Si por algún enclave se ha caracterizado la Orden del Temple, es precisamente porque tuvieron como primer cuartel general el Templo de Salomón, de ahí procede su nombre abreviado “El Temple”. Muchas han sido las especulaciones que se han vertido al respecto, como por ejemplo que los fundadores de la misma, encontraron en sus cimientos documentos secretos y extraordinarias reliquias perdidas en la noche de los tiempos.
Estas suposiciones, han sido fruto de inspiración de un sinfín de relatos que han nutrido de libros y novelas pintorescas las librerías de Occidente. Pero, ¿qué sabemos del Templo de Salomón? Intentaremos desde estas humildes líneas contribuir a su esclarecimiento.
El Templo
El proyecto edilicio más importante de Salomón fue el Templo de Jerusalén, que desempeñó un papel decisivo en la vida y el culto de la nación. Con su construcción cumplió uno de los deberes atribuidos a los monarcas del antiguo Oriente Próximo, que en la capital se debía erigir un edificio, cuanto más espléndido mejor, como morada de la divinidad nacional. El Templo de Jerusalén representó una innovación: cuando el rey David proyectó la construcción de casa de Yahveh, el profeta Natán se lo prohibió e insistió en que, hasta entonces, Dios había habitado en una tienda portátil o tabernáculo (2 Sam 7, 6 y Cró 17,4).
Imagen del Rey Salomón
Como los israelitas carecían de experiencia en la construcción de templos, Salomón recabó la ayuda de Jiram de Tiro, que le proporcionó los materiales, la mano de obra y, sobretodo, un artesano (también llamado Jiram) que realizó los utensilios del culto del Templo (ver los utensilios del Templo). Por consiguiente, la construcción del Templo es básicamente fenicia o cananea: la planta tripartita se semeja al santuario sirio de Tell Tainat y a un templo de Jasor. Se erigió al norte de la ciudad de David original, en un santo lugar de los antiguos yebuseos, tradicionalmente relacionado con la era en la que David construyó un altar (2 Sam 24,18), que se convirtió en el sitio para el altar al aire libre del Templo. Las paredes, revestidas con cedro del Líbano, fueron adornadas con querubines, palmeras y flores abiertas (tal vez lotos), símbolos religiosos habituales en el antiguo Oriente Próximo. En el vestíbulo se alzaban dos columnas características de los templos fenicios. Aunque la importancia de estas columnas está en cuestión, sus nombres –Yakín (“Yahveh establece”) y Boaz (“en Él está la fuerza”)- apuntan a que simbolizan la presencia divina. Tal vez fueron los equivalentes de las figuras guardianas de las divinidades que se alzaban en la entrada de los santuarios y los palacios mesopotámicos.
La construcción del Templo (1 Re 6) estuvo acompañada por la edificación en las proximidades del palacio de Salomón (de tamaño considerablemente mayor). Representaba el papel del Templo no sólo como santuario nacional, sino como capilla real. El soberano era el jefe del culto a Yahveh y encabezaba los actos religiosos importantes. Salomón en persona celebró la consagración del Templo y ofreció sacrificios y la plegaria.
Para la religión cananea, el hogar de los dioses era una montaña. Los salmos empleados en el culto al Templo demuestran que gran parte de la mitología y el simbolismo de la montaña divina fue traspasada al monte Sión, morada de Yahveh.
Los utensilios del Templo
Los utensilios del Templo de Salomón, creados por Jiram, poseían un simbolismo cósmico. Había un gran aguamanil metálico, llamado “el mar” (1 Re 7,44), sostenido por las estatuas de doce toros. Aunque un texto bíblico asegura que se utilizaba para las abluciones de los sacerdotes, parece harto improbable, pues superaba los dos metros de altura. El nombre “mar” es equivalente al apsu mesopotámico, vocablo que se refería tanto al océano subterráneo como al cuenco del templo que lo simbolizaba. Los toros eran un habitual símbolo de fertilidad, relacionados con el dios cananeo Baal.
El templo también contaba con pilas móviles (cuencos para el lavado ritual) adornados con guirnaldas de flores, toros, leones y querubines. El altar principal para sacrificios se describía con una palabra que, según creían, representaba el monte de los dioses y el cetro del mundo, cuya base se apoyaba en “el seno de la tierra”.
El Arca de la Alianza
Durante la ceremonia de dedicación del Templo, el arca de la Alianza se introdujo en el sanctasanctórum, es decir, en el santuario central. Dejó de ser portátil y, como demuestran las primeras palabras de la oración de Salomón, creyeron que a partir de ese momento Yahveh residió permanentemente en el lugar más sagrado: “Yahveh ha declarado que habitará en densa nube. Yo te he construido una casa para morada tuya, un lugar en el que habites para siempre” (1 Re 8, 12-13). Esta convicción dio lugar a la doctrina según la cual Jerusalén y el templo son inviolables. Consideraron el arca como el trono en el que Dios toma asiento en tanto deidad invisible y está flanqueado por dos grandes querubines, lo que recuerda un rasgo parecido de los tronos de los gobernantes fenicios.
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