes borlas, pendientes de cordones que con menor tamaño ya se empleaban durante los siglos VIII al XII. El material de fabricación de las dalmáticas fue en un principio el lino y mucho más tarde las telas de seda o lana y a menudo las ricas estofas. La forma de esta vestidura, que al principio era de túnica holgada casi talar y con mangas, se fue estrechando y acortando con posterioridad y se modificó practicándole aberturas laterales e inferiores para poder vestirla cómodamente. El acortamiento en el cuerpo y las mangas se hizo palpable desde el siglo XIV y las aberturas se agrandaron desde el siglo XIII, hasta el punto que en el XV llegaban a las mangas y en algunos modelos se abrieron a lo largo de ellas, lo que se generalizó a lo largo del siglo XVII. En el siglo XV se le añadió el collarín, recuerdo del capuchón que tuvieron algunas dalmáticas antiguas y en sustitución al collarín del amito que por entonces desaparecía.
Los maestres templarios, a diferencia de otros señores pudientes, siguiendo los consejos evangélicos de pobreza, humildad y obediencia, y rehusaron llevar dalmáticas exuberantes, impropias de un soldado de Cristo, y se conformaron con vestir en su defecto una prenda mucho menos vistosa, el Manto.
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